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Cardenal Rouco Varela: Hay que dar gracias a Dios por esta nueva hora de la Archidiócesis de Madrid

Tue, 09 Sep 2014 10:02:00
 

En su intervención en el informativo diocesano de COPE, el Cardenal Antonio María Rouco Varela, Administrador Apostólico de Madrid, explicó que “dar gracias a Dios es deber primero y fundamental del hombre en toda ocasión y en todo tiempo. En realidad la vida humana se logra cuando puede ser interpretada y realizada como una acción de gracias a Aquél de quien procede todo bien: bien natural y bien sobrenatural. Todo lo que existe sería nada sin el Dios Creador; el hombre sin Él, Creador y Redentor, se vería remitido a la perdición. En saber dar gracias a Dios Padre, que nos ha salvado por Jesucristo su Hijo –¡Hijo de Dios e Hijo de María!– en el amor infinito del Espíritu Santo, consiste la regla de oro para que nuestra vida en la peregrinación de este mundo sea cada vez más plena y más felizmente lograda: ¡verdadera senda de santidad!”.

Recordó que “el pasado 28 de julio se cumplían veinte años de mi nombramiento como Arzobispo de Madrid. El 22 de octubre siguiente iniciaba mi ministerio episcopal en la Iglesia Diocesana de Madrid, para servirla con alma, vida y corazón como su Pastor en el nombre del Señor Jesucristo, el Pastor de nuestras almas. Venía de la Archidiócesis de Santiago de Compostela, de la Iglesia del Apóstol primer evangelizador de España. Hacía pocos años que había sido el lugar elegido por el Papa San Juan Pablo II para reunir a los jóvenes del mundo en lo que sería la IV Jornada Mundial de la Juventud”, los días 19 y 20 de agosto de 1989. “Desde esa semana de aquel agosto, en que comenzaba la historia gozosa de las Jornadas Mundiales de la Juventud, la riada juvenil de San Juan Pablo II se convertiría en el Año Santo de 1993 y en los siguientes, hasta hoy, en una incontable e incesante caravana de peregrinos jacobeos”, apuntó. “El Papa había hablado a los jóvenes en el Monte del Gozo compostelano con firmeza y claridad, muy propias suyas, de que se hicieran protagonistas de una nueva evangelización de que tan necesitados estaban sus compañeros y amigos, más aún, que tanto necesitaba muy singularmente la vieja Europa. No deberíamos tener miedo a ser santos”. Por eso, dijo, “compartiendo profundamente el diagnóstico y la llamada de San Juan Pablo II, vibrantemente proclamada y fervorosamente escuchada y recibida en medio de aquella inédita asamblea litúrgica, de una Iglesia eminentemente ‘joven’, iniciamos nuestro servicio episcopal a nuestra muy querida Iglesia Diocesana de Madrid”.

Para el Cardenal, “evangelizar fielmente, ser testigos y trasmisores del Evangelio sin recortes ni reserva alguna, presuponía –¡presupone siempre, por la naturaleza misma de las cosas!– vivir en la Comunión de la Iglesia: ¡vivir la Comunión de la Iglesia! Fuera de ella –de su verdad, de su esperanza y de su caridad– no es posible ni ser evangelizado, ni evangelizar”.

“En los veinte años de ministerio, que están a punto de cumplirse, he podido experimentar y comprobar a través de una bellísima historia eclesial cómo la comunidad diocesana –sus Obispos Auxiliares, sus sacerdotes, sus seminaristas, sus consagrados y laicos, las familias y sus niños, sus jóvenes…– respondía con una siempre mayor y más intensa convicción y vivencia a ese reto de ‘evangelizar en la Comunión de la Iglesia’ al que les invitaba su Obispo diocesano”, afirmó. “Un reto de trascendental importancia para el bien de todo Madrid: de la sociedad madrileña y de todos los madrileños”.

“Mi gratitud para toda la comunidad diocesana, afirmó, es sencillamente inmensa: ¡me sale de lo más hondo del alma! Gratitud que va envuelta en la acción de Gracias al Señor, cuyo amor dura por siempre. Sería imposible recordar todos los nombres y todas las fechas, en las que esa gratitud estuvo y está especialmente empeñada. Su número no tiene fin”. De manera especial, se fijó en las comunidades “menos llamativas y, sin embargo, más preciosas para que la Iglesia viva y crezca en la gracia del amor del Corazón de Cristo y en santidad: las comunidades de vida contemplativa de toda la Archidiócesis de Madrid, a las que están unidas otras muchas en otros lugares de España. Son las primeras y más decisivas ‘evangelizadoras’ ¡Que Dios os lo pague!”.

Explicó que desde que presentara su renuncia han pasado tres años, “y nuestro Santo Padre Francisco acaba de aceptarla, enviando un nuevo Arzobispo para nuestra muy querida Archidiócesis de Madrid: al actual Arzobispo de Valencia, D. Carlos Osoro Sierra. Un seminarista y un sacerdote después, que hubo de responder a la llamada del Señor en tiempos difíciles con ‘un sí’ comprometido, valiente y generoso. En su Diócesis natal de Santander estuvo al lado de su Obispo en la recuperación de su Seminario y como Vicario General en una coyuntura eclesial, igualmente difícil, que le exigió entrega humana, espiritual y apostólica, completa. Luego, como Obispo de Orense, Arzobispo de Oviedo y de Valencia, ha ido enriqueciendo y madurando su alma sacerdotal con frutos pastorales a la vista de todos”. “Acogedle”, exhortó a sus diocesanos, “como he sido yo acogido por la Comunidad Diocesana de Madrid”.

ó unas palabras de agradecimiento al Papa Pablo VI, que le nombró Obispo Auxiliar de Santiago de Compostela “va a hacer treinta y ocho años y, de un modo intensamente emocionado, de San Juan Pablo II, que me nombró Arzobispo de Santiago de Compostela el 18 de mayo de 1984, Arzobispo de Madrid el 28 de julio de 1994 y, más tarde, el 22 de febrero de 1998, Cardenal de la Santa Iglesia Romana”; también mencionó a Benedicto XVI, “que estuvo a nuestro lado en momentos y para asuntos muy trascendentales para el presente y el futuro de la Archidiócesis de Madrid” y al Papa Francisco, que “en su año y medio de pontificado me sostuvo y alentó en situaciones difíciles y dolorosas”.

“Encomendándonos y encomendándome a Nuestra Señora, la Real de “La Almudena”, con toda la piedad y el amor filiar que le debemos, os bendigo de corazón”, concluyó, dando gracias a Dios.







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