Su hermana, Raquel Romero Santa, ingresó en un convento de Ávila con 17 años de edad. Su historia también fue noticia hace dos años ya que son pocos los jóvenes que deciden hoy en día emprender el camino religioso.A
Pablo la figura de los monaguillos le llamó mucho la atención desde
pequeño, por lo que decidió ser uno de ellos. “Un primer lazo que el
Señor me tendió para decir, tú eres para mí y no te vas a escapar”.
Pablo tiene claro que su vocación se ha ido manifestando con “pequeños detalles que han sido un toque de gracia
de la mano del Señor”. El ser monaguillo y estar cerca del altar le
acercó también a la figura del sacerdote. Esto fue para él “la primera
caricia del Señor”.
Más adelante, tras la catequesis de
Confirmación, conoció a dos chicos jóvenes, mayores que él, Carlos
Casero y Daniel Díaz (ambos sacerdotes diocesanos hoy), que empezaron a
comprometerse más en su parroquia, La Purísima de Yecla. Se hicieron amigos y mutuamente se ayudaron a llevar una vida cristiana más comprometida.
Con
el coadjutor de su parroquia empezó una dirección espiritual. Un tiempo
después, en marzo de 2011, asistió a una convivencia en el seminario,
donde descubrió que había más jóvenes de su edad con las mismas dudas e
inquietudes. En septiembre, con 17 años, comenzó el preseminario, un tiempo en el que pudo profundizar en su vocación y en la figura del sacerdote.
Un
año más tarde, el día del Dulce Nombre de María, el 12 de septiembre de
2012, entró en el Seminario San Fulgencio. “La figura de la Virgen,
como buena Madre, ha sido mi ejemplo en el seguimiento al Señor, dando
un sí generoso y confiado, como ella”, relata.
Hace siete meses, Pablo fue ordenado diácono junto a sus compañeros de curso:
Mauricio, Andrés y Ramiro, todos ellos ordenados sacerdotes en las
últimas semanas. Durante estos meses ha estado de labor pastoral en la
parroquia de San Juan Bautista de Archena, donde ha disfrutado de la
etapa del diaconado. “Este año ha sido el poder gustar ese celo pastoral
por las almas, esa entrega, que es a lo que el Señor me llama”, relata
emocionado.
Durante su proceso vocacional surgió la vocación de una de sus hermanas, Raquel.
Fue hace dos años, cuando esta decidió entrar en el monasterio de
Carmelitas Descalzas del Amor Misericordioso y de la Madre de Dios, en
Piedrahita (Ávila). “Eso ha sido también un motivo de alegría y de hacer
con ella espalda con espalda, de poder compartir el don maravilloso de
la vocación y poder animarla en la perseverancia. Hay un vínculo que es
mucho más fuerte que el propio de ser hermano; se ha creado también un
vínculo espiritual de ayudarnos mutuamente, de rezar el uno por el otro,
de caminar juntos”, asegura.
A tan sólo unos días de su ordenación sacerdotal, Pablo se presenta “con un sí generoso y con la actitud de decir: Señor, aquí estoy porque me has llamado”. Una confianza que le da el saber “que la obra es Suya”.