Los importantes principios de
libertad, igualdad y no discriminación no podemos decir que una vez declarados
ya están conseguidos para siempre. Hay siempre un tejer y destejer como la tela
de Penélope.
Con respecto a la libertad, los que la administran desde el poder, tienden
siempre a regularla, reglamentarla, hasta dejarla prácticamente irreconocible.
Puedes ser libre para unas cosas y no para otras, eres libre para opinar
siempre que lo hagas en el sentido políticamente correcto y en caso contrario
serás sancionado y perseguido como por ejemplo la ideología de género. No serás
libre para educar a tus hijos según tus valores, pues la educación está en
manos de los poderes que nos gobiernan.
Somos iguales nos dicen, aunque unos más que otros. No es la igualdad
lo común sino la desigualdad. Depende si eres rico o pobre, si tienes trabajo o
no, si vives en un barrio o en otro. Quizás la única igualdad está en el valor
del voto, aunque una vez hayas votado lo que ocurra después no estará a nuestro
alcance. El gobierno que salga del parlamento decidirá lo que puedes cobrar, lo
que tienes que pagar, lo que tienes que estudiar, lo que es bueno o malo, ¿iguales?
¿libres?
Hay una libertad que los políticos
están dispuestos a promover: la libertad sexual, sin frenos ni limitaciones.
Para ello nos dicen que hay que respetar la orientación sexual de todos,
¿cualquier orientación sexual? El incesto, la pedofilia, la zoofilia o la pornografía
son también orientaciones sexuales que, por el momento, parecen inaceptables
¿por cuánto tiempo? Algún país europeo quiere despenalizar la pederastia. Si
las nuevas generaciones son educadas en la ideología de género ¿dónde podremos
llegar?
Si recordamos que la sexualidad
debe estar sometida a la razón y al dominio de sí mismo, que la sexualidad
tiene como excelso objetivo trasmitir la vida y que ello solo es posible dentro
de la complementariedad hombre/mujer, capaces de formar una familia, que no hay
en realidad otros modelos de familia, seguramente seremos tachados de
retrógrados y seremos perseguidos.
Más todavía si recordamos una
palabra hoy prohibida o descatalogada: castidad. (¿Pero de qué habla? Eso es
cosa de monjas.) Pues no, no es cosa de monjas, sino de toda persona capaz de
someter a la razón sus pasiones, y el sexo es una de las fuentes más potente
para producirlas.
Vivir en castidad es obligación
tanto del homosexual como del heterosexual, del casado como del soltero. Dentro
de la castidad las relaciones con los demás son claras, afectuosas y limpias.
Sin castidad es una especie de cacería, de ojeo de las piezas que puedo
conseguir para satisfacer mi apetito de placer. Sin castidad los matrimonios no
duran y los noviazgos no pasan de aventuras de cama.
El sexo es un regalo para donarlo
de forma exclusiva a la persona que amamos, que nos complementa y que es
retribuido con la donación de nuevas vidas. Esas vidas que ahora se impiden y
que están produciendo el envejecimiento y la disminución de la población. Hay
que sentir el orgullo de ser casto, de ser padre, de ser madres, de ser
familia.
Es posible que esto no sea del
agrado de los nuevos inquisidores ¡Qué le vamos a hacer!