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Portada:: Reflexión en libertad:: César Valdeolmillos Alonso:: ¿Negociar? ¿Para qué?

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¿Negociar? ¿Para qué?

Sun, 09 Jul 2017 09:04:00
 

“No podemos negociar con aquéllos que dicen, «lo que es mío es mío y lo que es tuyo es negociable”

John F. Kennedy

35.º presidente de los Estados Unidos

 

 

Durante la transición, ingenuamente se creyó que las autonomías podrían ser el antídoto contra el nacionalismo independentista. Como se ha podido comprobar, ha sido un intento fallido. Fue una vana ilusión. No se supo ver que el nacionalismo, es como el chantajista. Nunca se verá satisfecho con lo que obtiene. Es insaciable. Tan insaciable que después de destruir el organismo al que ataca, termina por devorarse a sí mismo.

La responsabilidad de la gravísima situación a la que nos enfrentamos actualmente, hay que atribuírsela principalmente, a los dos grandes partidos nacionales. Su miopía les ha impedido ver cuál era el enemigo —no el adversario— común. Un enemigo que ha sabido aprovechar la necesidad de apoyos parlamentarios de que uno y de otro precisaban puntualmente, para prestárselos a aquel del que más beneficios  podía obtener, y así ir sentando las bases de su objetivo final, que en última instancia, no era otro que la independencia.

La democracia no consiste en que la oposición diga sistemáticamente NO a lo que diga el Gobierno, para desgastarle, impedir que lleve a efecto su programa, y así demostrar cada día ante su electorado que se ejerce como oposición. Eso es pervertir su verdadera esencia. La democracia sirve, para que entre todos, se adopten las mejores soluciones para el mejor gobierno del pueblo. Pero para eso se precisa, que la oposición y el ejecutivo sientan un profundo amor por su país, recuerden el pasado para que no se repitan los mismos errores, tengan una visión clara de cuál es el futuro que desean para el país que representan y como llegar a lograrlo.

Si por el contrario, la única meta de la oposición es desalojar del poder al Gobierno mayoritariamente elegido mediante oscuras alianzas de los perdedores en los despachos, estaremos fortaleciendo indirectamente al enemigo común: el nacionalismo separatista. Y esto es lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Para debilitar al adversario, pactar con el enemigo —muchas veces a costa de lo que fuere— en vez de haber facilitado el gobierno del ganador, para no obligarle a pactar con quien en realidad es un traidor, no solamente para ambos partidos, sino para todos los españoles.

Salvo que uno de los dos partidos mayoritarios alcanzase las tan denostadas mayorías absolutas, gracias a su incapacidad para distinguir entre quien es el adversario y quien el enemigo común, los nacionalistas han tenido siempre la llave del poder, para obligar a cambio, a las formaciones no nacionalistas a negociar con ellos y sólo con ellos.

Esta ciega cerrazón de la izquierda y la derecha españolas, confería a los partidos nacionalistas un poder desmedido que el pueblo jamás les otorgó.

Cuando de negociar con los nacionalistas se trata, siempre recuerdo una estrofa de “El payador perseguido” de Atahualpa Yupanqui, que dice:

Cuarenta sabían pagar

por cada piedra pulida,

y era a seis pesos vendida

en eso del negociar.

Frecuentemente escuchamos afirmaciones llenas de ambigüedad: “Hay que dialogar”. “Hay que negociar”.

Tenemos una Ley suprema que es por la que todos nos regimos y estamos obligados a respetar. Yo me pregunto: dialogar ¿Para qué? ¿Para alimentar y hacer más fuerte el independentismo? ¿Para que las obligaciones y derechos de los españoles sean aún más desiguales según dónde vivan? ¿Para que haya quien goce de privilegios a costa de las necesidades del resto? ¿Para ceder ante el desafío y la amenaza? ¿Para que haya españoles de primera y de segunda?

Me produce asombro y perplejidad que haya quien pueda creer, que aunque se otorgasen esas prerrogativas, el nacionalismo se vería satisfecho. Por el contario, se haría más fuerte y la provocación y el desafío aún serían aún mayores.

“Es responsabilidad del Gobierno negociar”, se escucha repetidamente decir por quien queriendo estar a todas, está dispuesto a negociar lo innegociable.

Pero, negociar ¿Qué? ¿El troceamiento de España y la desaparición del país más antiguo de Europa? ¿La ceguera existente entre nuestros políticos, es de tal naturaleza que hay quien se atrevería a cometer tal dislate histórico?

Precisamente, la responsabilidad de este, y de cualquier Gobierno, es preservar la unidad de España, no ya por voluntad propia ni sentido común, sino por imperativo directo de nuestra Constitución.

No es cuestión de negociar, es cuestión de volver o hacer volver a la ley.

No cabe duda de que el referente final de cualquier negociación no puede ser sino alcanzar el objetivo final, que es el acuerdo. En una verdadera negociación, el acuerdo es tan solo la meta que alcanzaremos, si la progresión de la misma ha sido equilibrada.

La negociación es un proceso complejo en el que no solo es preciso tener en cuenta, si aquello en lo que vamos a ceder, es proporcionado a lo que pretendemos obtener a cambio, sino los efectos que aquello que estamos dispuestos a entregar, pueda producir en el futuro.

Solo existe capacidad negociadora cuando se busca un acuerdo integrador para los intereses de ambas partes, de tal manera que el resultado final, sea que las dos se sientan igualmente insatisfechas por aquello en lo que han tenido que ceder. Para ello hay que tener un conocimiento profundo de lo que es un proceso negociador y un alto sentido de la responsabilidad para respetar los límites que jamás se deben traspasar.

De lo contrario, lo que se suele producir es el entreguismo de una parte frente al chantaje de la contraria, y este es un pecado que han cometido los dos grandes partidos españoles, que no han tenido el menor sonrojo en arrodillarse ante al nacionalismo rampante de nuestra actual etapa democrática.

Si a pesar de sus diferencias ideológicas, PP y PSOE, hubieran hecho un frente común frente al nacionalismo —que es el verdadero enemigo de la unidad del Estado— este nunca hubiera adquirido la fuerza de que actualmente hace gala frente al resto de España.

Quien afirma que hay que buscar fórmulas para que Cataluña se sienta cómoda dentro de España, en realidad está demostrando, cuando menos, una egoísta demagogia electoralista o su profundo desconocimiento de lo que es su país. Cataluña, no es la pieza de un puzle que alguien ha colocado en el mapa. Cataluña es una parte insustituible del todo, porque Cataluña no está en España. Cataluña… es España.







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