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Ver y Creer: “Su mismo nombre”

Thu, 21 Mar 2013 17:01:00
 

El joven que dejó atrás la celebridad de la que gozaba entre sus amigos; el que luego de renunciar a una rica herencia devolvió a su padre las posesiones que le había reclamado mediante un juicio que lo orilló a desnudarse en la plaza principal para regresarle hasta la ropa que traía puesta; el mismo que un día de paseo entró a la derruida ermita de san Damián y miró cómo el crucifijo -de estilo bizantino pintado sobre madera- cobraba volumen y vida mientras dirigía su mirada hacia él para decirle -Reconstruye mi Iglesia, que se derrumba; el que con sus propias manos juntó piedras y elaboró argamasa para reedificar esa capilla, la de san Pedro, y la "Porciúncula" de Nuestra Señora de los Ángeles, donde se quedó a vivir; el joven a quien siguieron otros más para ser como él en su búsqueda de la verdad y de la plenitud sin placeres, sin poderes, sin riquezas; el que supo encontrar la mano del Creador en su obra creadora y que en respuesta le alabó con el cántico de las creaturas, que compuso con su corazón herido de amor…

"Altísimo y omnipotente buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, te convienen y ningún hombre es digno de nombrarte.

Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano sol, por quien nos das el día y nos iluminas. Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento.

Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche, y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.

Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.

Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y sufren enfermedad y tribulación; bienaventurados los que las sufran en paz, porque de ti, Altísimo, coronados serán.

Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. Ay de aquellos que mueran en pecado mortal. Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad porque la muerte segunda no les hará mal.

Alaben y bendigan a mi Señor y denle gracias y sírvanle con gran humildad."

El joven que hizo suyas las palabras del Evangelio "Den gratuitamente lo que han recibido gratuitamente. No posean oro ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo. He aquí que los envío como corderos en medio de los lobos"; que recibió del Señor los dones de profecía y de milagros; que emprendió un viaje a Damieta, en Egipto, para presentarle al Sultán Malek-al-Kamil la verdad de la fe en el Dios verdadero, y quien le arrancó las palabras: -Si todos los cristianos fueran como él, entonces valdría la pena ser cristiano; el que viajó a Roma a pedir al papa su autorización para fundar una comunidad que viviera la vida tal como lo hizo Jesucristo a partir de la pobreza evangélica; el que durante su estancia en Roma supo aguardar afuera del palacio lateranense, en compañía de sus hermanos de hábito, cubierto sólo por la intemperie aunque revestido de paciencia, los tres días que anticiparon su encuentro con Inocencio III, el papa que lo vio cruzar las logias de la residencia apostólica pasando en medio de miembros curiales –cardenales y obispos- ataviados con sedas de moiré, con manos enguantadas de seda empedrada con joyas preciosas, de miradas adustas que desdeñaban al joven mientras ingresaba acompañado de otros como él, con una túnica de lana burda y un cordel a la cintura por toda vestimenta, desnudos de pies que acariciaban el piso de mosaicos incrustados en un espejo de mármol que manchaban con sus pisadas, el papa que se puso en pie para levantarse de su Sede y caminar hacia el joven que interpretaba una sinfonía de pobreza cuyas notas resonaban contrastantes haciéndose eco al impactarse en los muros del palacio mientras se arrodillaba ante él para besarle los pies y decirle -Reconstruye la Iglesia, que se derrumba… por la opulencia.

Este joven -el hombre que más se ha asemejado a Jesús- es quien inspiró al papa Francisco para que tomara su mismo nombre como Vicario de Cristo en la tierra.







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