Llama la atención que en este nuestro país, la “católica” España, se hable mucho de la Iglesia y de los curas; para criticarles, claro está; y para casi nada de Dios. Por eso y pese a estar en contra de las desorbitadas nóminas, encuentro al menos un aspecto positivo a toda la parafernalia del fútbol profesional. Dejen que me explique a continuación.
Resulta que esta temporada se han enfrentado dos equipos del “Estado español” en la gran final de la Europa League. Sí, final que fue retransmitida en abierto por televisión y que mi mujer y yo pudimos ver con cierto interés. Como todos saben, el equipo que se llevó el gato al agua fue el más “españolista” de los dos, el Atlético de Madrid. Y qué casualidad, los tres primeros jugadores que hicieron declaraciones a la televisión desde el mismo terreno de juego, al ser preguntados por el locutor que a quién ofrecían este triunfo respondieron que, al primero, a Dios. Y qué casualidad, ¡ninguno de los tres era español! ¡Faltaría menos!
¿Qué está pasando? ¿Cómo es posible que sigamos mirando hacia otro lado, hacia el lado equivocado, buscando ciegamente la solución a esta crisis sin contar para nada con Dios? ¿Cuándo caeremos en la cuenta de que no hay nada que hacer si no dejamos a un lado los prejuicios, la cobardía, la comodidad y esa tibieza que nos impide ver más allá del sucio suelo? Quizás por eso no levantamos el vuelo y seguimos cayendo sin tocar fondo, hasta que un día, tras haber probado con todo lo demás, cuando lo único que quede sea la desesperación absoluta, claudiquemos de nuestra impostura, de ese querer ser como dioses, y acudamos con sincera humildad al Amor de los amores, al Agua que sacia sin saciar, al Pan vivo que da la vida al mundo, a la Vid que da vida a los sarmientos, y empecemos a remontar, cueste lo que cueste, en busca de una felicidad posible de alcanzar aquí en la tierra y que salta hasta la eternidad.
