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Juan Delgado, 50 años como sacerdote: “Me siento abrumado por tantas pruebas de afecto, pero somos lo que somos ante los ojos de Dios y nada más”

Thu, 02 Aug 2012 09:00:00
 

“Doy gracias a cuantos me han ayudado, comprendido y perdonado… y también a cuantos me hicieron sufrir porque, sin quererlo, me ayudaron a ser mejor”, esas son las palabras de Juan Delgado al cumplir 50 años como sacerdote. “Si volviera al comienzo de todos mis caminos, volvería a pedir ser ordenado sacerdote como hice aquella mañana de junio del año 1950”

P.- ¿Cuál ha sido su trayectoria desde que sintió la vocación hasta el día de hoy?

R.- Una mañana del mes de junio del año 1.950 -yo tenía entonces trece años y llevaba al menos dos rondándome la idea de ser sacerdote-, me planté en el Seminario de Madrid y solicité hablar con el Sr. Rector. Enseguida apareció D. Juan Ricote que, un año después (el 20 de Mayo de 1951), sería consagrado obispo auxiliar de nuestra diócesis. Me hizo algunas preguntas y, a finales de septiembre, fui admitido en el Seminario.

Durante los doce años felices que allí estuve, coincidí con seminaristas que, al correr del tiempo, prestaron y muchos siguen prestando aún grandes servicios a la Iglesia. Así, por ejemplo: D. Agustín García Gasco, el que fuera Cardenal Arzobispo de Valencia; D. Francisco José Pérez Fernández-Golfín, que fue el primer obispo de Getafe; D. Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Toledo y Primado de España; D. Antonio Algora, actual obispo de Ciudad Real; nuestros queridos obispos auxiliares D. Fidel y D. César, y una gran parte de los Vicarios Episcopales de nuestra diócesis.

En el día 16 de junio de 1.962 llegó el tan deseado momento de la ordenación sacerdotal y, en la Capilla del Seminario, oficiando D. Leopoldo Eijo Garay, Obispo de Madrid-Alcalá y Patriarca de las Indias Occidentales, 19 generosos e ilusionados jóvenes diáconos fuimos configurados a Cristo, sacerdote y maestro, santificador y pastor de su pueblo.

A las pocas semanas, quien años atrás me había recibido en el Seminario cuando era Rector del mismo, ahora, siendo ya obispo auxiliar, me comunicó mi primer nombramiento: Cura Párroco de Soto del Real, un pueblo que entonces tenía unos 400 habitantes y al que, en una calurosa tarde del 10 de agosto, fiesta de san Lorenzo, llegué con gran ilusión. En él ejercí el ministerio durante tres gozosos años aunque no faltaron, sobre todo al principio, algunos sinsabores. De ese modo fui desarrollando la tarea pastoral e incluso -aunque no era cierto- presumía de tener un feligrés muy especial: D. Casimiro Morcillo, entonces Arzobispo de Zaragoza. Y es que D. Casimiro había nacido en esa localidad y, con alguna frecuencia, al volante de un seiscientos, iba a visitar a su madre y demás familiares residentes en Soto del Real. Casi siempre encontraba unos momentos para acercarse a la Parroquia y charlar un rato conmigo e incluso, a veces, me invitaba a tomar un café en casa de su familia. Los sacerdotes de las parroquias cercanas -todos jóvenes y antiguos compañeros de Seminario- , nos reuníamos semanalmente, cada vez en un pueblo diferente. Fue una experiencia muy valiosa.

En marzo de 1.964, D. Casimiro fue nombrado primer arzobispo de Madrid y, poco más de un año después, en una de las visitas que hizo a su madre, me hizo saber que deseaba trasladarme a otra parroquia con mayor número de feligreses. Así fue como recibí el nombramiento de párroco de Campo Real, un pueblo de algo más de dos mil habitantes, en el que, el día 7 de octubre de 1.965, fui muy bien recibido. El trabajo pastoral allí era mayor y más diverso. Había una serie de tradiciones y de religiosidad popular bastante arraigadas. Y así pasaron otros siete años -también felices-, aunque no exentos de ciertas dificultades en las que también me vi muy alentado y apoyado por los sacerdotes del arciprestazgo.

A finales de mayo del año 1.972, recibí un telegrama citándome a una entrevista con el Cardenal Tarancón quien me comunicó que, el mes anterior, el párroco y arcipreste de san Lorenzo de El Escorial había abandonado la Parroquia y quizás también el ejercicio del sacerdocio; que uno de los vicarios parroquiales estaba a punto de irse y que el otro, como así ocurrió, seguramente no tardaría en hacer lo mismo. Me pidió que aceptase ser enviado a esa Parroquia. En los últimos días del mes de septiembre, se me urgió a hacerme cargo de la Parroquia de San Lorenzo y el sábado, día 14 de octubre, ante un reducido número de feligreses, aunque arropado por un nutrido grupo venido de Campo Real, a la hora habitual de la Parroquia, las siete y media de la tarde, celebré mi primera misa como párroco de la localidad.

Los inicios no fueron fáciles. Una experiencia que, sin duda, muchos sacerdotes han tenido que vivir en un momento u otro de su vida. Después del abandono de los tres sacerdotes que formaban el equipo parroquial, la situación era delicada y, por otra parte, los vendavales posconciliares, frutos de una incorrecta interpretación del Vaticano II, se hicieron sentir con mucha fuerza, pero, una vez más, experimenté la ayuda del Señor, la protección de la Virgen y la fraterna cercanía de los compañeros sacerdotes y de algunas de las Comunidades Religiosas residentes en el pueblo. Así, por ejemplo, durante los tres primeros meses de mi llegada a San Lorenzo -mientras era rehabilitada la casa parroquial- fui muy bien acogido en la Residencia San José perteneciente a los PP. de los SS.CC., situada en el vecino pueblo de El Escorial y, durante muchos años, tuve la colaboración de dos vicarios parroquiales agustinos -ahora ya fallecidos- que estaban muy relacionados con el pueblo y de los que guardo un buen y agradecido recuerdo. Poco a poco, el ambiente se fue serenando y, cuando me quise dar cuenta… ¡habían transcurrido casi cuarenta años desde aquel 14 de octubre de 1.972!

Durante estos años también he desempeñado algunos otros servicios pastorales tanto en mi anterior parroquia como en ésta de San Lorenzo. Así, por ejemplo, en esta última, capellán del Hospital “La Alcaldesa” durante casi ocho años, y profesor numerario de Religión en el Instituto Juan de Herrera durante veintiséis. También llevo ocho años ejerciendo como capellán del Tanatorio, y seis de la Residencia de Ancianos “Personalia”.

P.- ¿Cuántos años celebra como sacerdote?

R.- Ya son cincuenta. Y han sido cuatro las celebraciones en las que he participado con motivo de mis Bodas de Oro Sacerdotales: el día 11 de Mayo, en el Seminario, con una Eucaristía concelebrada por los sacerdotes de la diócesis que celebrábamos las Bodas de Oro o de Plata y presidida por el Sr. Cardenal; el 19 de junio, otra eucaristía en la capilla de la Hospedería de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Esta vez concelebrada por los sacerdotes que, perteneciendo a nuestra Vicaría VII, cumplíamos veinticinco o cincuenta años de sacerdocio; el sábado 16 de junio, un grupo de feligreses de San Lorenzo, convocados por los catequistas de la Parroquia, participaron en una Eucaristía que celebré en el Santuario de Nuestra Señora de Gracia, patrona de nuestro pueblo, y que resultó muy entrañable y, por último, el domingo 24 de junio, acompañado por más de cuarenta sacerdotes concelebrantes y con un templo abarrotado de fieles, celebré en el templo parroquial mis Bodas de Oro Sacerdotales y las Bodas de Oro matrimoniales de una hermana mía que había contraído matrimonio en mi Primera Misa solemne el día 19 de junio de 1.962. Fue una celebración muy emotiva en la que recibí con agradecimiento y emoción el testimonio de afecto de muchos feligreses y la notificación por parte del M. I. Ayuntamiento de haberme concedido, a petición popular, la Medalla de Plata de este Real Sitio fijando la entrega de la misma para el día 10 de agosto, solemnidad de san Lorenzo, Patrono de este pueblo, en un solemne Acto que, D. m., se celebrará a las diez y media de la mañana en el Teatro del Real Coliseo Carlos III de esta localidad.

Me encuentro realmente abrumado y muy agradecido a tantas pruebas de afecto que, sin embargo, no me han hecho olvidar que somos lo que somos ante los ojos de Dios y nada más.

P.- ¿Qué han supuesto para usted todos estos años?

R.- Repitiendo unas palabras de Benedicto XVI: “Jornadas de alegría, momentos maravillosos, pero también noches oscuras. Sin embargo, en retrospectiva, se entiende que, incluso las noches eran necesarias y buenas, un motivo para dar gracias”(1).

P.- ¿Lo mejor de estos años?, ¿y lo menos bueno?

R.- Lo mejor: el haber vivido, sufrido y gozado con las tres muy queridas comunidades parroquiales que, a lo largo de este medio siglo, me han sido confiadas. Si hubiera que señalar algún momento concreto de enorme gozo, recordaría la ordenación sacerdotal, en distintos años, de dos jóvenes pertenecientes a esta Parroquia de San Lorenzo y el haber tenido, en agosto del pasado año, la oportunidad de recibir y saludar al Santo Padre cuando, en este Real Monasterio, tuvo un Encuentro con Profesores y Religiosas enmarcado en la celebración de la JMJ.

Lo que más dolor me causa es la apostasía silenciosa de tantos bautizados.

P.- Después de tantos años y ante la situación actual del mundo, ¿sigue viendo a Cristo a diario?

R.- Rotundamente, sí. El hambre de infinito que existe en todo ser humano sólo puede saciarse en el Señor Jesús, Verbo Encarnado, modelo de hombre pleno.

La afirmación de la Carta a los Hebreos “Jesucristo ayer, hoy y siempre” (2) hace referencia a una permanencia del Señor no sólo temporal, sino también sustancial. En medio de novedades y cambios, de confusiones y errores, la persona del Señor Jesús es lo único esencial y fundamental, centro de todo y sustento de nuestra existencia. Es la afirmación firme y confiada de que sólo en el Hijo de María podemos encontrar los cimientos sólidos de la permanencia para edificar sobre ellos la plenitud de nuestra realización.

Él es como el espejo en el que hemos de mirarnos para saber quiénes somos y la vocación a la que hemos sido llamados por Dios pues, como afirma el Concilio Vaticano II: “Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (3).

P.- ¿Ha cambiado mucho la Iglesia desde el día de su ordenación hasta el momento que estamos viviendo ahora?

R.- Del Concilio Vaticano II son estas palabras: “El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero… Como ocurre en toda crisis de crecimiento, esta transformación trae consigo no leves dificultades” (4).

La Iglesia ha tratado de dar respuesta a esos cambios renovándose en muchos aspectos pero sin pretender la ruptura con su doctrina tradicional sino, que en palabras de Benedicto XVI, buscaba:” la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino” (5).

P.- ¿A quién da las gracias de una manera especial por todo este tiempo de gracia?

R.- La lista es casi interminable: mis padres, familiares, los formadores y compañeros del Seminario, Obispos, Vicarios Episcopales, compañeros sacerdotes, catequistas, religiosos y religiosas, colaboradores en las distintas tareas pastorales…. A cuantos me han ayudado, comprendido y perdonado… y también a cuantos me hicieron sufrir porque, sin quererlo, me ayudaron a ser mejor.

Gracias a la que es modelo de los creyentes y Madre de la Iglesia, la Virgen de mi niñez, la de mis años de formación del Seminario, la Virgen de toda mi vida venerada especialmente en San Lorenzo de El Escorial como Nuestra Señora de Gracia, guía para el camino, esperanza y luz para la vida.

Y, sobre todo, gracias al Señor por no haber permitido que perdiese mi primer amor.

P.- 50 años de sacerdocio… ¿merecen la pena?

R.- Sí, hasta el punto de que no puedo imaginar para mí un modo mejor de vivir. Se me ha dado la misión de ser testigo del amor misericordioso, he sido ordenado para dar gloria a Dios todos los días de mi vida, para ser creador de comunión y de unidad entre los fieles por la Palabra de Dios, para ser pastor… esto es, para conducir hacia Dios a las personas, ancianos y jóvenes, adultos y niños, pobres y ricos, eruditos y analfabetos. Fui ordenado para ser santificador del pueblo de Dios por los sacramentos que administro, sobre todo, por el Bautismo y la Eucaristía que es la obra principal de mi jornada. Con mi sacerdocio se me ha concedido también una paternidad espiritual para el servicio del mundo y para brindar la oportunidad de santificación a quienes me han sido confiados.He sido muy feliz en el ejercicio del sacerdocio de modo que, si volviera a nacer, si volviera al comienzo de todos mis caminos, volvería a llamar a las puertas del Seminario y volvería a pedir ser ordenado sacerdote como hice aquella mañana de junio del año 1.950.

____

(1) discurso a los cardenales con motivo de su 85 cumpleaños.

(2) Heb 13, 8

(3) Gaudium et spes, 22.

(4) Gaudium et spes, 4

(5) Discurso 22-12-2.005







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