Este mes de mayo ha sido un mes de reivindicaciones, de huelgas y de manifestaciones por los recortes que nuestro Gobierno y algunas comunidades autónomas han realizado en Educación. Los convocantes afirman que dichos recortes van a repercutir directamente en la calidad de la educación. Y uno se pregunta si, antes de estas medidas restrictivas, la calidad educativa en España rozaba ya el culmen de la excelencia.
No nos engañemos. La calidad educativa entiende poco de números y sí mucho de entusiasmo. Podríamos echar una mirada atrás y comprobar que con escasos recursos, una ratio por aula el doble que la actual, muchas más horas de dedicación y un sueldo pírrico, los maestros de antaño lograban sacar lo mejor de la mayoría de sus alumnos.
Una cosa sí que está clara: a nadie le gusta que le quiten la miel de los labios, perder parte de unos derechos laborales ya consolidados. Y esto mismo es lo que nos ha pasado a los maestros. ¿Qué hacer entonces? Muy sencillo. Mirar a nuestro alrededor y contemplar a nuestros alumnos y a sus familias para intentar que renazca ese entusiasmo inicial, que quizás remitió al poco de comenzar nuestra labor docente. Un entusiasmo que valora más los deberes que los derechos, que pretende conseguir cosas grandes de sus alumnos: hacer de ellos personas íntegras, honradas, trabajadoras, generosas, alegres… capaces de elevar el nivel moral de esta sociedad y poner de su parte, en un futuro cercano, para superar esta crisis que no es tan solo económica. Ahí es nada, ¿no creen?