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“Su vida al servicio de España nos resulta inexplicable sin la fuerza inspiradora y motivadora del amor cristiano”

Tue, 01 Apr 2014 09:01:00
 

Madrid/ESPAÑA.- El Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, presidió ayer en la Catedral de la Almudena el funeral de Estado por el expresidente del Gobierno Adolfo Suárez, fallecido el pasado 23 de marzo tras una larga enfermedad. En su homilía, el Cardenal destacó que su familia, sus hijos y nietos reconocerían que “al avivar los recuerdos de su larga, limpia y generosa trayectoria en esta hora de la prueba decisiva, que es la muerte (…) se nos impone el convencimiento de que a él también le apremiaba el amor de Cristo, del que hablaba San Pablo a los fieles de Corinto”. rajoy

En su homilía, el Cardenal destacó de Adolfo Suárez -enterrado en el Claustro de la Catedral de Ávila- que su vida “al servicio de España nos resulta inexplicable sin la fuerza inspiradora y motivadora del amor cristiano”. Y afirmó que “su plegaria es hoy nuestra plegaria, la plegaria de la Iglesia en España. ¡Es la plegaria de España!”. Prueba de ello, dijo, es “la la presencia de Sus Majestades los Reyes, de sus Altezas Reales los Príncipes de Asturias, de los representantes de las más altas instituciones del Estado, de numerosos fieles, ciudadanos de Madrid y procedentes de otros lugares de la geografía patria, y de los que están siguiendo la ceremonia por las pantallas de televisión. Son el eco y el testimonio emocionado de profundos y nobles sentimientos de aprecio, estima y gratitud sinceras para con aquella persona que sirvió a los españoles con rectitud y fortaleza ejemplares en uno de los momentos más cruciales y delicados de su historia contemporánea”.

También, puso de manifiesto que “es la nobleza de corazón de tantos creyentes y de tanta gente sencilla y de buena voluntad que se expresó espontáneamente desfilando en largas e interminables colas ante su cadáver para rendirle un último homenaje de reconocimiento a su persona y que se manifiesta, sobre todo ahora, en la oración por él y, ¿cómo no?, también por España”.

Recordando al Papa Francisco, habló “del valor de la fe del pueblo sencillo para acertar en el discernimiento de lo que hay de verdad y de bien en las personas y en los acontecimientos que marcan los caminos de la historia”. “Es esa conciencia sana de las almas sencillas la que ha atisbado y juzgado con acierto que, para comprender y valorar el significado más profundo de lo que sostuvo la vida y de lo que ha sido la muerte del que fue Presidente del Gobierno Español durante casi un lustro, D. Adolfo Suárez, no se pueden olvidar las palabras de Jesús cuando aseguraba a sus discípulos: “que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

“Huir del juicio según la carne para juzgar según el Espíritu es lo que nos posibilita la imprescindible apertura de la mente y del corazón para admitir y aceptar nuestra deuda con nuestro hermano Adolfo, llamado ya por el Señor de la vida y de la muerte a su presencia, y para enfrentarnos honradamente con las consecuencias personales y colectivas que debiéramos extraer de la experiencia de las circunstancias tan complejas, duras y dolorosas que enmarcaron su vida y rodearon su muerte. Mirando al bien de España, a su presente y a su futuro”.

El cardenal Rouco se preguntó que si la concordia fue posible con él, “por qué no ha de serlo también ahora y siempre en la vida de los españoles, de sus familias y de sus comunidades históricas”. Y es que Suárez “buscó y practicó tenaz y generosamente la reconciliación en los ámbitos más delicados de la vida política y social de aquella España que, con sus jóvenes, quería superar para siempre la guerra civil: los hechos y las actitudes que la causaron y que la pueden causar”.

También destacó “su vuelta a una vida de familia más intensa, dedicada al cuidado tierno y sacrificado de la esposa y de los hijos, después de la retirada dolorosa de la vida pública, y el asumir el largo tiempo de la propia enfermedad, humanamente hablando tan oscuro, haciendo propio el dicho de Jesús –“El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna” – nos ha dejado un testimonio ejemplar y, en su prolongado silencio, una advertencia elocuente de cuáles son y deben ser los auténticos y fundamentales valores, los absolutamente necesarios, si se aspira a edificar un tiempo nuevo para la esperanza de nuestra sociedad y de cualquiera otra. En una palabra, si se quiere vivir, y ayudar a vivir a sus jóvenes generaciones en libertad, justicia, solidaridad y paz”.

“La forma sobrenatural de su aceptación y de su vivencia del sufrimiento en la difícil y heroica temporada de la enfermedad de su hija y de su amada esposa y en los años crueles de la propia, que él asumió enteramente, hablan de un hombre de arraigada y profunda fe cristiana, muy consciente de que siguiendo y sirviendo a Cristo hasta la Cruz estaría con Él y con sus hermanos, amando en el tiempo y en la eternidad”. Y recordó el pasaje de Juan: “El que quiera servirme –decía el Señor– que me siga, y donde esté yo, allá también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará” para afirmar que “una buena y hermosa lección para los católicos de esta España de hondas raíces cristianas llamados con urgencia histórica a ser y servir de fermento de nueva humanidad en medio de sus conciudadanos, afrontando humilde y valientemente el compromiso del amor cristiano con la sociedad y con el pueblo al que pertenecen!”.

Concluyó señalando que “son –¡somos responsables!– de que una gran tradición espiritual, que ha configurado en decisiva medida la historia del alma de España –¡su historia interior!–, no solo no se pierda, sino que renazca como esa “nueva criatura” de la que hablaba San Pablo a los Corintios: “El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado”,

Finalmente, pidió a la Virgen María que nos acompañe en nuestra plegaria en esta Eucaristía por nuestro querido hermano Adolfo y por España: ¡Ella que es la Madre del Amor Hermoso!”.

La Eucaristía estuvo concelebrada por los tres obispos auxiliares de Madrid, Mons. César Franco, Mons. Juan Antonio Martínez Camino y Mons. Fidel Herráez, el presidente y el secretario general de la CEE, Mons. Ricardo Blázquez y José María Gil Tamayo, respectivamente, así como el cardenal arzobispo de Barcelona, Luis Martínez Sistach, el Cardenal José Manuel Estepa, y el arzobispo castrense, Mons. Juan del Río.

Al acto acudieron las máximas autoridades del Estado, encabezados por el jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, y los presidentes del Congreso y el Senado, y del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, entre otros.

Entre los más de mil asistentes al funeral se encontraban también todos los ministros del Gobierno a excepción del titular de Economía y los tres expresidentes del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar y Felipe González, así como todos los presidentes de Comunidades Autónomas y de las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla y medio centenar de autoridades internacionales.







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