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Portada:: Reflexión en libertad:: Lo de Reig Plá y los guardianes del paraíso laicista

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Lo de Reig Plá y los guardianes del paraíso laicista

Thu, 12 Apr 2012 15:02:00
 
Manuel Cruz / ANALISIS DIGITAL

Que un cura se atreva a hablar de pecado, incluso dentro de un templo, es exponerse a la chirigota pública apenas se enteren los vigilantes de lo políticamente correcto. Yo sé de curas que solo hablan de “errores” o, como mucho, faltas que no tienen importancia porque, a fin de cuentas, Dios es grande y lo perdona todo. De modo que nada tiene de extraño que si un obispo tiene la osadía de señalar como pecado algún comportamiento que ofende la ley divina, en especial la practica homosexual, el aborto, las borracheras o la corrupción de menores, ya sabe lo que le espera: la lapidación mediática por parte de los nuevos sayones del laicismo.

Es lo que le está pasando al bueno del obispo de Alcalá de Henares, monseñor Reig Plá, con su ya famosa homilía del Viernes Santo que casi nadie ha leído pero que todo ese mundo de la ortodoxia laicista ha sacado de contexto para convertirlo en un nuevo Esteban. Hasta mi buen amigo Arturo Pérez Reverte, esa voz desgarrada y desvergonzada, que apalea desde su atalaya de independencia verbal e intelectual, a cuantos desfiguran el lenguaje para imponer sus ideas, no ha dudado en pedir la expulsión de España o la cárcel para el prelado alcalaíno. Con su afilada lengua, el académico Arturo, mi entrañable compañero de “Pueblo”, ha venido a demostrar que el radicalismo laicista no solo anida en las filas de la izquierda anticlerical, sino en las meninges de quienes tratan de convertir la libertad de expresión en una patente de corso exclusiva para divulgar sus propias fobias y prohibir a los demás hasta la respiración.

No me lo esperaba de Arturo porque, aparte las cuentas que arregla de cuando en cuando con la Iglesia por razones que solo él sabrá, creía conocerlo bien como el más independiente de los caballeros andantes y desfacedores de entuertos, aunque le fascine la camorra medieval de los patriotas. En fin, no me duelen prendas al reconocer que lo quiero por encima de sus opiniones que respeto con la misma libertad con que respeto la fidelidad de Monseñor Reig Pla a la doctrina cristiana.

Sí, ya sé que en una sociedad secularizada que ha convertido lo que le apetece en una nueva moral pública cuyas tablas de la ley diseñó con todo cuidado un tal Rodríguez Zapatero en su laboratorio de género, no transige con quienes no están de acuerdo con ella. Ya le ocurrió al mismo Jesucristo, condenado a muerte por el “establishement” de su época, por transgredir las costumbres farisíacas y atreverse, entre otras cosas, a curar en sábado o perdonar a las adulteras, recomendándoles que no pecaran más.

Y así volvemos al principio: al pecado. Ya decía Pio XII, un Papa objeto frecuente de las iras del mismo Arturo antes citado –qué me importa a mí, hijo de republicano decente, lo que digan los socialistas o los comunistas que solían practicar el deporte de quemar iglesias, fusilar curas y violar monjas- que el peor pecado de la sociedad moderna es la pérdida de la noción misma de pecado. Si eso lo denunciaba a mediados del siglo pasado, hoy vemos cómo ese pecado ha llegado a convertirse en una especie virtud social, incluida la licencia para matar inocentes.

Si, ya vemos cómo hasta los terroristas justifican sus asesinatos con la “razón identitataria”, auténtico salvoconducto que les vale también para el “derecho a decidir” de los abortistas. Y cuando un Papa como Benedicto XVI -¿hay en el mundo quien pueda competir con él en inteligencia y capacidad de razonamiento?- denuncia que el preservativo no es la solución para frenar la propagación del sida y predica la castidad y la fidelidad matrimonial como los medios más eficaces para luchar contra la pandemia, el “lobby” gay y su cohorte de industriales enriquecidos por la muerte, se lanzan a la yugular del atrevido para negarle toda autoridad moral.

En fin, el pecado… ¿Y qué es el pecado, es decir, lo que el mismo Dios advirtió a Adán y Eva que no debían hacer y después refrendó en las Tablas de la Ley entregadas a Moisés? Los pecados, no son más que las malas acciones que deben evitarse porque rechazan la recta razón, la verdad y, en definitiva, el amor que Dios tiene a sus criaturas. Puedo entender bien que los ateos, que no reconocen la Verdad aunque la tengan delante, no quieran someterse a ese libro de instrucciones sobre el ser humano que son los Diez Mandamientos. Lo que no tengo capacidad para entender es que en una sociedad democrática, que debe distinguirse por el respeto del pluralismo y de las opiniones del contrario, se pretenda impedir la libertad de expresarse a un prelado de la Iglesia, obligado a evangelizar, o sea, a señalar el recto camino para evitar ese cáncer espiritual que mata al alma.

Es la libertad, una vez más, lo que está en juego. Y nos corresponde a quienes creemos en la democracia defenderla para preservarla de la contaminación liberticida, otro pecado… Como guinda de mi reflexión, sin necesidad de llamar cobardes a quienes no se atreven a criticar con el mismo rasero a creyentes de otras religiones, me arriesgo a preguntarles: ¿por qué atacan a quienes predican paz y perdón en nombre de quien murió por los pecados del mundo para liberarnos de la muerte? Acaso sea porque, como ha demostrado la historia, es más fácil matar a un cura, expulsarlo o meterlo en la cárcel que matar, encarcelar o expulsar a Dios, aunque se haya proclamado mil veces que Dios ha muerto.







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