El pasado mes de octubre
encontré en algunas páginas de internet la noticia de la Declaración de París, un
manifiesto, que lleva por título “Una
Europa en la que podemos creer” elaborado por diez intelectuales europeos y
que ha sido firmada también por bastantes intelectuales españoles.
El manifiesto alerta de la
amenaza de una falsa Europa cuyos patrocinadores están fascinados por el mito
del progreso inevitable y convencidos de que la historia está de su lado, por
lo que son incapaces de reconocer los defectos de un mundo post-nacional y
post-cultural que están construyendo, pero reprimen el disenso de quienes señalan
que la Europa real tiene que ser otra cosa que enlace con la historia y el
carácter de los estados-nación y con sus raíces cristianas.
En nombre de la igualdad y
la tolerancia pretenden hacer tabla rasa con nuestro pasado, reprimiendo a los
que se atrevan a mostrar su disconformidad con las directrices inapelables de
Bruselas.
La Unión Europea o es una
comunidad de naciones con nuestras lenguas, tradiciones y fronteras que
aportan la diversidad pero también la unidad básica de nuestras raíces
cristianas, griegas y romanas, o es volver a cualquier forma de imperialismo
inaceptable.
Un estado-nación de Europa
se enorgullece de gobernarse a su modo, de sus logros nacionales, de su propia
identidad, aunque comparta con los demás países europeos unas raíces comunes.
El manifiesto señala el peligro de estar perdiendo nuestro propio hogar frente
a una Europa que se jacta de un compromiso sin precedentes con la libertad
humana, pero en la realidad se trata de unas libertades parciales y discutibles
como la libertad sexual, el hedonismo, la debilitación del vínculo matrimonial
y la crisis de la familia.
Señala el manifiesto que
al mismo tiempo que se alardea de una libertad sin precedentes la vida europea
está siendo regulada hasta el último detalle y las normas confeccionadas por
tecnócratas sin rostro, coordinados con poderosos intereses, gobiernan las
relaciones laborales, las decisiones empresariales, las calificaciones
educativas o nuestros medios de comunicación pero también la libertad de
expresión y la libertad de conciencia.
Esta Europa que están
construyendo desde Bruselas elimina de la vida pública las manifestaciones
cristianas para no ofender al Islam y favorecer un multiculturalismo que cada
vez se muestra más inviable. Los que se atreven a cuestionar la política
migratoria son rápidamente arrastrados a los tribunales acusados de islamofobos.
Dice este manifiesto que
hay una indudable mala fe en la tendencia hacia la globalización que poderos
intereses quieren llevar a cabo levantando instituciones supranacionales que
puedan controlar sin los inconvenientes de la soberanía popular de cada
estado-nación.
Dice también que nuestras
clases gobernantes están promoviendo los derechos humanos, combaten el cambio
climático, construyen una economía de mercado o están supervisando los
movimientos hacia la igualdad de género. ¿No habrá que ser escépticos ante tan
generosa ayuda? Europa está dominada por
un materialismo vacío que parece incapaz de motivar a los hombres y las mujeres
a tener hijos y formar familias…
En un pequeño artículo no
soy capaz de condensar toda la riqueza de este manifiesto pero invito a quienes
me lean a que lo busquen y descarguen de internet.
Aunque los medios de
comunicación nos hablan todos los días de Europa esta Declaración no ha tenido
la acogida que merece, seguramente que lo que dice no conviene e los que
mandan.