Abrirse a la acción del Espíritu
Santo
Con la fiesta de Pentecostés que celebraremos
este año el domingo 4 de junio acaba el ciclo pascual. Para mucha gente quizás
lo único que le suena de esta fiesta es el despliegue folclórico-religioso de la
romería del Rocío: su camino, sus cantos, sus músicas, hasta llegar a la ermita
de Almonte y sacar a la Virgen, que sin duda resulta emocionante para los
asistentes.
Pero Pentecostés es mucho más, es
el cumplimiento de la promesa de Jesús de que sus seguidores recibirían el Espíritu Santo a lo largo de los siglos y que
este Espíritu sería la fuerza que pondría en pié a la Iglesia. Desde
Pentecostés los cristianos vivimos el tiempo del Espíritu Santo que nos une a
Jesús y nos hace hijos de Dios.
Es lamentable que la fe de mucha
gente se haya ido apagando hasta un simple rescoldo, que produce de vez en
cuando algún chisporroteo, alguna emoción ante la Virgen. Oí decir:” la mayor
parte de los españoles no creen en Dios pero creen en la Madre de Dios”
Si nos alejamos de la fe y nos
cerramos a la trascendencia, el Espíritu Santo no puede enriquecernos con sus
dones. Más que nunca habrá que pedir que mande su luz desde el cielo, que entre
hasta el fondo del alma, que mire el vacío del hombre si tu le faltas por
dentro; que mire el poder del pecado cuando no envías tu aliento, si no nos
enriqueces con tus siete dones.
Todos estamos necesitados de
recibir los dones del Espíritu Santo que no podemos suplir por ninguna otra
cosa: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de
Dios.
No se trata de la sabiduría
académica sino de la sabiduría divina, saber de Dios, de nuestra relación con
El, sabiduría que nos hace participar del inmenso misterio del amor de Dios,
que nos creó a su imagen y nos llama a gozar de su plenitud por toda la
eternidad.
El temor de Dios también es un
don, un regalo. En la Biblia podemos leer que el principio de la sabiduría es
el temor del Señor. No se trata de miedo a Dios sino la constatación de la
infinita distancia entre Él y nosotros, entre su inmensidad y nuestra pequeñez.
Pobres locos los que quieren ser como dioses, los que se creen autosuficientes
y niegan a Dios.
El don de inteligencia, para
entender nuestro propio papel, nuestra propia vida, nuestro destino eterno,
para distinguir lo realmente valioso de lo engañoso. El don de ciencia no nos
va a hacer científicos, sino nos ayudará a entender las profundidades de Dios
que nos ama, este don que nos llevará a la meditación y a la contemplación.
El don de consejo nos abrirá a las
necesidades de los demás, a transmitirles lo que pueda ser útil y oportuno para
sus vidas, para su destino eterno y el don de fortaleza es el que nos hará
mantenernos firmes frente a todas las contradicciones, pruebas y luchas.
El don de piedad nos llevará a
actuar como Jesús lo haría, siempre por amor, siempre siguiendo la voluntad de
Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad.
Cerrarnos a la acción del Espíritu
Santo es la peor desgracia que nos puede suceder. Aprendamos a descubrir lo que
de verdad importa para esta vida y para la otra.