Nuestra democracia representativa
se lleva a efecto mediante elecciones periódicas en las que los partidos
concurren pidiendo el voto de los ciudadanos para lo cual ofrecen determinadas
líneas de actuación programática, que luego llevarán o no a cabo.
Hay una radical diferencia entre dirigentes,
militantes y votantes. Los dirigentes tienen el poder de designar de entre sus
militantes los que formarán parte de las listas electorales de cada nivel. Los
militantes forman parte del partido como colaboradores en las tareas organizativas
y tratan de hacer méritos para ser incluidos en las candidaturas
correspondientes. Los votantes solo tienen la voz de su voto que cada cuatro
años depositan en la urna correspondiente. Aunque el número de votantes será el
que dé la victoria o la derrota a cada partido, terminado el escrutinio desaparecerán
hasta la próxima ocasión.
Aunque todos los militantes de un
partido apoyen a su líder, ello no significa que pueda mantener o ampliar el
número de sus votantes. Después de unas primarias exitosas puede darse un
descalabro electoral. La influencia sobre la militancia es una cosa, sobre los
votantes es otra.
Como a pesar del exiguo papel que
nos dejan a los votantes resulta a la postre que nuestro voto es el decisivo
convendría meditar con atención nuestra conducta electoral.
El partido gobernante que alcanzó
la mayoría absoluta en la legislatura anterior no consiguió revalidar tal
mayoría en la siguientes. Seguramente parte de aquellos votantes comprobaron
que el programa ofrecido fue incumplido y abandonado..
También es cierto que muchos
votantes votan a un partido u otro por costumbre o por creer que representa los
valores que ellos creen importantes, sin
advertir que los partidos no se mueven por valores sino por cálculo electoral.
Hay quienes siguen creyendo en la superioridad moral de la izquierda (o de la
derecha) y no hay tal superioridad pues las líneas de actuación de cada partido
no resultan en modo alguno claras y distintas para los votantes.
Aprovechando el descontento de
unos y otros ha surgido un partido populista, especialista en canalizar el odio
y la vieja máxima revolucionaria “cuanto peor, mejor”. Ha conseguido votantes
en gran número debilitando a la izquierda para nutrir la ultraizquierda. Esto
favorece a la derecha que puede invocar el miedo a los revolucionarios para
conseguir votos.
Otro partido que venía actuando
con éxito en Cataluña dio el salto al escenario nacional donde ha tratado de
asumir el papel de justiciero contra la corrupción, pienso que con escaso éxito.
Quiere estar en todas las salsas, pactar con unos y otros, pero en total nada.
Luego tenemos los partidos
periféricos acostumbrados a vender caros sus escasos votos pero con una deriva
soberanista en Cataluña que representa un golpe de estado a cámara lenta, con
incierto resultado. Han crecido al amparo de la desidia de los gobernantes, su
gestión es funesta, sus militantes y parte de sus votantes están radicalizados, sin que los
no-soberanistas encuentren ningún apoyo partidario.
Nuestro futuro como nación
resulta incierto y problemático. Si no podemos confiar en los dirigentes ni en
los militantes, los votantes debemos utilizar nuestro voto con sabiduría y
decisión. Una huelga general de votantes quizás podría servir para replantear
la vigencia de nuestra pobre democracia. No tenemos a la vista soluciones de
recambio.