Acabo de leer que se celebra el
60º aniversario del Tratado de Roma lo que me hace rememorar aquellos años de
mi juventud en los que nos lamentábamos de estar excluidos de Europa y nos
dolió la persecución de aquellos pioneros que, acusados de contubernio por
haberse reunido en Munich, reclamaban de aquel régimen la apertura necesaria
para poder solicitar nuestra
incorporación a aquel ilusionante proyecto de Europa en el que no éramos
aceptados.
A lo largo del tiempo y después de
formar parte de la Unión Europea con un régimen de gobierno democrático, mi
ilusión inicial ha ido sufriendo altibajos. Las grandes ideas de mercado único,
de política común, de ayuda a los países más pobres para tratar de igualarlos a
los más ricos, luego la moneda común, el euro, con sus billetes pintados de
puentes y ventanas, han ido chocando con la realidad de las crisis económicas, de
los países que gastan por encima de sus posibilidades, las crisis de población,
inmigración creciente frente a unos europeos cada vez más viejos y con menos
hijos, que acabarán conquistándonos, como ya anunciara Gadafi, a
través del útero de sus mujeres y ha repetido hace unos días el turco
Erdogan, pidiendo que sus paisanos en
Europa tengan tres hijos al menos.
El terrorismo que nos golpea en
cualquier parte, siempre ligado a la yihad, que demuestra una y otra vez que
los inmigrantes de países no-europeos por mucho tiempo que vivan entre nosotros
y se les conceda la nacionalidad y el pasaporte no serán nunca europeos y, si
se reúnen en número suficiente, crearán en nuestras ciudades guetos en los que
no podrá entrar ni la policía.
Con tantos y tan graves retos a
los que enfrentarse no me explico que toda la carísima estructura gubernamental
de Bruselas se dedique a hacer reglamentos de obligado cumplimiento sobre mil y
una cuestiones. El principio de subsidiariedad
parece haber sido abolido, que lo que
pueda resolverse en un nivel inferior no tiene que resolverlo ninguno superior,
se ha sustituido por normas dictadas por los “más altos y severos organismos” siendo todos los demás meros
ejecutores de sus ordenes inapelables.
Me entero de que nuestros
parlamentarios aprobaron el otro día el Convenio Europeo sobre protección de animales de compañía del
Consejo de Europa del 2015. Ignorante de
mí, pues creía que sobre estas cuestiones bastaba con ordenanzas municipales, y
aún me quedo más sorprendido de que la aprobación parlamentaria se ha demorado
un par de años por la importante cuestión de si se les podía cortar o no la cola a los
perros, y es que el Consejo de Europa está preocupadísimo por conseguir
el más alto grado de bienestar animal, aunque no parece tener el mismo interés
en los bebés que son abortados cada vez en mayor número,(solo les preocupan los
niños que quieran cambiar de sexo, de acuerdo con la ideología de género y haya
que cortarles algo).
Deseo una larga y fructífera vida
a Europa pero, para ello cada uno de los países que la forman tendría que tomar
entre sus manos su propio destino y ser ellos mismos, con sus propias ideas y
sus propios valores y no renunciar a todo ello para obtener ayudas o préstamos
o facilitar cargos de relumbrón a los políticos de turno. Y por favor, no
olvidar el sano principio de subsidiariedad.