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Mi gratitud a Cristina Cifuentes

Mon, 20 Feb 2012 16:02:00
 
MANUEL CRUZ / ANALISIS DIGITAL

Hay que agradecer a la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, su ocurrencia de enmendar la ponencia política del Congreso del Partido Popular en el sentido de erradicar la alusión de “humanismo cristiano” que figura, además, en los estatutos del partido. La consecuencia del debate abierto ha sido diametralmente opuesta a lo que pretendía, al verse obligados los congresistas no solo a rechazar la enmienda sino a reforzar la inspiración cristiana del humanismo que pretende practicar en su acción gubernamental. Otra cosa es que los nuevos dirigentes del PP estén plenamente convencidos de que la “inspiración” de su acción política como partido, sea coherente con los conceptos de dignidad humana, libertad, verdad, igualdad y responsabilidad tal y como los concibe el humanismo cristiano.

La enmienda que se proponía defender la señora Cifuentes, tan modosita ella en sus expresiones y tan seductora con su rostro casi angelical, no reflejaba más que esa tendencia del materialismo moderno, tan practicada por el liberalismo a ultranza y el socialismo, a considerar lo “cristiano” –es decir, lo trascendente- como un retroceso en las conquistas sociales, cuando es justamente lo contrario. De ahí que, sin renunciar al “humanismo” la señora Cifuentes pretendiese adjetivarlo como “occidental o europeo” dando por entendido que nuestra civilización se nutre del pensamiento judeocristiano, pero sin necesidad de citar sus raíces. Más o menos lo que ya ocurrió en el debate previo a la adopción de la Constitución europea, redactada por un agnóstico liberal, Valery Giscard d’Estaing, al que le producía alergia la herencia moral de los “padres de Europa”, profundamente impregnados de la filosofía de Jacques Maritain, el gran impulsor, precisamente, del “humanismo cristiano”.

Curiosamente, la señora Cifuentes, acaso sin saberlo, incurrió en el error denunciado por Maritaín en su crítica del materialismo, cuando afirmó que el síntoma más alarmante de la crisis actual –hablaba en los años treinta, en plena emergencia del marxismo y del nazismo- consiste en que mientras estamos empeñados en defender los valores cristianos, “con hasta frecuencia hemos perdido la fe y confianza en esos mismos principios”. “Lo más frecuente –afirmaba el pensador francés, por cierto de origen protestante y casado con una judía- es que olvidemos los verdaderos y auténticos principios” al caer en la debilidad de esa ideología insustancial…

Pero acaso lo que más me ha llamado la atención ha sido que la señora Cifuentes se haya sentido muy ofendida por las críticas vertida contra ella desde algunas columnas y tertulias que tanto contribuyen a la difusión de titulares sin contenido, porque ella, a fin de cuentas, se siente muy católica… y solo pretendía deslindar la acción política de una confesión religiosa. Por cierto que esos críticos se han limitado tan solo a señalar que lo “cristiano” es una simple expresión “cultural”, una seña de identidad de nuestra civilización que, en realidad, ha perdido su sustancia religiosa. Es decir, que lo “cristiano” es una especie de adjetivo que, en todo caso, solo sirve para diferenciar al PP del relativismo ateo practicado por el socialismo. O sea, un cristianismo descristianizado y, por ende, deshumanizado…

En todo caso –y vuelvo a mi afirmación inicial- hay que agradecer a la señora Cifuentes su propuesta porque así se ha revelado que tan solo contaba con el apoyo de cinco congresistas frente al millar que ha representado al PP en su XVII Congreso. Y no solo eso: ha dado ocasión para que el presidente de Galicia, Alberto Núnez Feijóo, autor de la ponencia social que recogía el término “humanismo cristiano” como un todo inseparable –el propio Maritain se inclinaba por definirlo como “humanismo integral”- para recordar que ese humanismo forma parte de la historia de Europa. Por su parte, el eurodiputado Jaime Mayor Oreja, al dar testimonio de sus convicciones cristianas, no dudó en reclamar como necesaria una regeneración moral y política en España y en la Unión Europea que debería liderar el presidente Mariano Rajoy y para la cual hacen falta “dosis ingentes de humanismo…cristiano”. Uno de estos valores, del que ya está haciendo gala el Gobierno de Rajoy, es el de decir la verdad a los españoles… y a los europeos.

A todo esto parece obligado preguntarse qué es el humanismo cristiano. Recordemos de pasada que el “humanismo”, en sí mismo, objeto de distintas controversias a lo largo de los siglos desde sus inicios en la filosofía griega, ha quedado en la historia como una actitud que reivindica la dignidad del ser humano, los derechos y las libertades. Si para los agnósticos este humanismo es posible sin referencia a Dios, para los pensadores cristianos, ya desde San Agustín, es inseparable a la revelación divina que da todo su sentido a la Creación y al ser humano como criatura divina. El humanismo cristiano, en definitiva, está basado en la trascendencia del hombre y en el amor fraterno. Para Benedicto XVI, la fuerza más poderosa que existe al servicio del desarrollo humano es, precisamente, el humanismo cristiano “que vivifica la caridad y se deja guiar por la verdad”, acogiendo ambas como un don permanente de Dios. Con esta definición, contenida en su encíclica “Caritas in veritate”, el Papa viene a resumir todo el contenido social, económico, laboral y religioso de la Doctrina Social de la Iglesia.

De modo que, dejémonos de eufemismos: el humanismo cristiano es, en sí mismo, la práctica de la caridad, y espera la salvación del mundo por medio de Jesucristo. De modo que no valen medias tintas: si definimos como cristiano el humanismo es porque el Cristianismo tiene puesta la esperanza en la resurrección de la carne y en la vida eterna, mientras que el “humanismo” a secas, al no creer en Dios, se convierte en una mera filantropía sujeta al capricho individual, según guste o no guste, es decir, en el relativismo. Sin redención no hay libertad que valga y no se entiende ni la fraternidad, ni la tolerancia, ni el progreso humano y, por supuesto, la verdad misma.

La gran revolución social pendiente no consiste en esperar que la ciencia y la técnica remedien todos los problemas humanos, incluso -¡ay!- la muerte, sino en que los cristianos creamos de verdad lo que rezamos en el Credo… y que la fe sin obras no basta para la salvación. Obras son amores y no buenas razones. De modo que no tenga demasiado reparos el Partido Popular, una vez soltado lastra laicista, en poner en práctica sus convicciones estatutarias. La sociedad se lo agradecerá aunque nos ahoguemos en los problemas económicos,







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