La elección de
Trump como Presidente de los Estados Unidos resultó una sorpresa para los medios de comunicación
de aquel país y también para los de éste, aunque no han cejado en su actitud
contraria a todo lo que diga o haga Mr. Trump, buscando incluso la posibilidad
de derribarlo del poder.
El deseo
de que fuera elegida la señora Clinton ha sido manifiesto, ya que todo el
progresismo estaba con ella. Ella era la representación del Nuevo Orden Mundial
(NOM) que desde la cumbre del poder internacional, la ONU y sus agencias, así
como la Unión Europea, trata de imponerse a toda la humanidad. Esta señora
declaró en su campaña que era necesario redefinir el papel de las iglesias, de las religiones y de instituciones como la
familia. Protectora del mayor centro abortista del mundo, busca la
expansión del derecho al aborto en todos los países.
No hay telediario que deje de ofrecer
alguna noticia desfavorable sobre el Sr. Trump y su pugilato con el periodismo,
especialmente con la CNN, pero ha sido en la CNN donde he leído el discurso del
presidente en su visita a Polonia y he quedado sorprendido por sus
afirmaciones, que por desgracia no espero escuchar en boca de nuestros
políticos. Trump dijo: Ponemos la fe y la familia, no el gobierno y la
burocracia, en el centro de nuestras vidas. Y sobre todo, valoramos
la dignidad de toda vida humana, protegemos los derechos de cada persona y
compartimos la esperanza de que cada alma viva en libertad.
También dijo en otro momento: Polonia es
el corazón geográfico de Europa, pero lo que es más importante, en el pueblo
polaco, vemos el alma de Europa. Tu nación es grande porque tu espíritu es
grande y tu espíritu es fuerte. Y algo
que entiendo es fundamental y que aquí, en España, parece haberse olvidado: Mientras
conozcamos nuestra historia, sabremos construir nuestro futuro.
Otro político que me ha
sorprendido favorablemente ha sido el Presidente francés señor Macron en su discurso en el Palacio de Versalles, después
de una entrada fastuosa que me recordó alguna estampa del emperador Napoleón en
sus días de gloria.
Ha dicho algunas cosas
muy interesantes como que hay que acabar
con la proliferación legislativa y que los parlamentarios se centren en evaluar y
mejorar las leyes vigentes, en vez de prolongar el frenesí normativo
característico de las economías desarrolladas y que se propone reducir un
tercio de los parlamentarios.
Cuando uno piensa en el millón de páginas anuales
de nuestro Boletín Oficial del Estado, más los cientos de miles que lanzan las
autonomías, diputaciones y ayuntamientos, lamenta que los propósitos del señor
Macron no sean copiados por nuestros políticos y tampoco sería malo que
disminuyeran, no un tercio sino, al menos, la mitad de los actuales.
Algunas de las leyes españolas apestan a
imposición totalitaria, como la de violencia de género o las que han logrado
colar el colectivo LGBT de cambio de sexo, manipulación de nuestros hijos y
amenaza de aplicar la acusación de delito de odio a cualquiera que se oponga o
la ley que empezó tratando de despenalizar el aborto y que ha acabado convirtiéndose
en un derecho, propiciando la eliminación de más de cien mil niños al
año. Las leyes de “nuevos derechos” han convertido en costumbre banal lo que no
ha dejado de ser un mal, mal socialmente aceptado por haber aparecido en el
BOE.