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Integrantes del Camino Neocatecumenal clavaron el pasado sábado este crucifijo en la playa de Copacabana, donde por la noche vivirían la vigilia.




Me encontré con Cristo a pie y haciendo fila en Brasil

Tue, 30 Jul 2013 17:57:00
 
LA PATRIA.COM

Intentaba dormir en el bus de regreso al barrio donde me alojaba, pero a mi lado un brasilero empezó a hablarme sin percatarse de mis ojeras. Hasta me pidió el Facebook y como pude le deletreé el mail para agregarme, ejercicio que practiqué todos los días con cuanto extranjero o colombiano me encontré en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que termina hoy en Río de Janeiro (Brasil).

Eran las 10:30 de la noche del pasado viernes, aún llovía y faltaba una hora de recorrido. Tuve que decirle al brasilero que cerraría los ojos, mientras en mi mente hacían eco las palabras que el papa Francisco nos repitió a los jóvenes de que lo más importante de la Jornada era encontrarnos con Cristo.

Abrí los ojos y caí en la cuenta de que ese joven conversador era ese Cristo que hablaba portugués, de piel morena, con capa, morral y camiseta. El papa también dijo que el mundo necesita santos de tenis y yins.

En los seis días de la programación oficial de la JMJ, que empezó el pasado martes, me topé con muchos rostros del hijo de Dios, empezando con el de Jorge Bergoglio que a sus 76 años irradia juventud.

En la calle

El cansancio del viernes lo llevaba a cuestas con peregrinos de Ibagué. Habíamos caminado casi dos horas tras visitar el Cristo Redentor, en el morro del Corcovado, y en la noche anduvimos otra hora para abordar un bus de vuelta a casa, después del Vía Crucis celebrado en la playa de Copacabana.

Ríos de jóvenes, adultos, religiosas y sacerdotes, incluyendo arzobispos, fluyeron todas las noches por las calles del centro y suroriente de la ciudad carioca, pues el metro, el tren y los buses no dieron abasto y se formaban largas filas en las estaciones y los paraderos. Se calcula que llegaron cerca de dos millones y medio de visitantes, más del doble de la población de Río, que es de seis millones 300 mil habitantes.

Esto hizo que para algunos el ambiente fuera estresante y que no primara siempre la solidaridad, sino el individualismo por coger puesto. “Cómo es posible que haya pisotones y unos pasen por encima de otros”, expresó indignada una peregrina bogotana. Y tenía razón.

El día más caótico lo viví el pasado miércoles, cuando el metro prácticamente colapsó por la cantidad de usuarios y no había ingreso por la estación más cercana. Me acompañaba un amigo de Manizales, decidimos avanzar por otra ruta y al paso salió Cristo. Tres hermanas vicentinas nos llevaron hasta otra estación, a unos 40 minutos bajo la lluvia.

Si fuera verano, cuando las temperaturas alcanzan los 40 grados, las caminatas hubieran sido más cómodas, pero en los primeros días de la JMJ el termómetro no superó los 20 grados y el cielo se mantuvo nublado, pues Río está en invierno en esta época del año. El clima mejoró el viernes.

En la playa

Cuatro kilómetros y medio de la Avenida Atlántica, paralela a las playas de Copacabana y Leme, estuvieron atiborradas de participantes de la JMJ cuando Francisco cruzaba en el papamóvil de un extremo a otro, donde estaba el escenario para los actos centrales. Gritos de júbilo y aplausos resonaban.

Desde el jueves la gente madrugó a montar guardia para asegurar primera fila y ver de cerca al vicario de Cristo, como lo hizo Andrés Acero, de Bogotá. Ese día tenía otro objetivo en mente: hacer que varios peregrinos escribieran mensajes en una camiseta para regalársela a una joven que pretende como novia. Lo acompañé en su travesía y conseguimos palabras de México, Nigeria, Ecuador, España y Zimbabue.

Sin ser el más ferviente practicante de la Iglesia Católica, como me lo contó él, Andrés fue otro Cristo que me encontré al borde de la playa. Un Cristo sediento de mensajes de esperanza. Papacho, como algunos lo llaman, expresó también que los jóvenes no podemos permitir que nos roben esa virtud.

En el primer encuentro oficial del papa con los peregrinos hubo regalos de parte y parte. Representantes de los cinco continentes le agradecieron su presencia y le dieron algo simbólico de sus regiones, mientras él les devolvía el detalle con un fuerte abrazo. Los espectadores tuvimos envidia, de la buena.

Otros rostros

Y si Cristo está en el otro, como siempre nos lo han enseñado a los cristianos, no habría porqué dudar en que él también se me presentó (y al resto de peregrinos) en el rostro de los manifestantes que hubo, unos cuestionando decisiones gubernamentales -incluida la inversión estatal en la JMJ- y otros de la comunidad LGBTI.

Él también se encarnó, por así decirlo, en quienes nos prestaban los baños, pues los públicos eran insuficientes; en los que estaban más adelante en las filas y nos hicieron el favor de comprarnos algo; en los voluntarios que nos orientaron para no perdernos en la ciudad, y en las familias que nos alojaron.

Una peregrina que fue en el 2011 a la JMJ en Madrid, con mejor infraestructura para el transporte, resumió su experiencia: “en España fue como ir a una casa lujosa, pero fría, porque casi no hubo familias para hospedarnos; en Brasil la casa es más humilde, pero con mayor calor humano, por la amabilidad de los brasileros”. También lo viví así.







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