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Portada:: Reflexión en libertad:: César Valdeolmillos Alonso:: ¡Ojalá no hubieran tenido que meter a ningún independentista en la cárcel!

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¡Ojalá no hubieran tenido que meter a ningún independentista en la cárcel!

Wed, 28 Mar 2018 10:14:00
 

“El nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión. Es, sigue siendo, el gran desafío”

Mario Vargas Llosa

 

No es motivo de alegría que en Alemania hayan detenido a Carles Puigdemont. Lo deseable es que no hubieran concurrido motivos para dar el espectáculo que estamos ofreciendo al mundo. Pero lamentablemente seguimos manteniendo viva una confrontación que dura ya tres siglos.

El expresidente Felipe González ha afirmado:

-      “Al secesionismo, hay que "ganarlo", pero no "destruirlo".

Posiblemente tenga razón. Hay que ganar con argumentos y con hechos. Nada aporta a encontrar soluciones, crear falsos mártires, ni cultivar oportunistas victimismos.

Sin embargo, el secesionismo nos está destruyendo a todos, por activa y por pasiva.

En una cosa tiene razón el expresidente González. Y es  cuando dijo:

-      "Como políticos, somos unos inútiles".

Tras tres siglos de confrontación, ya es hora de llegar a un compromiso y encontrar un modus vivendi. Y no se me ocurre otro mejor qué el Estado de las Autonomías, en el que cabe nuestra diversidad en el seno de un hogar común para todos.

Con la Constitución de 1978 se pensó que se había encontrado la solución definitiva, con la que podía ser posible la convivencia de los nacionalismos locales en el seno del que nos es común a todos.

Se creyó entonces que los sumos sacerdotes de los nacionalismos tendrían una visión amplia y de futuro, y que en el mundo global en el que estamos insertos, no caben ya las exclusividades ni las exclusiones.

Es imperiosamente necesario que los partidos políticos, todos, o al menos, aquellos en los que su punto de mira no esté puesto en la desintegración del Estado, abandonen sus particulares intereses electoralistas, en aras de un interés superior, sin el cual ellos mismos dejarían de tener razón de ser.

España dejaría de ser sin los nacionalismos vasco, gallego, andaluz, catalán, valenciano, canario, balear o cualquier otro que nos saquemos de la manga. Pero es que estos se disolverían como un azucarillo en el agua, en medio de un mundo infinitamente superior que camina hacia la concentración de los Estados.

Nos encontramos en medio de una encrucijada en la que está por decidir el ser o no ser de nuestra historia y nuestra existencia. Un problema demasiado profundo para que lo puedan resolver los bajitos que están al frente de nuestras instituciones.

Lo primero que hemos de preguntarnos es si el Estado de las Autonomías ¿Es válido, o ha sido el sueño de una noche de verano? ¿Si ha sido la fórmula que necesitábamos para progresar y convivir en paz, o el instrumento para desgajarlo y volver a los débiles e insignificantes reinos de taifas?

Necesitamos conocernos y respetarnos, en vez de ridiculizarnos los unos a los otros. Solo así podremos comprendernos y comenzar a valorar y amar la pluralidad de la que está compuesta la realidad de España. Hemos de llegar al pleno convencimiento de que nuestra pluralidad histórica y cultural, nuestra diversidad geográfica, la riqueza gastronómica, paisajística y monumental, es lo que nos hace un país fuerte y con vocación de futuro. Porque España nunca la van a hacer los liliputienses que ostentan el poder con la mirada puesta en sus orondos ombligos. España la tenemos que hacer y defender frente a nosotros mismos, como ya lo hicimos frente a la invasión napoleónica. Si nos inhibimos y esperamos pasivamente, nos encontraremos, y no tardando mucho, con un país descuartizado por causa de las luchas partidistas.

Tenemos que dejar de lado nuestras ridículas y enanas interpretaciones particularistas, propias de rancios provincianismos. Tenemos que comenzar a querer y a querernos. Tenemos que abandonar trasnochados complejos y estar orgullosos de todos nosotros como pueblo unido en la pluralidad, y estar convencidos de que tan español es el espíritu catalán, como la austeridad castellana, la reciedumbre aragonesa, la imprecisión gallega, la alegría y luminosidad de los pueblos andaluces, el encanto y la belleza canaria, la vivacidad valenciana, el cosmopolitismo balear, y tantas otras particularidades diferenciadoras y complementarias que nos enriquecen y hemos de sentirlas como propias. Hemos de aprender a amar nuestra historia, con sus luces y sus sombras, a respetar nuestros símbolos y a sentir la emoción en lo más profundo de nuestro corazón cuando escuchamos la belleza del himno a Valencia, como cuando contemplamos los evocadores giros y sones de los Eusko gudariak, la canción tradicional de los antiguos guerreros vascos.

Las palabras tan rimbombantes como vacías de contenido de los bajitos, nunca servirán de nada. Es la realidad diaria de nuestros hechos la que ha de derribar los pastiches de nuestras prejuiciadas etiquetas, y convencernos de que todos jugamos un papel importante en el proyecto común que es España, porque siendo grande Espala, lo serán todos y cada uno de sus pueblos y regiones.

Seamos como los mosqueteros de Dumas: Todos para una y una para todos. Y si es así, utilicemos la riqueza de nuestras lenguas para enriquecernos y no para separarnos. Si el español es la lengua común de todos los españoles, creo que todos nos sentiríamos más unidos por la lengua, si además de aprender el inglés, el francés o el alemán, como idioma extranjero, aprendiésemos también como lengua propia, que lo es, el catalán, vasco, gallego o valenciano. Al fin y al cabo, nunca sabemos dónde podemos recalar en nuestra travesía, y al menos, sería un bello gesto poder dirigirnos a nuestros hermanos de otra comunidad en su lengua materna.

Sin duda, gestos como el que acabo de señalar, servirían para derribar los muros que hemos levantado durante siglos y derribar los anacrónicos prejuicios que mantenemos, en buena parte, propiciados por los liliputienses que nos han venido desgobernando.

De una vez por todas, hemos remar al unísono si queremos convivir en paz y arribar al puerto del progreso y el futuro, y no desangrarnos en ridículas y suicidas luchas intestinas en las que todos seremos perdedores.

Si no lo conseguimos, solo será por falta de voluntad y falta de confianza en nosotros mismos. Solo desprendiéndonos de nuestros raquíticos egoísmos podremos abordar nuestra entera realidad y cerrar para siempre el problema de una España inacabada.