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Portada:: Habla el Obispo:: Cardenal Carlos Osoro Sierra:: JUAN PABLO II, AMIGO DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

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JUAN PABLO II, AMIGO DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

Mon, 16 May 2011 13:01:00
 

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- El 1 de mayo, II Domingo de Pascua y fiesta de la Divina Misericordia, la misma que el día en que terminó su vida terrena, era beatificado el Papa Juan Pablo II. Todos los que hemos tenido la gracia de haberlo conocido e, incluso, de recibir la misión episcopal de él, así como palabras de aliento para cumplir esta misión, estamos gozosos de que se haya producido el reconocimiento en la Iglesia y damos gracias a Dios por poder invocar a este amigo suyo y de los hombres.

Los valencianos tenemos un recuerdo entrañable de su paso por nuestras tierras. Aquí habló de lo que él amaba con singular aprecio, el ministerio sacerdotal. ¡Qué palabras salieron de su corazón! Cuando a los dos años de ser Papa visitó a los jóvenes en Francia reunidos en el Parque de los Príncipes de París, les dijo: “para mí sigue siendo lo más importante el hecho de ser sacerdote, de poder celebrar cada día la Santa Eucaristía, de poder renovar cada día el mismo Sacrificio de Cristo, ofreciendo en Él todas las cosas al Padre: el mundo, la humanidad y a mí mismo. Tengo presente en mi memoria el momento interior en que oí el llamamiento de Cristo: ven y sígueme”. ¡Cómo han marcado estas palabras suyas todo un estilo y una manera de ser! ¡Qué expresiones tan vivas tenía para hablar del sacerdocio! “El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo, esposo de la Iglesia”. Por ello, no tendrá inconveniente en decirnos Juan Pablo II que la vida espiritual del sacerdote ha de estar caracterizada por esa actitud esencial de servicio al Pueblo de Dios, un servicio realizado como Dios mismo espera y con el mismo espíritu de Jesucristo. “El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero, en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor, es la caridad pastoral… El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen”.

Cuando nos acercamos a su vida desde sus inicios, descubrimos a quien estuvo al frente de la Iglesia como Sucesor de Pedro durante veintiséis años y seis meses. Ciertamente es un gigante espiritual, una de las figuras más carismáticas que ha ocupado el siglo XX y los inicios del siglo XXI. Un hombre que, dotado de una tremenda energía y de una espiritualidad que contagiaba a todos los que nos poníamos a su lado, se ganó el cariño de personas de todos los credos. Recorrió toda la tierra en más de cien viajes a los cinco continentes. Admirado por todos los hombres, hubo un grupo a los que conquistó el corazón, los jóvenes. Tiene una fuerza extraordinaria que toda su vida fuese un canto a la belleza de Dios, que en Jesucristo se preocupa y ocupa del hombre creado a imagen y semejanza del mismo Creador. Su amor profundo a Dios, a la Iglesia, a la que sirvió hasta las últimas consecuencias, y a los hombres, nacen de una espiritualidad que descubrimos en sus enseñanzas, donde destaca su amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen María.

El 16 de octubre de 1978 es una fecha clave en la historia y en la vida de la Iglesia. El cardenal Karol Wojtyla es elegido Sucesor de Pedro con el nombre de Juan Pablo II. Rompiendo el protocolo que hasta entonces existía, antes de impartir la bendición dice estas palabras: “¡Alabado sea Jesucristo! Queridísimos hermanos y hermanas: Todos estamos apenados todavía por la muerte de nuestro queridísimo Papa Juan Pablo I. Y he aquí que los eminentísimos cardenales han designado un nuevo Obispo de Roma. Lo han llamado de un país lejano…, lejano, pero muy cercano siempre por la comunión en la fe y en la tradición cristiana. He sentido miedo al recibir esta designación, pero lo he hecho con espíritu de obediencia a Nuestro Señor Jesucristo y con la confianza plena en su Madre, la Virgen Santísima…Y así me presento a todos vosotros, para confesar nuestra fe común, nuestra esperanza, nuestra confianza en la Madre de Cristo y de la Iglesia; y también para comenzar de nuevo el camino de la historia y de la Iglesia, con la ayuda de Dios y con la ayuda de los hombres”. Una preocupación fundamental va a ocupar todo su ministerio como Sucesor de Pedro: el hombre, la persona humana completa (cuerpo y alma) y su unión con Dios, la salvación del hombre en su sentido más profundo y hasta las últimas consecuencias. De ahí, el empeño que tuvo de que quitásemos los miedos y de entregarnos esperanza siempre. Nos dirá en muchas ocasiones que la Iglesia considera que se deriva de su misión esencial proclamar la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. En esto tenemos que trabajar los cristianos –nos dirá en múltiples ocasiones–, en revalorizar mejor la dignidad que el hombre recibe de su Creador y unir todas las energías a las de otros para defender y promover tal dignidad. Las líneas maestras de su pontificado, además del hombre, serán la verdad, la justicia, la vida desde la plena dimensión de la fe en Cristo, con su profunda espiritualidad y su completa moral. Se ocupó de los jóvenes, del matrimonio y de la familia, de los más pobres y desfavorecidos de la tierra, de los sacerdotes…

¡Cómo buscó la comunicación con la gente joven! ¡A qué compenetración llegó! Recuerdo cómo un joven quedó sorprendido por la pregunta que el Papa le hizo. Si me lees, desde la memoria e intercesión de Juan Pablo II, yo también quiero sorprenderte con la misma pregunta: “¿Has pensado alguna vez en ser sacerdote?” El joven aquél respondió al papa: “No, Santidad, quiero ser un buen pintor y para ello estoy estudiando”. Juan Pablo II siguió la conversación y ¡qué maravilla de explicación! Es la que te doy a ti también: siendo sacerdote, puedes todos los días con tu trabajo y con tu ejemplo añadir pinceladas magistrales sobre el lienzo del tiempo de las personas que te encuentres por el camino… y, al final de tu vida, habrás realizado un cuadro admirable que le va a gustar mucho más a Dios. ¡Anímate! Hazlo. Solamente habrás cambiado los pinceles y la sala de exposición. Aquél joven dejó la pintura y fue sacerdote. ¿Tú serás capaz de tomar otros pinceles y elegir otra sala de exposición?

Con gran afecto, te bendice



+ Carlos, Arzobispo de Valencia







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