Una madre y sus dos hijas pequeñas estaban pidiendo limosna junto a la puerta de una iglesia. Terminó la misa vespertina, salieron los fieles camino de casa, y ellas entraron para ver si quedaba alguien que les pudiera dar algo para cenar.
Al ver esto, a un despistado que por ahí andaba le vino a la cabeza la imagen televisiva de los sindicalistas del SAT, con Sánchez Gordillo a la cabeza, asaltando supermercados para dar de comer al hambriento; y también, de paso, ganar una fama de justicieros que consiga afiliar a algún entusiasta más, y atraer las miradas y simpatías de los que reparten las subvenciones. Pero no podía ser, pues Castilla-La Mancha no es Andalucía y tampoco eran horas para telefonear a Sánchez Gordillo y preguntarle si podía hacer algo por esta causa.
El templo estaba desierto y se dirigieron hacia el único lugar donde se oía alguna voz: la sacristía. Allí estaba el buen párroco atendiendo a unos feligreses y al ver entrar a la mujer y a las niñas les preguntó que qué querían. La madre respondió que comida. Y el sacerdote les dijo que esperaran, que ahora vería qué se podía hacer. Tras unos minutos de espera salió con ellas a la calle, en busca de esa comida tan anhelada.
Y otro despistado, al ver lo sucedido, se pregunta por qué acciones como esta pasan desapercibidas para casi todo el mundo. ¿Será porque es la iniciativa de un sacerdote no sindicalizado? ¿Será porque nuestra sociedad sólo quiere nutrirse de chismorreos y de desgracias ajenas?
Algunos se preguntan también cómo es posible que, con la cantidad de parados que hay, no se produzca una violenta revuelta social. Y la respuesta pudiera estar en el comportamiento de este sacerdote y el de otras muchas personas que piensan en los demás antes que en ellas mismas. Ahí queda eso.
