CAMINEO.INFO / A&A.-La dictadura de lo políticamente correcto no se detiene en las palabras sino que va más allá y sobrepasa el límite de los conceptos. No cabe duda de que la obediencia no es una palabra de moda, ha sido eclipsada por otras mucho más en boga, conceptos en su mayoría igualmente válidos y positivos en la educación de los más jóvenes, lo que no obstante, no tiene por qué dejar fuera a aquellos conceptos que durante siglos han hecho madurar a generaciones.
La autonomía y la independencia deben ser valores a perseguir en la educación como metas finales que posibiliten al niño ser dueño de su propia existencia, gestionando de manera adecuada sus recursos materiales y psicológicos. Pero para llegar a este objetivo es necesario pasar antes por multitud de pequeñas metas parciales que solo pueden ser superadas con la ayuda del mayor, ya sean estos padres, educadores, hermanos, etc.
¿Por qué desaprovechar la carga de experiencia de los que saben más? Se trata simplemente de enseñar al niño a dejarse aconsejar, dejarse decir algo, de hacerle capaz de no rechazar la ayuda, de aceptar la guía del que solo quiere para él lo mejor. Esto no se debe confundir con el autoritarismo. Antes de hacer cualquier indicación a un niño debemos preguntarnos: lo que le mando hacer ¿a quién beneficia? ¿A mí? ¿A él? ¿A los dos? ¿A todos? ¿Crea en él la conciencia de que está en su mano ser mejor y de que puede hacer mejor su entorno? Todos sabemos que esto no siempre es así y muchas veces mandamos "porque sí" o "porque lo digo yo"; y después añadimos "y punto".
Indudablemente, éste no es el camino. Mal conseguiremos hacernos obedecer si el niño (y especialmente el joven) percibe que el objeto de nuestras órdenes es un mandato absoluto y exclusivamente en beneficio del que manda. Esto se puede disfrazar de muchas formas: "te conviene aprender cómo es la vida", "así te haces un hombre". Así no se hace un hombre, así se hace un esclavo ciego, eso en el mejor de los casos, cuando no un opositor sistemático a todo lo que huela a autoridad.
Éste debe ser un camino que debe empezar a andarse desde pequeños, y cuanto antes mejor. Para conseguirlo debemos seguir una serie de prácticas sencillas pero que deben realizarse de manera sistemática:
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Dar órdenes solo una vez, si el niño no obedece en consecuencia actuar inmediatamente, no dedicarse a repetir una y otra vez la misma orden, acabando en poco menos que un ruego, interpretando el niño que tiene en sus manos la posibilidad de prorrogar o incluso evitar lo que se le pide que haga.
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Nunca "amagar y no dar"; si anunciamos que la no realización de una conducta conllevará determinada consecuencia, nunca podemos dejar de cumplir nuestras amenazas. Actuar así dejará entender al niño que "los mayores no son personas serias": dicen que van a hacer una cosa y luego no la hacen, yo puedo hacer lo mismo.
En consecuencia, educar la obediencia no es algo obsoleto o retrogrado, antes bien, es necesario para lograr un adecuado desarrollo psicológico y conseguir un tránsito adecuado hacia la madurez, siempre que lo hagamos en un ambiente razonado y positivo