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Portada:: Habla el Obispo:: Cardenal Carlos Osoro Sierra:: SEÑOR, DAME DE BEBER

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SEÑOR, DAME DE BEBER

Mon, 04 Apr 2011 13:01:00
 

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Cuando esta tarde pensaba qué debía deciros esta semana, inmediatamente me ha venido a la mente el Evangelio de la Samaritana (cf. Jn 4, 1-42). Quizá es la página más identificadora del Evangelio para el momento presente. Estamos viviendo unas circunstancias muy especiales. Hay sed. Este tiempo de Cuaresma nos lo da el Señor para que descubramos de dónde nos viene la sed y hagamos una conversión. Tenemos sed de esperanza, sed de alegría, sed de sentirnos amados y comprendidos, sed de vida, sed por encontrar horizontes y caminos que sean abiertos, sed de felicidad, sed de acogida, sed de tener la sabiduría para saber elegir lo que en cada momento nos conviene más, sed de libertad, sed de justicia, sed de fraternidad, sed de fidelidad, sed de verdad. Y mi pregunta para ti hoy es ésta: tú que estás sediento, ¿dónde buscas el agua que te quite la sed que tienes? ¿En qué o en quién buscas quitar esa sed?

Siempre me ha impresionado el encuentro de Jesús con la samaritana. El diálogo que se establece entre ambos es de una hondura tal que, en cualquier momento en que entremos en él, nos desbordan las sugerencias y las respuestas que ese diálogo da a nuestra vida. ¡Qué belleza tiene la expresión del Evangelio, “Jesús cansado del camino”! Y la belleza está en que Él, que es Dios, penetra totalmente dentro de la condición humana, también asumiendo el cansancio de los hombres. “Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo”. ¡Qué fuerza más significativa tiene el pozo y Jesús! El pozo, que tiene un agua que quien la bebe vuelve a tener sed, y Jesús, que es el que tiene un agua que quien se atreva a beberla jamás tendrá sed. ¡Cuántas reflexiones podríamos hacer con esa estampa de Jesús sentado junto al pozo...! Pero hay una que no quiero pasar desapercibida y es ésta: el amor no quiere imponerse. Dios, que es amor, no quiere entrar a la fuerza en el santuario del corazón del ser humano. Al respetar la libertad que Él mismo ha dado al hombre, está ante su puerta como un mendigo y llama a ella esperando hasta que le abra. Esto hace el Señor con cada uno de nosotros.

“Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber”. Se hace verdad lo que Santa Teresita del Niño Jesús dice en una carta dirigida a su hermana Celina: “Jesús… se hace pobre para que nosotras podamos darle limosna, nos tiende la mano como un mendigo… El mismo Jesús… es quien busca nuestro amor, quien lo mendiga. No quiere tomar nada sin que se lo demos” (Carta 145, 2 de agosto de 1893; Obras Completas, Monte Carmelo, Burgos 1998, 482). Aquí alcanza esta mujer la gran intuición de los Padres de Oriente, para quien Dios es el mendigo de amor que llama a la puerta de nuestro corazón (Ap 3, 20). ¡Qué fuerza tienen las palabras de Jesús: “Dame de beber”! Y todo para alcanzar el corazón de la samaritana. Ella se extraña de que un judío se dirija a ella. Quizá le ha reconocido por el acento de su manera de hablar o por la forma de vestir. Esas palabras “Dame de beber” tienen una fuerza que va más allá de lo que a simple vista dicen. Es cierto que expresan una petición, pero son expresión también de acogida, de bienvenida, de consuelo, de interés por el otro, de amor incondicional. Precisamente eso es lo que no tenía la samaritana, por eso le responde: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?”

Pero la humildad no se ocupa de sí misma, se encuentra por completo en actitud de recibir, de acoger los dones de Dios; por eso se convierte toda ella en apertura y espera. De ahí, esas palabras de Jesús: “si conocieras el Don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva”. Jesús le quiere revelar el verdadero pozo al que hay que ir para apagar definitivamente la sed. Conocía perfectamente la situación de esta mujer y dónde buscaba ella quitar la sed. Nos conoce a todos nosotros, en lo más íntimo de nuestra vida. Por ello busca todas las oportunidades para decirnos: “dame de beber”. Que, en el fondo, es para que nos demos cuenta de qué agua estamos bebiendo para tener vida. La samaritana, como nosotros también, quería escaparse y no enfrentarse con la situación verdadera de su vida. Por ello esa expresión: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo”. Pero la oferta del Señor ha sido de tal hondura que no ha dejado indiferente a esta mujer, como no nos deja a nosotros: “Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna”. ¿Os dais cuenta de la oferta?

El ser humano humilde, al ponerse al alcance de la Verdad, ve su nada. Y ello produce un deseo creciente de que lo llene Aquél que es Todo. La humildad es la virtud que abre el interior del hombre, que llama a la puerta y desea derramar su todo en la pequeña nada humana. Esto es lo que sucede en la samaritana. Y esto es lo que le hace decir con todas las fuerzas de su alma: “Señor, dame de esa agua”. Quizá ella no lo comprende bien con su cabeza, pero lo entiende con su corazón, pues ha tocado el Señor la profundidad de su vida. Necesita de ese agua, lo mismo que la necesitamos cada uno de nosotros. La mujer ha descubierto al instante la verdad de su vida. Jesús le ha desvelado sus heridas, el drama de toda su vida afectiva, sus vacíos, sus fracasos, su infelicidad. Pero lo importante es que sigue diciendo. “Señor, dame de esa agua”. Reconoce en Jesús al Mesías y se convierte en misionera de todos sus paisanos, los convence su testimonio para que vengan a verlo y se encuentren con el Señor.

Tú también tienes sed, ¿estás dispuesto a abrir la puerta de tu vida a Jesús y decirle: “Señor, dame de esa agua”? Ten en cuenta que lo opuesto a la humildad es el orgullo, que en definitiva es estar lleno de sí mismo y no necesitar de nada, ni de nadie. ¿Pero es así como alcanzas la felicidad? Necesitas de Dios. Ábrete a Él. Mira a dónde vas a buscar agua, ¿te quita la sed verdadera de tu vida? “Señor, dame de ese agua”.

Con gran afecto, os bendice


+ Carlos, Arzobispo de Valencia







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