Cuando el sinsentido se abre paso en una sociedad, cuando el escepticismo nos consume y el relativismo ampara la legislación vigente, las contradicciones son continuas y hasta las más altas instancias judiciales caen en absurdas sentencias que claman tanto al cielo como al sentido común.
Por eso, cuando en nuestro país se dio luz verde a una ley obscena e injusta como es la del aborto, la caja de Pandora se abrió para que la realidad supere siempre a la ficción y no deje de darnos sorpresas desagradables que nos muestran la degradación moral en que vivimos. Y así, una mujer que decidió poner punto y final a la vida de su hijo, demanda a la clínica abortista que erró en su intento por “aspirar” al ser humano que vivía en sus entrañas. Sí, digo bien, no lograron matar al ser humano que meses después vio la luz del sol y llenó sus pulmones con el mismo oxígeno que respiramos todos los demás.
Y sí, la madre afirma que quiere muchísimo al niño que duerme entre sus brazos, pero que no retira la denuncia y se acoge a la posibilidad de cobrar los cientos de miles de Euros impuestos por el juez a la clínica abortista.
Y sí, uno se pregunta en qué mundo vivimos. Un mundo donde hay madres que día tras día dan la vida por sus hijos y, al mismo tiempo, otras que piden indemnizaciones multimillonarias porque su hijo salió con vida de una “interrupción voluntaria del embarazo”.
La vida sigue su curso, el tiempo pasará y llegará el día en que un joven preguntará a su madre si su amor hubiese sido el mismo de no haber conseguido una sentencia tan beneficiosa para su cuenta corriente. Y ese mismo día quizás le pregunte también por qué, si tanto le quería, demandó a esa clínica por cometer un error que a él le salvó la vida y le dio la oportunidad de amar y ser amado.
Cuando el sinsentido marca los acontecimientos de una sociedad, la realidad supera a la ficción, pues todos sucumbimos ante el sentimentalismo y las apetencias del momento. Caiga quien caiga, mi deseo ha de ser atendido. Y lo peor de todo es que así es, mis apetitos se hacen realidad aunque mi pretensión sea acabar con la vida de otra persona o, tiempo al tiempo, con la mía propia.
Por eso, visto lo visto en este nuestro país, uno no se explica cómo es posible que en los planes de estudio de algunas Universidades se reduzca a la mitad el número de las asignaturas humanísticas. Ésas mismas que nos hablan de la existencia de la Verdad, de la dignidad de todo ser humano, que nos muestran que la voluntad y la inteligencia están por encima de los instintos y de las apetencias. Sí y van más allá, al hablarnos de nuestra maravillosa filiación divina, de ese “atontamiento” que todos sufrimos por culpa del pecado y de una realidad que supera a todas las demás: somos hijos de Dios y estamos llamados para disfrutar con Él de la eternidad en el Cielo.
