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Portada:: Reflexión en libertad:: César Vidal y el prejuicio anticatólico (VI)

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CAMINEO.INFO.-




César Vidal y el prejuicio anticatólico (VI)

Sat, 10 Dec 2011 07:03:00
 
Bruno Moreno Ramos / INFOCATÓLICA

CAMINEO.INFO.- Otra entrega de César Vidal sobre la España católica y diferente. De nuevo, mis críticas en rojo.

Me gustaría señalar que no tengo ninguna animadversión contra D. César. Al contrario, me cae bastante bien y creo que es muy buen comunicador. Aprovecho para recomendar uno de sus libros: "Los Masones", publicado por Planeta, sobre esta sociedad secreta a lo largo de la Historia. Es un libro de divulgación, bastante sencillito, pero especialmente aprovechable en la parte relativa al origen masónico de varias "nuevas religiones", como mormones, testigos de Jehová o adventistas. Como es lógico, el origen protestante de las mismas no recibe mucha atención en el libro, pero son muy interesantes los componentes masónicos que César Vidal señala en sus prácticas y en sus fundadores.

……………………

En el siglo XVI, España se quedó descolgada del regreso a una serie de valores recogidos en la Biblia que se tradujeron en aquellas naciones donde triunfó la Reforma en una nueva ética del trabajo, una superior cultura crediticia, una alfabetización acelerada, una revolución científica y un reconocimiento de la primacía de la ley [Como ya hemos visto en los artículos anteriores, esto, más que en el siglo XVI, sucedió en la imaginación de César Vidal]. No fueron sus únicas pérdidas como veremos en las próximas entregas. Por añadidura, España aceptó, siguiendo el único discurso tolerado, la venialidad de ciertas conductas especialmente dañinas para la construcción de una sociedad de ciudadanos. Me refiero –podría citar más– a la benevolencia con que acogió la mentira y la falta de respeto por la propiedad privada [Acusación injustificada, como veremos].

El concepto de pecado venial es teológicamente muy discutido y discutible –no aparece, por ejemplo, en la Biblia– [No sé si D. César ha demostrado otra cosa en esta serie, pero lo que desde luego ha demostrado es que su conocimiento de la Biblia es muy inferior a lo que yo esperaba. 1Jn 5,16-17: "Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y le dará vida […] Toda iniquidad es pecado, pero hay pecado que no es de muerte". Es decir, literalmente, hay pecados mortales y no mortales (que son los que la Iglesia llama veniales). Es evidente para cualquiera que no todos los pecados tienen la misma importancia: no es igual de grave matar a una persona que responderla con mal humor. Hay pecados que separan totalmente de Dios (los pecados mortales) y otros que son malos pero no separan completamente de Dios (los pecados veniales). Es gracioso que César Vidal critique esto, porque pertenece a un grupo religioso para el que todos los pecados son veniales; es decir, según él ningún pecado puede separar de Dios a aquel que está predestinado a salvarse.] pero no es ése un terreno en el que vaya a adentrarme ahora. Baste decir que uno de los pecados mencionados expresamente en el Decálogo (Éxodo 20: 1-17) junto al culto a las imágenes [a los ídolos, que es algo muy distinto], el homicidio, el adulterio o el robo es precisamente la mentira. A lo mejor es verdad que la mentira carece de relevancia salvo en casos especiales como enseña el último Catecismo de la iglesia católica [Aparte de la mezquindad de escribir "Iglesia Católica" con minúsculas, resulta difícil comprender que alguien diga estas cosas cuando es tan fácil comprobar que son falsas. En la propia definición de materia grave (la que da lugar a pecados mortales), el Catecismo cita seis pecados, entre ellos la mentira (cf. CEC 1587). Según el catecismo, la mentira es una "obra diabólica" (2482), una "violencia hecha a los demás", "funesta para toda la sociedad" (2486), una "profanación de la palabra" y una falta contra la justicia y la caridad" (2485) y "entraña el deber de reparación" (2487). Por supuesto, como comprende cualquier persona razonable, en la mentira hay grados y no tiene la misma gravedad acusar a alguien falsamente ante los tribunales que inventar que el perro se comió tus deberes.] pero no da la sensación de que el Dios que le entregó los mandamientos a Moisés pensara lo mismo. Desde luego, en la cultura española –igual que en la italiana o la hispanoamericana– no caló esa enseñanza bíblica [Increíble. Quien dice eso, o bien no ha leído un sólo libro de la literatura española, cosa que no sucede en este caso, o habla con unos anteojos anticatólicos que le impiden ver la pared que tiene delante. ¿De verdad D. César pretende que en la cultura española no se encuentra el hecho evidente de que robar es malo?]. Reflexiónese, por ejemplo, en el hecho de que España es la única nación que cuenta con una Novela picaresca [Falso. Si bien la novela picaresca española merece justamente un lugar de honor en la literatura, ha habido multitud de obras de ese estilo en todos los países. Se me ocurren, a vuelapluma, el Raffles de Hornung, el Arsène Lupin de Leblanc, el Flashman de MacDonald Fraser, las innumerables novelas (protestantes) inglesas sobre Dick Turpin, los simpáticos ladrones de Wodehouse e innumerables más. Y la picaresca no se limita a la literatura: cualquiera que vaya al cine de vez en cuando sabrá que hay multitud de películas norteamericanas en las que los protagonistas ladrones o timadores: El Golpe, Trouble in Paradise, Thomas Crown, The Grifters, Ocean's Eleven y sus secuelas, The Cooler, Bandits, The Score, Asalto al tren del dinero y cientos más que podríamos nombrar. Es más, podría decirse que una de las características más habituales del cine norteamericano es que el protagonista rompe las normas y miente para conseguir lo que quiere. ¿Hollywood cripto-católico o un nuevo prejuicio anticatólico de D. César?]. No me refiero al Lazarillo que no es una novela picaresca sino erasmista –no podía ser menos teniendo en cuenta lo harto que estaba su autor Alfonso de Valdés de soportar al amancebado confesor de Carlos V [De nuevo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid… qué malos son los católicos. Por un lado, es impropia de un historiador la afirmación engañosa de que el confesor de Carlos V estaba amancebado. En primer lugar, porque Carlos V tuvo multitud de confesores a lo largo de su vida, de la mayoría de los cuales nos consta su piedad, ciencia y vida virtuosa: Fray Pedro de Soto (catedrático de Teología en Salamanca, Oxford y Cambridge, participante en el Concilio de Trento), Fray Domingo de Soto (gran teólogo, miembro de la Escuela de Salamanca y físico importante), Fray Juan de Quintana, Fray Diego de San Pedro (profesor de teología y provincial de su orden), Francisco García de Loaysa (al que se refiere Vidal, general de la Orden Dominica, que aconsejó al Rey tolerancia con los protestantes alemanes), Fray Juan Hurtado (franciscano, rechazó el arzobispado de Toledo, el más importante cargo eclesial en España, Juan Glapion (franciscano y reformador de su orden, aconsejó también buscar el entendimiento con los luteranos), Adriano de Utrech (que llegó a ser Papa), Fray Juan del Tecto (flamenco, profesor de Teología en la Sorbona, marchó después a evangelizar América), Fray Miguel de Pavía, Fray Pedro Fabro (flamenco) (1). En segundo lugar, porque claramente Vidal toma este dato del interesante trabajo de Rosa Navarro Durán sobre la autoría del Lazarillo, pero omite dos datos fundamentales que sí da Rosa Navarro: que la alegación de amancebamiento sólo nos ha llegado por la afirmación de un enemigo jurado de este dominico, por lo tanto poco fiable como fuente, y que el propio enemigo decía que Carlos V le había despedido como confesor a causa de ese hecho.] –, sino a todo un género que reunió talentos como los de Mateo Alemán, Quevedo o Vicente Espinel, entre otros muchos, para dejar de manifiesto de manera indubitable que en la España que desangraba los caudales americanos convertida en espada de la Contrarreforma [D. César no puede evitar revelar a cada paso que lo que verdaderamente le molesta de esta época es que España fuera católica y que defendiera en toda Europa y en el mundo la causa del catolicismo contra los soberanos protestantes. Ésa y no otra es la causa de su rechazo] la superstición, la corrupción y la incompetencia institucional eran soportadas recurriendo fundamentalmente a un pecado venial como era la mentira. [Si hay que mentir para mantener algo, es porque ese algo se considera malo, así que si D. César demuestra algo es que a los españoles rechazaban la superstición, la corrupción y la incompetencia. Por otra parte, resurge de nuevo la falsedad sobre la venialidad de la mentira.]

Por supuesto, la mentira se ha dado y da en otras culturas, pero no la novela picaresca –el Simplicus Simplicissimus o Moll Flanders son excepciones a la regla general– por la sencilla razón de que si bien otras también consagraron el pecado venial de mentir como una forma de existencia, no es menos cierto que ninguna nación fue tan trágicamente consciente de las mentiras que sufría [De nuevo, si eso es así, la conclusión es exactamente la contraria de la que saca D. César. Si éramos "trágicamente conscientes" de que sufríamos a los mentirosos, ¿cómo es posible acusarnos de que la mentira nos parecía algo sin importancia?]. Por desgracia, concluido el desastre de los Austrias –que tan certeramente supo reconocer Claudio Sánchez Albornoz y que algunos ignorantes se empeñan en negar– [¿Cómo puede un historiador hacer ese juicio de valor absurdo sobre todos los Austrias en general? ¿Cómo se puede meter en el mismo saco a Carlos I y a Felipe II, los monarcas más poderosos del mundo en su época, que impidieron que Europa cayera totalmente bajo el yugo del Islam, con por ejemplo el último monarca de la casa de Austria, Carlos II, un hombre incapaz de levantarse sólo de su cama. Me temo que lo que en realidad D. César no les perdona es su catolicismo]. España sólo se quedó con la venialidad de la mentira [Es increíble que D. César siga repitiendo esa falsedad. Cuesta mucho creer que no sepa que es falso lo que dice. Como ya hemos señalado antes, la Iglesia siempre ha enseñado que la mentira es un pecado grave o venial dependiendo del tipo de mentira, es decir, si ésta es grave o no, como cualquier persona con dos dedos de frente puede entender] y no con el análisis de las razones de su desgracia que la única cultura legal convirtió, por añadidura, en motivos de jactancia.

Guste o no guste reconocerlo –en esto no pocos españoles son también tuertos y sólo dan importancia a las mentiras que les perjudican o que pronuncian los del otro lado [En esto, estoy de acuerdo con César Vidal. No sólo los españoles, sino todos los hombres, desde el pecado original, tienden a ser estrictos con los oponentes y comprensivos con los de su bando, hasta llegar a deformar la verdad. Es triste que el mejor ejemplo de ello sea esta serie de artículos de D. César, en la que las falsedades históricas más evidentes encuentran cobijo siempre que sean anticatólicas] – la mentira es una característica bien triste de las naciones en las que no triunfó la Reforma [Y, por desgracia, también de aquellas en las que triunfó. Es una característica del hombre pecador. De ahí su inclusión en los mandamientos, los cuales, que yo sepa, no se dieron únicamente para las naciones "en las que no triunfó la Reforma"]. En Estados Unidos, en Gran Bretaña, en los países escandinavos, un político que miente ha firmado su acta de defunción [Bueno, si no recuerdo mal, Bill Clinton mintió al más alto nivel… y no pasó nada; los ejemplos de políticos que mienten sin consecuencias, en todos los países, llenarían páginas y páginas. Ciertamente, es algo repugnante, pero sólo alguien que vive fuera de la realidad puede pensar que sea exclusivo de España o de los países católicos]. En España, la mentira pronunciada por una alianza de políticos izquierdistas y nacionalistas y repetida por los medios de comunicación afines llevó al poder a ZP en 2004. No fue –y duele decirlo– una situación excepcional. La mentira no ha provocado el final de un solo político a lo largo de toda la Historia de España [Me temo que los políticos que hayan acabado su carrera por decir una mentira en todo el mundo, se podrían contar con los dedos de las manos; no es una profesión que promueva mucho la veracidad. Sin embargo, ya que D. César pide un ejemplo, le daremos un ejemplo… precisamente del tiempo de los Austrias a los que tanto desprecia. Felipe II tenía un gran cariño a al Cardenal Espinosa, Presidente del Real Consejo y hombre muy virtuoso. Sin embargo, descubrió en una ocasión que el Cardenal había faltado a la veracidad en un informe y le escribió "Así pues, ¿me habéis engañado?" El Cardenal, al leerlo, bajó la cabeza, se marchó a su casa y murió poco después, avergonzado (2).]. Se utiliza como arma arrojadiza contra el otro, pero son pocos, poquísimos los españoles que la sopesan como factor a la hora de decidir su voto salvo que sea un argumento añadido para arrojar a la cara del contrario.

Algo lamentablemente semejante sucede con la propiedad privada. Históricamente, el español no ha contemplado la propiedad privada como un derecho inviolable frente a los poderosos que es tanto más esencial cuanto más ayuda a proteger la libertad individual. Ésa es una idea neta y rotundamente protestante, surgida de las páginas de la Biblia, pero no ha arraigado jamás en las naciones donde no triunfó la Reforma [¿De verdad está afirmando Vidal que antes de la Reforma el robo se consideraba algo bueno. ¿Un historiador no conoce las durísimas penas por robo que existían en la Edad Media? ¿Las miles de páginas de Padres de la Iglesia o teólogos medievales sobre la maldad del robo son, en realidad, "neta y rotundamente protestantes"? ¿Las consideraciones de Santo Tomás de Aquino sobre la propiedad privada eran protestantes? ¿Las reflexiones sobre la importancia de la propiedad privada realizadas por los miembros de la Escuela de Salamanca como Diego de Covarrubias o Luis de Molina eran protestantes? Sólo falta decir que fue Lutero quien descubrió América]. A decir verdad, sólo la propiedad regia, ocasionalmente la nobiliaria, y, por supuesto, la perteneciente a la iglesia católica se han considerado sagradas e inviolables [Je, je. D. César se retrata con esto. La propiedad privada, para cualquier persona decente, es muchas cosas, pero no sagrada ni inviolable. No es inviolable, porque el Estado la expropia con razones justificadas y porque, en situación de total necesidad y para cubrir necesidades básicas, tomar lo necesario para vivir no es robar, sino una aplicación del destino universal de los bienes. Tampoco es algo sagrado, porque hacer del dinero algo sagrado es, en realidad, adorar a Mammón, cosa que no resulta muy cristiana. El robo es un pecado, grave o venial según lo robado, pero supongo que habrá que ser protestante para considerarlo un sacrilegio.]. De hecho, cuando en alguna situación de verdadera necesidad se ha llegado a la conclusión de que cualquiera de esas dos propiedades no era inviolable los españoles lo hemos pagado muy caro. Piénsese, por ejemplo, que la desamortización de bienes eclesiásticos del siglo XIX –que infructuosamente intentaron llevar a cabo, como tantas otras cosas indispensables, los ilustrados del siglo XVIII– todavía la estamos pagando en la actualidad y los aspectos económicos de los sucesivos concordatos y acuerdos entre el Estado español y la iglesia católica se han justificado jurídicamente desde hace dos siglos como una indemnización por aquella desamortización. Pocas veces se habrá conseguido mayor beneficio de una expropiación y por mayor espacio de tiempo y quizá no es extraño porque a día de hoy ni sabemos cuánta es la cantidad que hay que indemnizar ni por cuánto tiempo hay que hacerlo [Pero, ¿no era la propiedad privada "sagrada e inviolable" unas líneas más arriba en este mismo párrafo? Ahora resulta que sólo pierde ese carácter sagrado cuando se trata de la propiedad de la Iglesia, a la cual se debería poder esquilmar sin problemas ni consecuencias. Por supuesto, al hablar de reforma "indispensable", omite que las tierras de la Iglesia no se entregaron a nadie que las necesitara, sino a los ricos de la época, al estilo de lo que había hecho Enrique VIII con sus amiguetes en Inglaterra].

Dado que, históricamente, las únicas propiedades consideradas sagradas han estado unidas a la Corona y a la iglesia católica no sorprende que en España se respete tan poco la propiedad privada [Si no recuerdo mal, San Francisco de Borja, antes de ser jesuita, cuando aún era Virrey y Duque de Gandía, solucionó el problema de los ladrones y bandidos que asolaban la región colgándolos "a racimos" de las almenas de los castillos bajo su cargo. Se ve que no se había enterado de que sólo había que defender las propiedades de la Corona y de la Iglesia Católica]. Pasemos por alto esa impuntualidad que no es sino un robo a las empresas y que se intenta compensar en España –y Argentina– con un plus de puntualidad que no comprende –con razón– ningún inversor extranjero [En Estados Unidos, se hizo una encuesta en 2007 en la que se descubrió que ¡dos tercios! de todos los estadounidenses que llamaban al trabajo diciendo que estaban enfermos, en realidad no lo estaban. Otra encuesta que leí hace poco señaló que, en 2008, el 20% de los trabajadores en Estados Unidos afirmaban que llegaban tarde al trabajo al menos una vez a la semana ¿Serían todos católicos? Por otra parte, el Estatuto de los Trabajadores de España establece en su artículo 54 que "las faltas injustificadas y repetidas de asistencia o puntualidad en el trabajo" constituyen un incumplimiento de contrato y, por lo tanto, son causa justificada de despido. ¿Será la influencia protestante?]. Pasemos por alto el mínimo castigo que deriva de delitos como dar un cheque sin fondos penado en otras naciones incluso con la prisión [Quizá por el hecho de que aquí en España los cheques no se usan frecuentemente, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, casi son más utilizados que el dinero real. De todas formas, de nuevo el dato de D. César se presenta engañosamente. Hasta 1995, firmar un cheque sin fondos era un delito tipificado en el Código Penal (¡a pesar de la tradición católica española, supongo!). En esa fecha, se integró en la categoría más amplia de estafa, la cual está penada con "pena de prisión de seis meses a tres años, si la cuantía de lo defraudado excediere de 400 euros" (Código Penal Art. 249). Como es lógico, cuando no hay intención de estafar sino inadvertencia, la gravedad de lo sucedido es mucho menor o incluso nula.]. Pasemos por alto la costumbre generalizada de entrar en el jardín ajeno a coger flores o a robar fruta –algo que recuerdo haber afeado en mi infancia y adolescencia a bastantes niños sin que ninguno llegara a comprender mis escrúpulos morales y dejara de considerarme un aguafiestas– como si fuera el comportamiento más normal [Je, je. Difícilmente podría encontrarse un Padre de la Iglesia con más influencia en el Catolicismo que San Agustín o una autobiografía más leída en todos los siglos de la Iglesia que sus Confesiones. Pues bien, en ellas, este santo cuenta, varias décadas después de los acontecimientos, el remordimiento que aún sufría porque de niño había robado… unas peras, con sus amigos, del árbol de un vecino. Aparte de ese ejemplo, todos los niños católicos han aprendido durante siglos en el catecismo que robar es malo. Así pues, Vidal ha descubierto que la gente, a veces, no hace caso de lo que le enseñan. ¡Qué gran descubrimiento!]. El respeto a la propiedad privada para millones de españoles y millones de se acaba en la propia [Y para millones de ingleses, franceses, norteamericanos y senegaleses. El hurto menor es de las faltas más habituales cometidas en todo el mundo.]. Se llevan del trabajo los bolígrafos, los folios, los libros –en la católica cadena COPE tuve que acabar cerrando con llave mi despacho porque los hurtos llegaron a convertirse en un fenómeno diario–, la comida de los compañeros [Mamaaá, alguien me ha quitado el bocata…]sí, y no me obliguen a dar ejemplos concretos– y, por supuesto, en los hoteles, como es de todos conocido, las toallas o los albornoces cuentan con una partida ad hoc dado que no pocos huéspedes arramblan con ellos [Lo que no dice el bueno de D. César es que esa costumbre de llevarse toallas y demás parafernalia de los hoteles es bastante más habitual entre ingleses, alemanes o franceses que entre los españoles. Basta preguntar a cualquier hotelero].

Las anécdotas al respecto podría multiplicarlas no por docenas sino por centenares. Yo mismo fui testigo durante mi viaje de fin de bachillerato de cómo la inmensa mayoría de mis compañeros –educados rigurosamente por los Escolapios y, en general, buenos chicos– convirtieron en deporte robar postales en París [Está claro que merecían la horca, como Óliver Twist. ¡Unos adolescentes que, en un típico juego estúpido de adolescentes, robaron unas postales! ¡No sé cómo no se hundió España en ese mismo momento! ¿De verdad no ha conocido nunca D. César a adolescentes de otros países? Lo digo por lo curioso que es que confunda las características propias de la adolescencia con las características propias de ser español o católico]. Sucedía en la misma época en que en la sala de fiestas Cleofás de Madrid tuvieron que clavar los ceniceros a la mesa porque era la única manera de evitar que la gente se los llevara o acabaron por sustituir la cadena del inodoro por una cuerda miserable, no por avaricia sino simplemente porque la robaban todos los días [Con franqueza, aunque le duela a D. César: si alguien es tan pobre como para valorar una cadena de retrete, tiene todas mis bendiciones si se la lleva, aunque la benemérita, piadosa y altruista sala de fiestas de Vidal tenga que soportar el alto coste de pagar esos céntimos de sus beneficios].

No he contemplado esa conducta jamás en Suiza [¿Se refiere a la Suiza centroeuropea, en la que hay más católicos que protestantes, o es otra Suiza que no conozco?] –donde, por el contrario, he visto como la gente sube a los autobuses pagando el billete previamente en la parada y nadie engaña, o colocan los objetos perdidos en lugar visible para que la gente pueda encontrarlos a su vuelta– ni en Suecia, ni en Dinamarca ni en tantas naciones marcadas por la Reforma. Sí la he visto en Italia, en Grecia o en Hispanoamérica. [De nuevo, D. César hace trampas, porque lo que compara en realidad son países ricos con países pobres. Alguien con dinero no se molesta en robar el importe de un billete de autobús, pero eso no significa que no esté dispuesto a defraudar diez mil euros a su empresa, si puede hacerlo sin que le detecten] Y no deja de ser significativo que en una de las mejores películas españolas de los últimos años, Un franco, catorce pesetas, se recoja el episodio real de cómo un inmigrante español en Suiza tiene que enseñar a un compatriota que en su país de adopción no se roba en los supermercados… como en España [Je, je. De nuevo Suiza, donde los católicos superan ligeramente a los protestantes en número. ¿Cómo puede ponerse como ejemplo de país protestante?]. Allí el robo de pequeñas cosas no es –como la mentira– venial [De nuevo la falsedad sobre la mentira. En cualquier caso, ya me dirá César Vidal qué tipo de falta es, por ejemplo, comerse el bocadillo de la nevera con un rótulo que pone "Vidal". ¿Es un pecado mortal? ¿Habría que llamar a la guardia civil? ¿El fiscal, anonadado por tanta maldad, debería pedir cadena perpetua?]. El español que se ha visto obligado a vivir fuera aprende enseguida la lección si es que no venía con ella aprendida, pero ya lo hace en el seno de otra cultura distinta.

Hace apenas unos días me recordaba un amigo que está siguiendo esta serie desde el extranjero como en los años en que vivió en Suecia una ministra fue obligada a dimitir por usar dinero público para comprarse un fular que valía unos veinte euros. Ni en Italia, ni en Portugal, ni en España ni en Hispanoamérica, países todos ellos educados en la venialidad de esas conductas, veremos caso semejante [Supongo que D. César es consciente de que este caso que relata, cuyas circunstancias desconozco, es un caso excepcional en el mundo. He estado buscando información y no he encontrado nada similar, ni en países católicos ni protestantes, budistas o hinduistas. Usar un acontecimiento singular como prueba de algo no tiene sentido]. Por eso, la corrupción nunca –ni siquiera en la época de Felipe González en que nos desayunábamos con un caso diario– ha provocado un cambio electoral. Ruido, sí; envidias muchas, pero cambio de voto… no nos engañemos. Nunca se ha dado el caso [Esto evidentemente es falso. De hecho, el mismo cambio de Felipe González a Aznar se debió, en gran medida, a los casos de corrupción].

Y como los hechos son testarudos –que decía Lenin [Es muy buena frase, pero no es original de Lenin, el cual la dijo citando "un refrán inglés", probablemente originado en John Adams: "Los hechos son testarudos y no importa cuáles sean nuestros deseos, nuestras inclinaciones o los dictados de nuestra pasión, porque no pueden alterar los hechos y la realidad". Y yo añado: aunque sea una pasión anticatólica] – en las últimas horas he tenido ocasión de ver en televisión algunas declaraciones que dejan de manifiesto como, en el fondo, no son tan pocos los que son conscientes de la realidad de nuestras diferencias. El primero fue Llamazares acusando por dos veces seguidas a la política de ajustes de la UE –contraria al comunismo– de ser "luterana" [Está claro. Este ejemplo me ha convencido. Si lo decía Llamazares, tiene que ser una muestra del profundo catolicismo de esta opinión]. Sólo unas horas antes había contemplado un fragmento de una tertulia televisiva en la que un sacerdote, hablando de la doctrina social de la iglesia católica, señalaba cómo el capitalismo era peor enemigo de la iglesia católica que el socialismo al que ya habían vencido, sólo para que el presentador del programa, de manera inmediata, se apresurara a arremeter contra el liberalismo, censurara a los católicos que, en lugar de plantear puntos de vista "católicos", intentan abordar los problemas con criterios económicos [Pues hombre, quien piensa que los temas económicos se deben tratar únicamente con criterios económicos, sin tener en cuenta criterios morales, en castellano tiene un nombre: explotador sinvergüenza. No sé cómo se llamará eso en los países protestantes.]por lo visto, en su casa los fontaneros no aplican criterios profesionales sino católicos a la hora de desatascar una cañería [Evidentemente, para que sean buenos fontaneros, además de criterios profesionales, tienen que tener criterios morales/católicos, como el de no cobrarme de más, no engañarme con los materiales, no dejar los grifos preparados para que se me estropeen a los dos días y tenga que volverle a llamar, etc.], – y, acto seguido, dijera que el hecho de que las cosas cambiaran de valor era el Mammón contra el que hablan los Evangelios [Evidentemente, esto que cuenta Vidal es una caricatura engañosa e increíble, impropia de alguien que habla con buena fe].

Tenemos que dar gracias a Dios porque –espero– personajes así constituyen una minoría [Siento decir que esta precisión suena algo falsa, cuando la idea de esta serie es que los católicos son holgazanes, irrespetuosos con la ley, tendentes al robo y a la mentira, etc. precisamente por ser católicos. Si esos personajes constituyen una minoría, ¿en qué sentido se puede decir que su forma de ser es lo que caracteriza a España y la ha hecho diferente durante siglos? Quizá D. César ha empezado a darse cuenta de que, con esta serie, está consiguiendo quedarse sin lectores] y a día de hoy hay católicos que son magníficos economistas y no tolerarían majaderías semejantes sin darles respuesta. Con todo, estos personajes dejan de manifiesto el miedo –¿o es odio?– de siglos a la libertad, al capitalismo y al mercado, así como el gusto –¿o es codicia?– por el control social absoluto y la crucifixión del hereje [Históricamente, quienes mayor gusto mostraron por el control social absoluto y la persecución de los herejes fueron… los países protestantes, en los que el soberano mandaba en todo, incluido el ámbito espiritual y en los que los únicos herejes que podían vivir eran los de la herejía elegida por el Estado, los demás eran desterrados o liquidados]. A fin de cuentas, una herencia de siglos, para lo bueno y para lo malo, no se va en cuatro días y más si las lecturas son escasas, si se considera timbre de honor oponerse, por ejemplo, a la enseñanza del inglés o si se insiste en que un monarca fanático que provocó varias bancarrotas a pesar del oro de América fue un gran rey [Todo depende, claro, de lo que uno considere que es lo más importante del mundo. Si se trata del dinero, una bancarrota es lo peor que puede ocurrir. Si son más importantes Dios, la verdad, la justicia, el honor, la fe… las cosas son diferentes. Cada uno, que elija lo que quiera.].

Reflexionemos en las diferencias examinadas hasta ahora porque no son ni pocas ni baladíes: falta de ética del trabajo, tardía alfabetización –había muchos analfabetos todavía en los años setenta, después de la dictadura de Franco [Hay que ser sectario para escribir algo así, sobre todo si uno es historiador. Cualquiera que sepa algo sobre el analfabetismo en España sabe que durante el franquismo se consiguió uno de los mayores avances de la Historia de España (si no el mayor) en relación con ese analfabetismo, reduciéndolo del 24% (una cuarta parte de todos los españoles) hasta menos del cinco por ciento, principalmente gente de edad avanzada. Pero claro, como Franco era católico, olvidemos eso y hablemos sólo de que aún había algunos analfabetos (no "muchos", como dice Vidal) después del franquismo. ¡Qué sectarismo!], y yo tuve oportunidad de encontrármelos en Madrid donde ayudé a más de uno a aprender a leer y escribir [estupendo; Dios se lo premiará, sin duda]–, no menos tardía incorporación al mundo de la banca o al de la investigación científica, aceptación de graves conductas como pecados veniales… [Esta frase es un contrasentido. Las conductas graves, por su propia naturaleza, son pecados graves/mortales, no veniales. Persiste D. César en lo que pretende criticar: afirmar falsedades y considerarlas aceptables siempre que vayan contra los propios oponentes] ¿Podíamos dejar de ser diferentes? Sinceramente, no lo creo por mucho que haya quien se empecina en cerrar los ojos ante los datos numerosos y contundentes que nos proporciona la Historia [Efectivamente, hay quien se empecina en cerrar los ojos ante los datos de la Historia. Es algo especialmente triste cuando se trata de todo un historiador, cegado por los prejuicios anticatólicos]. Por desgracia, como veremos en sucesivas entregas, nuestras diferencias no acaban ahí. "

…………

(1) El Confesor del Rey en el Antiguo Régimen, Leandro Martínez Peñas, Editorial Complutense 2007
(2) Lo cuentan, por ejemplo, Baltasar Porreño en "Los dichos y hechos del Rey Felipe II" y también Walsh, en su vida de Felipe II.







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