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Apuntes para una discusión sobre el Concilio Vaticano II

Tue, 27 Mar 2012 07:01:00
 
Bruno Moreno Ramos / INFOCATOLICA

El otro día, escribió Luis un interesante comentario, en el artículo Un día triste, sobre el Concilio Vaticano II, en relación con las conversaciones entre la Santa Sede y los lefebvristas. Creo que sería una buena idea conversar un poco, tomando como base lo escrito por Luis, sobre los criterios de valoración del Concilio Vaticano II, cuál debe ser la actitud de un católico ante el mismo, el valor de sus distintos elementos, etc. Para ello, he comentado en rojo el texto de Luis.

Antes de continuar, quiero decir que, hasta donde yo puedo ver, el comentario de Luis es totalmente ortodoxo. Eso no quiere decir que sea en mi opinión totalmente acertado, sino que es una postura que un católico puede tomar legítimamente. Lo digo para evitar descalificaciones apresuradas que no llevan a ninguna parte.

………………………………

El tema es complejo. El Vaticano II fue, básicamente, un experimento pastoral, consistente en entablar un diálogo con el mundo moderno y modernizar la Iglesia [Cierto, pero conviene recordar que "experimentos" similares se han realizado muchas otras veces en la Iglesia. La misma filosofía de Santo Tomás fue un experimento de diálogo con el mundo moderno de la época. El Concilio de Nicea y también los de Éfeso, Calcedonia o Constantinopla fueron experimentos de diálogo con el mundo moderno de la filosofía griega. Aunque ahora suene a antiguo, el Concilio de Trento fue, en buena parte, un intento de renovar la Iglesia. Después de todos ellos, muchísima gente dejó la Iglesia. Después del de Nicea, la mayoría de los obispos cayeron en la herejía]. El presupuesto sobre el que se fundaba tal finalidad doble era la creciente toma de conciencia de la dignidad del ser humano por parte de la Humanidad, y consecuentemente, la posibilidad de transformar el humanismo ateo en humanismo cristiano, con el patronazgo del democratismo maritaniano.

Quienes se mostraban escépticos ante tal perspectiva fueron estigmatizados como profetas de desgracia. [Cierto, en buena parte. Quizá es el aspecto del Concilio que peor ha soportado el paso del tiempo: el ambiente general de optimismo que se respiraba y que no correspondía a la situación real. Una vez más, esto no es nada nuevo. Ha sucedido en otros concilios, porque el Espíritu Santo no ha prometido asistir al "ambiente general", ni al estado de ánimo de los padres conciliares, etc.]

La metodología empleada fue el uso de un lenguaje moderno, poco preciso, ambiguo, y un estilo ensayístico [Aquí, hay que precisar más. Es cierto que se utilizó un cambio de estilo literario con respecto a concilios anteriores. En lugar de proposiciones cortas de condena de errores, se empleó un estilo propositivo, de anuncio de la fe católica, más parecido, por ejemplo, a las encíclicas papales anteriores y posteriores que a las definiciones dogmáticas de errores de otros concilios. En esto reside fundamentalmente la famosa finalidad pastoral del Concilio (y no en una (falsa) ausencia de afirmaciones dogmáticas en el mismo). Conviene recordar, sin embargo, que es imposible hacer desaparecer toda ambigüedad en el lenguaje humano. Muchos adversarios del CVII parecen ignorar que, en los concilios anteriores, hubo grandísimos problemas de interpretación. Por ejemplo, tras el de Éfeso, en el que se condenó el nestorianismo, los partidarios del monofisismo, que era la herejía contraria, consideraban que en Éfeso se habían aprobado sus errores e hizo falta el Concilio de Calcedonia sólo veinte años después para precisar el asunto. Después del Concilio Vaticano I, se extendieron mucho falsas interpretaciones del dogma de la infalibilidad y la Santa Sede y los obispos tuvieron que precisar lo definido una y otra vez . Se buscaba apreciar los valores subsistentes en la modernidad, sin condenar demasiado los errores [Yo reformularía: se puso el énfasis en reconocer lo bueno de la sociedad moderna, pero sin dejar de condenar los errores. De hecho, el Concilio condenó, por ejemplo, el secularismo, el aborto, la anticoncepción, el marxismo (sin llamarlo por su nombre, para proteger a los cristianos orientales), la esterilización o el irenismo]. Y se avenía a diluir las señales mas precisas de la identidad católica: la liturgia, la sacralidad, el teocentrismo. Pablo VI presento la nueva liturgia como un sacrificio de la belleza secular en aras de su difusión e inteligibilidad [Las tres cosas mencionadas son características esenciales de la liturgia. La belleza de la liturgia refleja la belleza del culto celeste y del propio Misterio de Dios. Al mismo tiempo, nuestro culto es un culto razonable, con toda nuestra mente, por lo que tiene que ser, en cierta medida, inteligible. Finalmente, a participar en ese culto están llamados todos los hombres, porque Dios quiere que todos los hombres se salven. Es decir, las normas litúrgicas siempre han de buscar un equilibrio entre todos los aspectos de la liturgia (que son estos y muchos otros), evitando favorecer sólo algunos a costa de los demás. Al ser la reforma litúrgica producto de los trabajos bastante apresurados de un reducido comité, se subrayó ante todo la inteligibilidad, porque eso es lo que hace un comité. Difícilmente puede un comité dar lugar a belleza. De todas formas, en este tema hay que recordar que la reforma litúrgica del Concilio no ha terminado. La liturgia es algo tan importante para la Iglesia que cualquier reforma profunda en ella tiene necesariamente que durar mucho tiempo, probablemente siglos. Es decir, la reforma litúrgica no es algo que se hizo en los años sesenta y ya está. La Iglesia sigue trabajando en esa reforma, perfeccionando lo hecho, solucionando carencias y corrigiendo errores. Algunos ejemplos son la nueva traducción del misal al inglés, que ha corregido grandes carencias de la traducción anterior, el decreto sobre la traducción del pro multis, la rehabilitación del usus antiquior, el enriquecimiento mutuo entre la forma ordinaria y la extraordinaria, la recuperación en muchos lugares de la celebración ad orientem e incluso el cambio de lugar del rito de la paz, concedido al Camino Neocatecumenal y solicitado por algunos obispos para la Iglesia universal. Hay que decirlo con claridad: la reforma litúrgica está aún en pañales. El mundo moderno siempre tiene prisa, pero la Iglesia ve las cosas de otra forma y estas cosas duran siglos, porque es la única forma de que, por ósmosis dentro de la vida de la Iglesia, cualquier nueva reforma se empape de la Tradición].

Este intento, es evidente, fracasó. El dialogo se trocó en invasión ideológica del mundo sobre la Iglesia, en pérdida de identidad de esta y en cerrazón creciente del mundo ya no solo sobre los valores trascendentes sino incluso a la dignidad humana tan apreciada en los documentos conciliares [Aquí, quizá, es donde más conviene hacer la distinción clásica entre el Concilio y el pretendido "espíritu conciliar". Basta leer los textos literales del Concilio para ver que, en ellos, no hay pérdida de identidad católica, de valores trascendentes ni de dignidad humana. En cambio, esa pérdida es evidente en muchísimos cristianos, incluidos sacerdotes, religiosos e incluso obispos, de las décadas posteriores al Concilio. Por desgracia, tampoco esto es algo nuevo en la historia de la Iglesia, en la que coexisten siempre la fuerza de Dios y la debilidad humana. ¿Cuántos padres firmantes del Concilio de Nicea se plegaron luego al arrianismo? Tristemente, muchos de ellos.]. La Iglesia, efectivamente, era una ciudad sitiada en el preconcilio; se convirtió en el post[concilio] en una ciudad tomada, mientras en el bastión la autoridad pontificia se lamentaba con poca efectividad, "esperábamos una Primavera después del Concilio y vino el invierno" [de nuevo el optimismo ingenuo].

Por cierto, y antes de que comiencen los neocones a rasgarse las vestiduras ante la afirmación de que un Concilio puede fracasar en sus objetivos o eficiencia por falta de oportunidad, metodología o felicidad en la exposición [Importante distinción: un Concilio puede, ciertamente, fracasar en sus intenciones de reforma, en sus objetivos de diálogo, conquista o lo que sea. Igual que un Papa puede promover iniciativas que luego no den mucho fruto. Por ejemplo, ¿sería posible que los nuevos Ordinariatos anglicanos fracasasen? Sí. Ojalá no suceda, pero es perfectamente posible, porque la historia no la dominan los hombres, ni siquiera los papas o los concilios, sino solamente Jesucristo. Eso no implica, sin embargo, que sea posible desobedecer las órdenes que dicte ese Papa. Es decir, la validez disciplinar de las órdenes de un Papa o de un Concilio permanece en principio mientras no haya órdenes en otro sentido. Mucho más importante aún es realizar la distinción con el ámbito doctrinal, el cual sí que recibe una ayuda especial del Espíritu Santo, a diferencia del ámbito de las expectativas humanas], les propongo que mediten esta cita y ejemplo histórico: «No todos los concilios legítimos de la historia de la Iglesia han sido concilios fructuosos. De algunos de ellos sólo queda, como resumen, un enorme «celebrado en vano». [Nota de pie de página:] En este contexto, se menciona con frecuencia, y con razón, el concilio Laterano V, celebrado en 1512-1517, pero sin aportar una ayuda eficaz para la superación de la crisis amenazante.» (Joseph Ratzinger, Teoría de los Principios Teológicos) [En realidad, la cita es de doble filo, porque creo recordar que a continuación se dice que esa falta de efecto de las decisiones del Laterano V se debió a que no fue puesto en práctica, por falta de voluntad de los que debían llevarlo a efecto (además de por las circunstancias, ya que la aparición de Lutero, pocos años después, cambió radicalmente la situación). De hecho, si algo es evidente con respecto al Concilio Vaticano II es que lo que se puso en práctica en muchísimos casos no era lo aprobado en los textos conciliares, sino el famoso "espíritu del Concilio" que, en realidad, era el espíritu de Babel, el espíritu del indiferentismo, el espíritu de la mundanización y el espíritu de la incredulidad. Nada de eso he encontrado yo en los textos del propio Concilio].

El desafío que motivo el Concilio sigue vigente, pero si no reconocemos que la forma de abordarlo, la metodología y sobre todo el optimismo antropocéntrico y pelagiano que era el clima de los sesenta y que tiñe los textos conciliares no sirvieron, no sirven, ni servirán, poco se podrá hacer. Sólo si reconocemos la crisis de identidad, [evidente en una gran parte de los católicos] que hunde sus raíces en el experimento pastoral fallido del Concilio [quizá la afirmación menos apropiada de todo el texto de Luis. En primer lugar, porque la aplicación de un Concilio importante, como decíamos, es cosa de mucho tiempo y no está ni mucho menos terminada (en parte porque lo que se aplicó en muchos casos no era el Concilio, sino otra cosa). En segundo lugar, porque es un tema analógico y no digital. Es decir, el Vaticano II no se propuso un solo objetivo concreto, cuyo cumplimiento o incumplimiento se pueda establecer fácilmente. De hecho, fue tremendamente ambicioso, igual que el de Trento, en el sentido de buscar una renovación que afectara a toda la vida de la Iglesia. En tercer lugar, porque no sabemos lo que habría ocurrido sin el Concilio. Por ejemplo, ¿es posible que, sin el énfasis del Concilio en la importancia de los seglares, el extravío de tantísimos religiosos y sacerdotes hubiese arrastrado a muchas más personas? Ciertamente lo es. En cuarto lugar, porque no tiene en cuenta los frutos que sí ha dado el Concilio. Un ejemplo pequeño pero significativo: antes del Concilio prácticamente ningún laico rezaba el Oficio Divino; hoy en día yo conozco a cientos de seglares que lo hacen], en la condena de los profetas de desgracia [de acuerdo], en la exaltación de un imposible humanismo cristiano [otra afirmación demasiado categórica; "humanismo" es un término ambiguo donde los haya. Si por humanismo se entiende una ideología donde el ser humano es un absoluto, con total autonomía, y constituye el centro de todo, es imposible considerarlo cristiano. En cambio, si el humanismo supone poner en el centro de la cosmovisión el hecho sorprendente de la encarnación del Hijo de Dios, es decir, al Dios-hecho-hombre, con todo lo que ello implica de dignificación de cada hombre, no sólo es algo cristiano, sino que podría decirse que es la característica distintiva del cristianismo] y en la dilución de la identidad católica [cierto, probablemente el peor fruto del desmadre posconciliar], podremos dar vuelta de página. Esto es lo que oscuramente se debate con los lefebristas, quienes con obstinación captan el problema pero no terminan de afrontarlo con una visión global [yo diría que falta verdadera esperanza cristiana] y no terminan de convencerse de que la Iglesia terminará depurándose de la enfermedad del humanismo con ellos o sin ellos [Una afirmación clarividente. Los lefebvristas captan muchos de los (grandes) problemas de la Iglesia, pero parecen pensar que la solución son ellos, que representan o custodian en exclusiva la Tradición, una afirmación que es tradicionalmente insostenible y a la que le falta sobrenaturalidad. Es una respuesta comprensible dados los problemas a los que intenta responder, pero meramente humana y, por lo tanto, no propiamente católica, aunque se revista de tradiciones.]







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