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CAMINEO.INFO.- Monseñor José Vilaplana Blasco




JMJ: Una gran fiesta

Mon, 22 Aug 2011 07:03:00
 
Monseñor José Vilaplana Blasco, Obispo de Huelva
Monseñor José Vilaplana Blasco

CAMINEO.INFO.- La Jornada Mundial de la Juventud ha sido una gran fiesta. Es difícil resumir en pocas palabras lo que hemos vivido y experimentado durante estos días en que hemos contado con la presencia del Santo Padre y sus mensajes y hemos visto una ciudad inundada por la alegría de los jóvenes venidos de todos los rincones del mundo. Yo lo resumiría así: una gran fiesta.

Pero una fiesta no es simplemente “juerga”. Celebrar una fiesta significa celebrar algo con sentido, algo que tiene importancia en la vida. Significa compartir con otros una alegría grande y quiere decir también un empuje hacia el futuro. La “juerga” es evasión, una diversión que empieza y termina en uno mismo, que agota. Sin embargo, la fiesta es estimulante.

En primer lugar, ha sido una gran fiesta de la fe. Los jóvenes han sabido intuir que el personaje más importante de esta fiesta es Jesucristo. Esto se ha puesto de manifiesto cuando, desde el Papa hasta el último muchacho que estaba a muchos metros de la Custodia, adoraron en silencio al Señor en un momento que ha sido, quizás, el que más ha impresionado, no sólo a los que participábamos allí después de la tormenta, sino a toda la sociedad que, a través de la televisión, ha podido percibir ese silencio. Ahí estaba el secreto de esta fiesta: estos jóvenes, de una u otra forma, han intuido que Jesucristo resucitado está presente en medio de nosotros y que el Papa es su servidor y su testigo. El sucesor de Pedro ha venido para hablarnos de Cristo, para ayudarnos a encontrarnos con Él y para estimularnos a que le sigamos, a que seamos sus testigos en medio del mundo.

En segundo lugar, ha sido una gran fiesta de la fraternidad universal. Ya lo pudimos vislumbrar en los días previos en las diócesis. Jóvenes de distintas razas, culturas y pueblos se sentían parte de una misma realidad: la Iglesia. Su punto común era el amor y la fe en Jesucristo, todo ello, con el desafío de encontrarse y ayudarse mutuamente. Tantas banderas haciendo un mosaico de color, compartir los cantos y las danzas, ha sido una expresión muy hermosa de lo que es la Iglesia Católica.

Pero la JMJ también ha sido una fiesta del futuro. Vivimos en una sociedad en que los jóvenes muchas veces aparecen relacionados con noticias negativas, como ocurrió el mismo sábado de la Vigilia con la fiesta Rave en Getafe en la que fallecieron varios jóvenes a causa del consumo de droga. Sin embargo, aquellos que han participado en esta jornada han dado al mundo una buena noticia. Es posible ser joven y respetuoso con la sociedad; es posible ser joven y comprometido, ahí está el ejemplo de tantos miles de voluntarios. La vivencia de la JMJ ha colmado nuestro deseo de ver abrirse ante los jóvenes “horizontes de esperanza” en medio de la situación que vivimos.

A nivel diocesano, la JMJ también ha calado, ya que ayudará sobremanera a desarrollar el objetivo tercero de nuestro Plan Diocesano de Evangelización, centrado en este colectivo juvenil. Creo que los jóvenes que han participado en la acogida y en la jornada, junto a los sacerdotes que les han acompañado y el equipo de Pastoral Juvenil, nos ayudarán a realizar y concretar los mensajes que el Papa ha dejado. Una Jornada Mundial de la Juventud no acaba cuando despedimos al Santo Padre, sino que es entonces cuando comienza una tarea importante para hacerla viva en el día a día de nuestras parroquias.

La JMJ ha puesto ante nuestros ojos aspectos muy hermosos. No sólo se ha visto en los grandes acontecimientos que han sido retransmitidos, sino que también se ha vivido en pequeños detalles. Tuve la suerte de ser catequista de los jóvenes sordos, unos doscientos de veinte países del mundo y me impresionó cómo con ellos venían sacerdotes, religiosas y catequistas que hacían un esfuerzo inconmensurable por traducir a su lenguaje los mensajes de la JMJ. Es decir, dentro de este acontecimiento se ha tenido muy en cuenta a los pequeños, a los débiles, al sector de la discapacidad. También hay que destacar la acogida de muchas personas que, de una manera sencilla y directa, han abierto sus casas para aliviar el cansancio o compartir la comida.

En definitiva, ha sido una fiesta que habla de Dios y que nos empuja a vivir como Dios nos ha pedido. Así lo señalaba el Santo Padre en su encuentro con los voluntarios al cerrar la jornada en el IFEMA, cuando se refirió a que “quizás alguno esté pensando: el Papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo. Sí, así es […] Esto es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros”.







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