He escuchado varias veces decir
que la corrupción política es obra de una minoría pues la mayoría de los
políticos son gente honrada, que puede ser verdad. También he oído decir que la
mayoría de los ciudadanos somos buenos
pero quizás es que nos creemos buenos
y que los malos son los otros.
Pensando en ello recordé una
pegatina adherida a los lunas traseras de los coches que rezaba que todo el
mundo es bueno (To er mundo es güeno) y si todos somos buenos ¿cómo es posible
que haya tanto mal en el mundo?
Si para distinguir el bien del mal
nos guiamos solo por nosotros mismos, o por las opiniones que circulan en
nuestro ambiente, a menudo pensaremos que son buenas muchas cosas que no lo
son.
El fundamento del bien creo
firmemente que está en Dios, pero como hay mucha gente empeñada en eliminar a
Dios de nuestras vidas, hemos decidido que lo bueno y lo malo lo decida el
parlamento a través de las leyes, que se aprueban por mayorías cambiantes y así
llegamos a creer que las cosas malas son las que castiga el código penal y las
que no castigue es que serán buenas, hasta la próxima reforma.
Entre el bien y el mal todos
elegimos el bien, porque de alguna manera estamos orientados hacia lo bueno,
pero puede ocurrir que lo bueno que buscamos y elegimos no sea tan bueno aunque
a nosotros nos lo parezca y tengamos a mano argumentos de sobra para
justificarnos ante nosotros mismos.
Nuestra tendencia hacia el bien es
la que nos hace creernos buenos, pues nadie normalmente quiere creerse malo,
pero ser buenos es una tarea costosa porque también actúa en cada uno de
nosotros una tendencia opuesta de la que es difícil deshacerse por muchos
libros de auto-ayuda que leamos. Nada menos que San Pablo lo expresó diciendo que no hago el bien que quiero sino el mal
que no quiero, es el pecado que mora en mí. Claro que hablar de pecado no
está bien visto, pero ahí está, presente y actuante en cada uno de nosotros.
Los cristianos rezamos a menudo el
Padrenuestro que termina pidiendo al Padre que no nos deje caer en la tentación
y es que la tentación se presenta en cualquier momento y necesitamos la ayuda
de Dios para mantener la honradez, para mantener la fidelidad, para no odiar a
quien no nos cae simpático, para no aprovechar la ocasión de tantas cosas.
También necesitamos la ayuda de
Dios para no caer en la tentación de cerrarnos en nosotros mismos y dárnoslas
de buenos sin preocuparnos de las necesidades de nuestros prójimos, nuestros
próximos, a los que tenemos que amar y con los que tenemos que compartir y,
¡más difícil todavía!, amar a nuestros enemigos, rezar por los que nos
ridiculizan, nos desprecian y hasta nos persiguen.
A lo mejor alguien cree que me las
estoy dando de bueno, pero está en un error, soy un pecador que tiene que andar
pidiendo perdón cada día por no ser capaz muchas veces de perdonar, de
compartir, de amar de verdad a mis prójimos y de tantas cosas….