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Portada:: Reflexión en libertad:: Las críticas a la JMJ y el cánido del horticultor

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CAMINEO.INFO.-




Las críticas a la JMJ y el cánido del horticultor

Tue, 02 Aug 2011 19:01:00
 
Bruno Moreno Ramos / INFOCATÓLICA

CAMINEO.INFO.-Estoy harto de algunas críticas a las jornadas mundiales de la juventud (diría que estoy indignado, pero hoy en día el término tiene algunas connotaciones no del todo recomendables). Por usar las inmortales palabras del poeta: Estoy ahíto de tanto parchear y tanto pito.

No me refiero a las críticas de aquellos que no profesan la fe católica (ya se trate de indignados, enfadados, molestos o irritados o quizás de protestantes, judíos o testigos de Jehová), pues lo lógico es que critiquen lo que no comparten. Y, en el caso de algunos de ellos, es de esperar que odien lo que les han enseñado a odiar como consecuencia de premisas incorrectas, ideologías equivocadas o falsas doctrinas. Con este grupo, más que argumentar sobre las JMJs creo que convendría discutir sobre temas más fundamentales.

Tampoco hablo de las críticas legítimas de católicos a aspectos concretos de las jornadas, pues huelga decir que las mismas, como evento humano y además de una grandísima magnitud, dan lugar a incontables meteduras de pata. A nadie debería escandalizar que se produzcan esos errores (y pecados), pues lo mismo ha sucedido a lo largo de la historia con los Concilios Ecuménicos (en algunos de los cuales los padres conciliares acabaron a tortas), la curia romana, las órdenes religiosas, los Estados Pontificios, todas las diócesis y parroquias que en el mundo han sido y hasta el más pequeño grupo de monaguillos. Es más, casi me atrevería a decir que no nos viene mal descubrir esos errores, para que de una vez nos convenzamos de que existe el pecado original. Disciérnanse los fallos con humildad cristiana, corríjanse en la medida de lo posible y a otra cosa lepidóptero.


¿A qué me refiero, entonces, con la hartura de la que hablaba? A las críticas a la totalidad de estos encuentros realizadas so capa de “catolicismo auténtico”. Desde grupos muy diversos, con la única característica común de estar instalados en la crítica constante a la Iglesia, se escuchan unas descalificaciones exageradas y absolutas que parecen más bien una expresión de fobias y obsesiones particulares. Pretenden ser críticas proféticas, pero a mi juicio se quedan en ladridos (con perdón) del perro del hortelano, que, como dice el refranero, ni come ni deja comer. No aprovechan lo bueno que pueden tener estos encuentros y les molesta que otros lo aprovechen.

He leído hoy, por ejemplo, a un periodista hablar con desdén de “macrofiestas eclesiásticas” que no son más que “puro fuego de artificio, subidón de adrenalina y autoestima coyuntural, apoteosis papolátrica para convencidos”. Critica también que muchos de esos jóvenes que “vendrán a la JMJ” “pasan ampliamente de la moral sexual de la Iglesia”. Lo más curioso es que tanto el periodista como el medio que dirige tienen un odio reconcentrado a la moral de la Iglesia (especialmente la moral sexual), les importa un bledo la autoridad de la Iglesia, incluida la del Papa, y promueven un cristianismo light y mundanizado que para mí resulta indistinguible de fuegos de artificio y autoestima coyuntural. Yo me pregunto, ¿no vendrá más bien esta crítica del reconocimiento de todo lo bueno que harán las jornadas, del incremento de amor a la Iglesia y al Papa y de la manifestación de fe católica que suponen? Aparte de la crítica al Card. Rouco, claro, que para el autor parece ser la guinda del pastel.

Desprecian otros los encuentros desde posturas muy diferentes, porque supuestamente no son algo tradicional (como si pudiera haber algo más tradicional que una Misa con el Papa), porque son encuentros multitudinarios (como si la multiplicación de los panes fuera algo malo por haberse realizado ante miles de personas) o porque no solucionan todos los problemas de la Iglesia (como si hubiese alguna otra cosa que pueda solucionar todos esos problemas, antes del Juicio Final). También, curiosamente, parece molestarles que los jóvenes sean jóvenes, que canten, que armen barullo, que organicen vídeos en Youtube en los que se divierten invitando a otros a las jornadas, que expresen su fe como buenamente sepan, que miren a la Iglesia y al futuro con entusiasmo… Es decir, lo propio de su edad. Puede que esos jóvenes sean aún inmaduros y no sean teólogos como San Agustín ni conozcan la liturgia como el ceremoniero del Papa, pero es que no es razonable esperar otra cosa de ellos, porque van a las jornadas a recibir y no a dar, a aprender y no a enseñar. Para aprovechar esta ocasión, basta con que acudan con sus sacerdotes y obispos a la llamada del Papa, escuchen lo que la Iglesia les enseña y participen en la Eucaristía con el Sucesor de Pedro. Que no es poco.

Otra crítica habitual en estos últimos ambientes es aún más difícil de comprender para un católico: la crítica de “juanpablismo”. Una palabra que a mí, por sí sola, ya basta para hacerme sentir incómodo, por la falta de respeto y de cariño que manifiesta hacia la Iglesia (la Iglesia real, no la de idealizaciones romanticoides) y hacia el propio Beato Juan Pablo II. Hay gente para la cual el hecho de que Juan Pablo II iniciase estas jornadas las convierto ipso facto en algo malo y condenable. Resulta curioso observar los extraños malabarismos mentales que tienen que hacer para explicar que Benedicto XVI continúe celebrándolas. En fin, gajes de creerse la verdadera Iglesia al margen de la Iglesia real, un peligro al que todos estamos sujetos.

Quizá algún lector algo escéptico imagine que digo estas cosas porque me encantan las jornadas mundiales de la juventud, porque no se me cae de la boca la juventud, o porque he basado mi experiencia de fe en este tipo de encuentros. En ese caso, sin temor a ser políticamente incorrecto, diré que el lector se equivoca. Más aún, no ha acertado en nada. Personalmente, me disgustan las grandes aglomeraciones de gente. Prefiero acudir a una Misa en la que participan tres personas que a una en la que participen cien (o, a fortiori, a una en la que participen un millón de personas). He acudido a varias de las jornadas celebradas en diversas partes del mundo contento y con buen ánimo, pero esencialmente por obediencia y para el bien de otros.

Nada de eso impide, sin embargo, que haya sido testigo de lo que vería cualquiera que no esté cegado por prejuicios ideológicos espurios: las jornadas de la juventud son un acontecimiento de gracia para muchísima gente. Conozco a multitud de personas cuya fe ha madurado o se ha iniciado en estos encuentros. Si me pusiera a contar los sacerdotes y monjas que conozco personalmente y que descubrieron su vocación en una de estas jornadas, probablemente llegaría a las tres cifras. Para jóvenes de todo el mundo, los encuentros con el Papa han sido una ocasión de descubrir que la Iglesia, que según todos los medios de comunicación está agonizando, sigue viva. Para incontables parroquias, movimientos, congregaciones y sacerdotes que saben apreciar con sencillez estas jornadas, los viajes a las mismas son un momento ideal para catequizar a sus jóvenes, iniciarlos en la oración de la Liturgia de las Horas o del rosario o para confesar y aconsejar a quienes no se confesaban desde hacía mucho tiempo. Con ocasión de las jornadas, se organizan charlas, encuentros, viacrucis, confesiones y actos litúrgicos en Madrid y otras muchas ciudades. Por toda Europa, grupos de jóvenes salen a evangelizar, anunciando a Jesucristo por las calles, como ya hicieron, por ejemplo, en Australia…

Claramente, las jornadas mundiales de la juventud no son la panacea de todos nuestros males, pero no hay duda de que hacen un bien inmenso. A uno le pueden agradar más o menos personalmente, igual que puede preferir una breve Misa de diario a una Misa solemne cantada o viceversa. Sin embargo, hay que estar ciego para no reconocer que estos encuentros son un acontecimiento de gracia, en el que Dios se complace en derramar sus dones de forma especial sobre incontables jóvenes (y no tan jóvenes). El Papa y los obispos lo ven y, como es lógico, lo agradecen y lo promueven.

¿Ladran los perros del hortelano porque otros cabalgan, aunque sea en rocinantes poco bucefalianos? Que ladren hasta quedarse roncos. Como católicos nos toca, sí, criticar humildemente lo que haya que criticar, pero sin olvidar nunca que para un cristiano siempre es más importante descubrir lo bueno que criticar lo malo. Especialmente en lo que hace la Iglesia, nuestra Madre y Maestra. Y, sobre todo, cuidemos de no desaprovechar los acontecimientos de gracia que Dios nos regala, hoy como siempre, por su misericordia sobreabundante. Si escuchamos hoy su voz, no endurezcamos el corazón.







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16-08-2011, La Iglesia Vive....

....como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres dudaron de mí aunque habían visto mis obras me obligaron a hacer su voluntad...., ojalá que tanta crítica no obligue al SUPREMO a que el hombre siga caminando 40 años dando vueltas sobre sí mismo, sin levantar el rostro y reconocer su GLORIA, al ver que la tierra prometida existe, .....pero esto es importante que suceda para que se ponga de manifiesto como siempre el Poder de Dios por encima de la envidia del demonio, yo soy testigo del amor de Dios y que cada día construye, haciendo que el hombre se haga persona, alimente valores y defienda su fe sin ningún temor, pero gracias a las vehementes persecuciones contra la iglesia desde antaño, podemos decir la IGLESIA VIVE.....
Que DIOS PERMITA GASTAR UN POCO DE DINERO, arriesgando por esos jóvenes que se la han jugado el todo por el todo, para poder orar por el mundo entero, VIVA CRISTO....o es que acaso no les duele cuando se gasta en armamento para destruir la vida que es un regalo de DIOS, sigamos a Pedro, Piedra de la Iglesia, a quien Jesucristo le dió Poder

Ana María Calmet Velásquez

anacal7@hotmail.com


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