La libertad es algo consustancial al ser humano, es una
cualidad intrínseca de éste y hay que
conquistarla día a día y, no solo en relación a factores exteriores, sino en
cuanto a uno mismo. Hay que aprender a interiorizarla y esta es la libertad más
difícil de conseguir pero la más importante y la que es el origen de todo tipo
de libertades. Cuenta con otros aliados:
inteligencia y conciencia. La adecuada conjunción de estos tres elementos es la
que confiere al hombre y a la mujer su dignidad, les proporciona la capacidad
para obrar como auténticos seres humanos.
Existe algo que enturbia, en ocasiones, esta necesaria conjunción de libertad y
conciencia. Esto sucede cuando el ser humano se constituye a sí mismo como
autor del criterio último del bien y del mal, creyendo que eso significa un
signo de madurez. Y resulta que la conciencia no es la fuente del bien y del
mal, ni puede ser un instrumento servil de nuestro egoísmo o de nuestra
comodidad, ni una coartada para nuestras pasiones. Si no se reconocen valores por encima de la
voluntad individual ¿en qué se puede desembocar?
La historia demuestra que esta libertad para todos puede
llegar a ser una libertad para los más fuertes, los poderosos, los despabilados
o los que no tienen escrúpulos, al mismo tiempo que una libertad menor para el
resto de las personas. ¿Servirá un
ejemplo? La libertad de expresión es algo noble, necesaria al ser humano para
desenvolverse como tal. Pues bien, la libertad de expresión sin límites,
aplicada a la esfera sexual ¿a qué conduce? Pues, claramente, al
embrutecimiento de muchos y al enriquecimiento material de unos cuantos ya que
la pornografía es un negocio millonario.
Entonces, haciendo una deducción de todo lo expuesto, algo
tan grande y valioso como es la libertad ¿podemos colaborar a que degenere en
la explotación del ser humano y en la violencia? Considero que nadie se puede
sentir ajeno a este tema ya que todos colaboramos, al menos, con nuestra
inhibición, a esta nociva permisividad ambiental en todos los órdenes.
La finalidad de la conciencia es formar un recto juicio
sobre la aplicación de la norma a la acción concreta y, no por eso, somos menos
libres. Ahora bien, es necesaria una voluntad recta para seguir lo que la
propia conciencia dicta que, no siempre, es lo que deseamos descubrir. Si cada individuo se constituye en ley para
sí mismo, la sociedad llegará a un creciente “laissez faire” moral y nadie
podrá asombrarse de que se promuevan campañas para liberalizar el aborto, la
eutanasia, el suicidio y todas las formas públicas de desviación sexual.
Por muchos argumentos que algunos puedan esgrimir, existe un
orden de moralidad que no se debe a la creación humana, está por encima de
situaciones personales, es algo esencial y constitutivo. A este respecto, el Concilio Vaticano II
afirma lo siguiente: “No hay ley humana que pueda garantizar la dignidad
personal y la libertad del hombre con la seguridad que comunica el Evangelio de
Cristo.”
Algunos piensan que es un feliz logro que el destino humano
sea tratar de conseguir el paso por la vida en las condiciones más cómodas a
no-se-sabe-dónde. Como dice Cormac Burke: “Todos a bordo, por favor, y
sociedades enteras suben a empujones, beben sus refrescos, leen su literatura
permisiva, hablan de las ventajas de viajar, con compañías de transporte de
mentalidad liberal (pasando tranquilamente por alto el hecho de que algunos
pasajeros, por lo que se ve, empiezan a llevarse mal, hasta el extremo de
tirarse petardos e incluso bombas), afirman alegremente que nunca lo han pasado
tan bien y prometen que (aunque no tienen la menor idea de adónde van) la misma
compañía, indudablemente, contará con su clientela (sus votos) en el viaje
siguiente. Si la democracia significa algo, significa que es el público quien,
en última instancia, posee el derecho de determinar qué rutas hay que seguir y
quién va a conducir el autobús. Bien, entonces, que el público se despierte y
comience a ejercer sus derechos personales y democráticos.”
Hay que estar cegados para no ver que el llamado mundo occidental
es una sociedad con abundancia de bienes materiales y muy pobre en contenidos
espirituales, culturalmente raquítica y socialmente insolidaria. Así, comprobamos cómo el crecimiento
económico no lo es en beneficio de todos. Es un verdadero escándalo la
convivencia de una sociedad opulenta con otra parte de esa sociedad que padece
una clara penuria económica.