Las cosas son así y está más que claro que algunos viajeros suben antes que otros en el tren de cercanías. Lo que ya no está tan claro es que por culpa del sueño, del móvil con conexión a Internet, del MP3, de los apuntes o del libro de moda sean incapaces de ver más allá de su propio asiento e ignoren que otros pasajeros suben al tren en las siguientes estaciones.
Y es esa ignorancia culpable la que les impide tener un gesto de caballerosidad y ceder así su asiento a esa señora mayor que acaba de subir, a aquel otro señor que anda renqueante o a esa chica joven embarazada. Sí, tiene que ser ese ensimismamiento el que les impida pensar que aquellas personas podrían ser su abuela, su padre o su hermana y actuar en consecuencia.
Las cosas no tendrían que ser así, pues esos mismos que no han advertido la presencia de otras personas a su alrededor mientras el tren continuaba su camino, siguen en las mismas cuando este llega a su destino. Por eso, como si cayeran en la cuenta del largo tiempo transcurrido montando en aquel tren, saltan de sus asientos y tratan de ser los primeros en bajar del mismo, avasallando a esa señora mayor, a aquel señor renqueante o a la joven en estado de buena esperanza, como si para ellos aún no se hubiera materializado su presencia física.
Sí, seguro que la culpa de esta falta de educación, de este desprecio implícito a los demás, la tiene el sueño, Internet, el MP3, los libros y también el resto de pasajeros que contemplamos atónitos, y sin abrir la boca, la decadencia moral de muchos de nuestros jóvenes. Ahí queda eso.
