BUENOS DÍAS. POR FAVOR. GRACIAS.

Recuerdo que en mi infancia estas palabras eran usuales, y que se enseñaban en el colegio, además de, por supuesto, en mi casa, como en la mayoría de las familias. Se diría que tales expresiones han sido secuestradas en nombre de una pretendida sinceridad en el lenguaje, porque no nacen del deseo que se expresa, y no pasan de ser una fórmula de urbanidad. En la línea de evitar aquello que considero extraño a mí estoy dando carnaza a mí “yo”, y me estoy alejando de eso tan manido hoy: “la solidaridad”.

Cuando entro en un comercio o subo al bus, lo natural es desear un buen día a quien me sirve, y tiene derecho a que le pida las cosas por favor, y a que le dé las gracias por el servicio. Nos pasamos una parte de nuestra vida sirviendo a los demás, y el resto siendo servidos…

Pienso que la larga agonía que viene sufriendo el educar, que incluye enseñar a ser “educado”, está en sintonía con un desafortunado abandono por parte de los educadores –padres y colegio- de su obligación de “educar” con su palabra y –sobre todo- con su ejemplo. Comencemos a practicar las fórmulas del encabezamiento y comprobaremos cuán necesitada está nuestra sociedad de una educación que siempre tiene presente al “otro/a”.