Ya tenemos nuevo jefe de gobierno
y nuevos ministros y ministras. Son bastantes cosas las que han llamado la
atención en este vertiginoso cambio y una ha sido la eliminación de cualquier símbolo
religioso en las tomas de posesión.
Si no se cree en Dios quizás sea
más lógico prescindir de toda referencia religiosa. Si todos los anteriores lo
hicieron con Biblia y crucifijo no sé si fue por mera inercia, pues no parece que sus actos
hayan reflejado ninguna creencia a la hora de legislar y decidir, más bien
buena parte de su labor ha consistido en ir
arrinconando los principios y valores cristianos.
Lo de jurar debe resultarles
carca y trasnochado por lo que todos han optado por prometer por su conciencia y honor. Ya sabemos que las promesas de
los políticos no son de fiar, especialmente las promesas que hacen a los
ciudadanos que les dan su voto, y en buena parte se lo siguen dando sin pedir
cuenta de los incumplimientos.
Apelar a la propia conciencia y
honor, tampoco parece ofrecer ninguna seguridad pues la conciencia como
capacidad de elegir entre el bien y el mal en uso de la propia libertad sin
referencia alguna a normas morales inmutables y trascendentes, dan como
resultado todo lo que se acumula en los tribunales y el honor es algo que
podemos presuponer, pero no queda acreditado sino a lo largo de una vida
intachable.
Admito que hay personas que no
creen en ninguna trascendencia y son honestas y honradas y otras que dicen
creer pero no son ni honestas ni honradas, tanto si hablamos de políticos como
de ciudadanos.
Sin duda por todo ello en la
organización de nuestra convivencia siempre se han establecido leyes y tribunales para que
juzguen con imparcialidad las conductas de todos, aunque el problema se plantea
cuando las leyes que logran aprobar los políticos establecen como delito cosas
que no lo son, se recortan derechos y libertades de los ciudadanos o tienen
como objetivo asegurar la imposición de determinadas
ideologías.
Los parlamentos no tienen
atribuido ningún tipo de infalibilidad ni tienen derecho a dictar leyes que
desquicien las bases que configuran la propia sociedad, como todas las leyes
anti familiares que padecemos. Si el marxismo introdujo en la sociedad la lucha
de clases, el marxismo actual está introduciendo la lucha de sexos, en la que
cualquier hombre es sospechoso de machismo y la denuncia de una mujer puede llevar,
aun sin pruebas, a la inmediata detención del señalado.
Desde luego la llegada de este
gobierno no solo ha acabado con viejas costumbres religiosas sino también con
viejas costumbres democráticas pues, hasta
ahora gobernaba el que ganaba las elecciones, aunque necesitara los votos
de otros partidos minoritarios comprados a peso de presupuesto. Ahora ha llegado
al poder un señor que venía perdiendo las elecciones pero que ha encontrado el
momento propicio y vulnerable para desalojar al gobierno anterior, no con los
votos de los ciudadanos sino con los votos de los políticos de otros partidos,
que nadie sabe hasta cuándo lo apoyarán, ni qué pedirán a cambio.
Estamos viviendo un momento
inesperado que ojalá sirva para el bien común de este viejo país llamado España
que vive en horas bajas, pendientes de lo que en cada momento nos vayan
contando los medios de comunicación.