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Ver y Creer: “Virgen y Madre”

Thu, 23 May 2013 04:03:00
 

A partir de una antigua tradición, Mayo es el mes dedicado a la Virgen María, y como parte de esta tradición le llevamos flores para expresarle nuestro amor como madre nuestra que es, pues el Señor nos la entregó desde la cruz, en su agonía. Así, como madre, ella se alegra por sus hijos, pero también se entristece como toda madre que se sabe olvidada de ellos, apartada de sus corazones.

En la vivencia de mi fe me fascinan estas dos particularidades que se juntan, hasta hacerse una misma, en María: su virginidad y su maternidad. Ser madre y ser virgen al mismo tiempo es algo que no puede ser, o se es virgen o se es madre, pero ambas realidades, justas, es imposible.

Hace años estuve en Campo Misión en un retiro con los Servidores de la Palabra -la congregación fundada en México por el Padre Luis Butera- cuando durante una de las conferencias, mientras el Padre Moisés Vivar explicaba la virginidad de María, una sencilla mujer de evidentes recursos económicos escasos y de estudios limitados, pidió la palabra, se puso en pie y explicó que hoy en nuestros días una mujer puede concebir a un hijo y darlo a luz manteniéndose virgen antes y después del alumbramiento. Luego explicó que eso puede lograrse a través de diversas técnicas de reproducción y fertilización asistida y mediante una cesárea quirúrgica. Después dijo que si eso es posible hoy para la ciencia… ¿No es posible, acaso, para Dios? Los que allí estábamos quedamos maravillados por la sencilla explicación. En efecto, la virginidad de María fue preservada por voluntad y acción de Dios, antes, durante y después del parto de nuestro Señor.

La Virgen María, además, fue elegida por Dios para ser la Madre del Salvador y Madre de la humanidad, y fue su voluntad que los padres de ella, Joaquín y Ana, descendientes de la estirpe de David, la concibieran libre de pecado en virtud de una gracia que Él mismo quiso concederle.

De María conocemos lo fundamental en la fe, que es lo que Dios quiso revelar, pero también, por la Tradición sabemos algo más: que es probable que haya nacido en Belén, en Seforis o en Jerusalén; que durante su infancia tal vez fue consagrada al templo; que antes de cumplir los trece años de edad fue prometida en matrimonio a José, con quien se casó después de un año; que mientras tanto, recibió del arcángel Gabriel el anuncio de que concebiría y daría a luz a Jesús; que Dios envió un ángel a José para hacerle saber que el hijo de María es obra del Espíritu Santo y que él, dócil a la voluntad divina, se casó con ella y la recibió en su casa de Nazaret.

Sabemos que Jesús nació en Belén y vivió en Nazaret mientras ella lo miraba crecer en conocimientos y en gracia, y que durante su vida apostólica ella logró pasar casi inadvertida; que luego de la crucifixión y resurrección de Jesús, ella recibió al Espíritu Santo, en compañía de los discípulos, el día de Pentecostés; que permaneció cerca de Jerusalén y después se fue a vivir a Éfeso, donde tal vez murió en un sacrificio de amor hacia el año 48. Sabemos que luego de morir, resucitó y fue llevada a los cielos, por su divino Hijo, en cuerpo y alma.

A partir de lo que sabemos de la Virgen María han proclamado cuatro dogmas de fe: su Concepción inmaculada, su Virginidad perpetua, su Maternidad divina y su Asunción a los cielos.

El dogma de la Maternidad Divina refiere que ella es verdadera Madre de Dios, dogma solemnemente definido por el Concilio de Éfeso en el año 431 por el papa san Clementino y confirmado por otros Concilios universales, el de Calcedonia y los de Constantinopla.

El dogma de la Inmaculada Concepción establece que María fue concebida sin mancha de pecado original, dogma proclamado por Pío IX el 8 de diciembre de 1854 en la Bula Ineffabilis Deus.

El dogma de la Perpetua Virginidad determina que María fue Virgen antes, durante y perpetuamente después del parto. La sagrada Escritura es abundante en referencias a que "Es ella la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo".

El dogma de la Asunción refiere que María, luego de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, dogma proclamado por Pío XII el 1º de noviembre de 1950 en la Constitución Munificentisimus Deus.

Nuestra Madre, además de que es Virgen, es también la "Causa de nuestra alegría", la "Madre de la Iglesia" y la "Reina del Cielo".







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