CAMINEO.INFO.- A día de hoy, y gracias a la Orden 45/2011, del 8 de junio, dictada por la Conselleria d’Educació donde se regula la estructura de las programaciones didácticas, los maestros estamos tomando conciencia de la importancia de las competencias básicas y que a su alrededor deben girar los objetivos y los criterios de evaluación de todas las áreas del currículo.
Más aún, pues esta orden nos “obliga” a seguir un esquema concreto de programación y a presentarla antes del 30 de septiembre de cada curso escolar. Ahí es nada.
Pero bien, centrémonos ahora en el meollo de la cuestión. Y es que habría que empezar por el principio: ¿cuántas y qué competencias hay? Un servidor ni lo sabía. Es por esto que las voy a citar a continuación, para recrearme un poco en ellas, para ver si de una vez por todas me dejan una huella imborrable a la hora de ponerme a programar:
- Competencia en comunicación lingüística: comporta el dominio de la lengua oral y escrita en múltiples contextos, y el uso funcional de una lengua extranjera.
- Competencia matemática: supone aplicar aquellas destrezas y actitudes que permiten razonar matemáticamente, comprender una argumentación matemática y expresarse y comunicarse en el lenguaje matemático.
- Competencia en el conocimiento y la interacción con el mundo físico: supone el desarrollo y la aplicación del pensamiento científico-técnico para interpretar la información que se recibe y para predecir y tomar decisiones con iniciática y autonomía personal.
- Tratamiento de la información y competencia digital: implican ser una persona autónoma, eficaz, responsable, crítica y reflexiva al seleccionar, tratar y utilizar la información y sus fuentes, así como las distintas herramientas tecnológicas.
- Competencia social y ciudadana: supone comprender la realidad social en que se vive, afrontar la convivencia y los conflictos empleando el juicio ético basado en los valores y prácticas democráticas, y ejercer la ciudadanía, actuando con criterio propio, contribuyendo a la construcción de la paz y la democracia, y manteniendo una actitud constructiva, solidaria y responsable ante el cumplimiento de los derechos y obligaciones cívicas.
- Competencia cultural y artística: implica un conocimiento básico de las distintas manifestaciones culturales y artísticas, la aplicación de habilidades de pensamiento divergente y de trabajo colaborativo, una actitud abierta, respetuosa y crítica hacia la diversidad de expresiones artísticas y culturales, el deseo y voluntad de cultivar la propia capacidad estética y creadora, y un interés por participar en la vida cultural y por contribuir a la conservación del patrimonio cultural y artístico.
- Competencia para aprender a aprender: implica la conciencia, gestión y control de las propias capacidades y conocimientos desde un sentimiento de eficacia personal, e incluye tanto el pensamiento estratégico, como la capacidad de cooperar, de autoevaluarse, y el manejo eficiente de un conjunto de recursos y técnicas de trabajo intelectual.
- Autonomía e iniciativa personal: suponen ser capaz de imaginar, emprender, desarrollar y evaluar acciones o proyectos individuales o colectivos con creatividad, confianza, responsabilidad y sentido crítico.
Ahí queda eso, bien enumeradas y sintetizadas. Aunque no vendría mal releerlas unas cuantas veces más y tratar de memorizar esas ocho competencias que, según el Real Decreto 1513/2006 del 7 de diciembre, “se incorporan por primera vez en las enseñanzas mínimas, permiten identificar aquellos aprendizajes que se consideran imprescindibles desde un planteamiento integrador y orientado a la aplicación de los saberes adquiridos”.
Y uno se pregunta: Entonces, ¿nunca hasta ahora se han trabajado estos aspectos en la escuela? Por ejemplo, esa máxima de “aprender a aprender” la oí hace veinte años cuando estudiaba Magisterio. ¿O quizás la novedad radica en que todas las áreas deben de girar a su alrededor? ¿O tal vez será que su logro capacitará al alumnado para “su realización personal, el ejercicio de la ciudadanía activa, la incorporación a la vida adulta de manera satisfactoria y el desarrollo de un aprendizaje permanente a lo largo de la vida”?
Como diría un amigo mío: “¡Maravillas, maravillas!” ¡Las competencias son la solución al fracaso escolar que en la actualidad nos abruma y a otras muchas cosas más! A partir de ya, si los maestros nos ponemos las pilas, nuestros alumnos van a ser “ciudadanos de primera”, “adultos ejemplares” que estarán “toda su vida” preocupados por su formación profesional y personal.
Ya se ve que soy un poco escéptico con respecto a las “Competencias básicas” y, respondiendo a la pregunta inicial, creo que su principal novedad es que se concretan en todas las áreas y hasta en la organización y funcionamiento de los centros, las actividades docentes, las formas de relación que se establecen entren los integrantes de la comunidad educativa y las actividades complementarias y extraescolares.
Y a esta novedad habría que añadir la indicación de la lectura diaria, de al menos treinta minutos, en todos los niveles de Primaria porque, según este Real Decreto, “la lectura constituye un factor fundamental para el desarrollo de las competencias”.
Soy un poco escéptico y más cuando he tenido la suerte de leer el discurso que el Santo Padre, Benedicto XVI, pronunció ante un nutrido grupo de profesores el pasado mes de agosto en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid. Porque el Papa lo dejó más que claro: “A veces se piensa que la misión de un profesor universitario; (de un maestro, podríamos decir también); sea hoy exclusivamente la de formar profesionales COMPETENTES y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. También se dice que lo único que se debe privilegiar en la presente coyuntura es la mera CAPACITACIÓN técnica. Ciertamente, cunde en la actualidad esa visión utilitarista de la educación”.
Y uno se pregunta: ¿en qué aspecto educativo se incide más con la introducción explícita de estas competencias? ¿En el técnico utilitarista? Porque el Santo Padre lo tiene más que claro: “cuando la sola utilidad y el pragmatismo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder”.
Porque la introducción de las competencias básicas en el currículo sí que hubiera sido una auténtica novedad si hicieran hincapié en lo esencial: en la difusión de la verdad. Como muy bien dice Benedicto XVI: “la Universidad; (el instituto y el colegio); ha sido y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana”. ¿Cuántas veces aparece la palabra “verdad” en el Real Decreto que da a conocer estas competencias? Y la respuesta nos puede venir con otra cuestión: ¿Pero cómo va a aparecer esta palabra en un texto realizado por personas que niegan la existencia de una verdad objetiva, que afirman que cada uno tiene “su” verdad?
Voy más allá aún. La finalidad última de la escuela debería ser la búsqueda de la verdad porque la verdad, que nos hace libres, es buena y sólo lo bueno nos puede colmar de felicidad. Y ahí está el quid de la cuestión: ¡los maestros queremos que nuestros alumnos sean felices ahora y siempre!
