Museo Diocesano de Zamora: pieza del mes de junio de 2014

INMACULADA CONCEPCIÓN

Autor desconocido

Segundo tercio del siglo XVII

Escultura en madera tallada, policromada y dorada

72 x 34 x 18 cm.

Donación: Herederos de D. Enrique Fernández-Prieto Domínguez y Losada

La aprobación de la doctrina de la Inmaculada Concepción por parte de Sixto IV en 1477, así como la aceptación por la Sorbona en 1496, reforzó la popularidad que este tema fue ganando desde finales de la Edad Media. Sería aproximadamente a partir de entonces; y hasta más allá del momento de transformarse en dogma de la Iglesia en diciembre de 1854, que proliferaran las representaciones con este asunto como protagonista.

Tomando como fuentes principales los textos genesíacos y apocalípticos y, enriqueciendo en ocasiones la representación con atributos sacados de la literatura sapiencial –Salmos y libros del Cantar de los Cantares- fue vasta la lista de artífices que, con mayor o menor ventura, trabajaron este tema.   

La imagen que nos ocupa sigue fielmente la más que repetida composición que iniciase uno de los máximos exponentes de la escultura barroca en nuestro país, Gregorio Fernández, quién puso en boga este modelo iconográfico gracias a sus creaciones para el retablo mayor de la catedral de Miranda do Douro y, en 1617, para el convento de San Francisco de Valladolid.

La Virgen aparece representada de pie. Su rostro, de marcada juventud, mirada en lo alto y grave hieratismo, queda enmarcado por una larga cabellera la cual, a base de mechones ondulados, cae de modo simétrico sobre hombros y espalda. Esta simetría compositiva se repite también en la indumentaria con la que viste: túnica dorada recorrida por duros y quebrados pliegues y manto azul estrellado, orlado a imitación de brocados. Ajena al relato neotestamentario, la imagen es coronada con un nimbo de plata en el que destaca el anagrama mariano, en lugar de las habituales estrellas que acompañan la iconografía de la Inmaculada. La figura, calzada, se yergue sobre un trono de nubes con tres cabezas de ángeles y, siguiendo ahora el texto apocalíptico, el creciente lunar. Todo el conjunto descansa sobre una peana ornada con costillas, de la cual se desprenden notas propias del manierismo geométrico.

Tal y como apuntábamos líneas arriba, este modelo creado por el más afamado de los hijos de Sarria, fue ampliamente difundido y vulgarizado por numerosos escultores menos diestros en el manejo de la gubia. Sin ir más lejos, se conservan en la Diócesis de Zamora algunos ejemplares que corroboran este hecho. Podría citarse la talla de autor desconocido, y cronológicamente situada en el siglo XVII, conservada en la Casa Sacerdotal "San José" –y que en su día ocupara el ático del retablo mayor de la iglesia de San Andrés- en Zamora; así como una talla de la segunda mitad de la misma centuria, también de autor desconocido, custodiada en la iglesia de San Miguel de la localidad de Andavías. No obstante, la difusión iconográfica traspasó la disciplina escultórica llegando a la pintura. Sirva de ejemplo el lienzo que se conserva en el Seminario Menor "San Atilano", cuya autoría ignoramos, y que fuese pintado al óleo en la segunda mitad del siglo XVII con este mismo tema.

Manuel Benito Ramos                

Técnico del Museo Diocesano

BIBLIOGRAFÍA

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