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Portada:: Habla el Obispo:: Cardenal Carlos Osoro Sierra:: ¡VEN, ESPÍRITU SANTO! ABRE MIS PUERTAS A CRISTO

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¡VEN, ESPÍRITU SANTO! ABRE MIS PUERTAS A CRISTO

Mon, 13 Jun 2011 13:01:00
 

CAMINEO.INFO -Valencia/ESPAÑA- Vamos a celebrar lo que Pentecostés pone en marcha, que no es ni más ni menos que el pueblo nuevo, lleno del Espíritu Santo y de los dones del Mesías. ¡Qué belleza tiene la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo! La Iglesia, de la que somos parte tú y yo, es el resultado de la acción divina revelante (Hijo) y santificante (Espíritu). Y es que la llamada de Dios ha suscitado una congregación de creyentes, que permite hablar de una Iglesia de Dios. De otra parte, la acción de Jesús permite definirla como la comunidad de los admiradores, seguidores y creyentes en el propio Jesús. Y, por otro lado, la Iglesia es todo eso, hecho real desde dentro de las conciencias por el Espíritu Santo. ¡Qué maravilla poder contemplar hoy la acción del Espíritu Santo! El Espíritu Santo es esencialmente Vida, es el que da la Vida. Y la Iglesia nace de la dinamización de los apóstoles y discípulos que en Pentecostés son cualificados para la misión universal, para dar la vida a este mundo. La comunicación del Espíritu Santo y las donaciones de ese mismo Espíritu en forma ininterrumpida a lo largo de la historia siguen fundando la Iglesia.

Hoy, a través del Evangelio de San Juan, vemos que entre la existencia humana de Jesús y los primeros pasos de la vida de la Iglesia hay una novedad radical: el Resucitado que se da y da su espíritu, como realidad específica continuadora a la vez que innovadora, ya que transfiere lo exterior a lo interior, y de lo que es realidad objetiva hace un principio interior de vida nueva. Así, la Iglesia es fruto de las dos misiones trinitarias: la misión del Hijo y la misión del Espíritu. ¡Qué bien suenan en lo más profundo de nuestra existencia estas palabras!: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19-23).

¡Qué tremendo es tener en la vida las puertas cerradas! Ni entra ni sale vida. La experiencia de las puertas cerradas en la vida humana es terrible. Y las podemos tener cerradas, tanto cuando el mundo es agresivo, como cuando es acogedor. El caso que relata el Evangelio de los primeros discípulos manifiesta que el mundo que les rodeaba era agresivo: estaban los judíos fuera, quizá para manifestarles que también eran traidores. Pero las puertas, igualmente, se pueden cerrar cuando el mundo es acogedor. ¡Cuántas veces en nuestro vivir diario tenemos cerrada la vida a los más cercanos a nosotros, a aquellos con los que nos encontramos todos los días! ¡Cuántas veces tenemos la vida cerrada a Dios! En nuestra cultura actual, uno de los problemas más graves y que afligen a la existencia nuestra es, precisamente, el quitar a Dios de nuestro alrededor y de nuestro centro. Retirado Dios, no tengo ninguna luz que me pueda hacer ver mis sombras. Y nos pasa como a aquellos primeros discípulos, cerradas las puertas estaban en el anochecer, se mantenían en la oscuridad. Y no se veían entre ellos mismos, ni veían a Dios. Su vida estaba atenazada enteramente por los miedos. El miedo siempre es descorazonador, entristece, quita la esperanza, retira la capacidad de autodonación, de entrega, de fidelidad. El miedo turba la mente y el corazón, y nos separa de Dios y de los demás.

¿Quién nos puede sacar de esta situación? ¿Quién nos puede abrir las puertas de nuestra existencia a Dios y a los demás? ¿Quién nos puede quitar los miedos? Solamente un encuentro. Y ese encuentro, necesariamente, tiene que ser con Jesucristo Resucitado. Otros encuentros nos mantienen en la misma tesitura, en la misma disposición existencial. No es extraño que el Beato Juan Pablo II, cuando iniciaba su ministerio como sucesor de Pedro, nos dijera aquellas palabras que han quedado grabadas en nuestro corazón para siempre: “¡Abrid las puertas a Cristo!”

Haz una prueba en tu vida. Deja entrar por un instante al Resucitado. Deja que Él te hable. Deja que te diga: “Paz a vosotros”. Escucha estas palabras en el contexto que vienen dichas por Nuestro Señor Jesucristo. No es la paz, es su Paz que alcanza todo lo que tú eres, vives y tienes, que redimensiona todas las coordenadas de tu existencia. Descubrirás una novedad tan absoluta, que no tiene comparación con nada, ni con nadie. La Paz que Él te ofrece tiene rostro, es su rostro, es su Persona misma, es la Libertad verdadera que alcanza rostro en Él, es la Justicia auténtica que va más allá de lo que tú te mereces y que tiene su rostro en Él, es la Bondad que hace que te sientas a gusto con quien es Bueno, con el único Bueno, es todo aquello que el ser humano necesita para vivir y ser feliz, es el Señor mismo. Y recibir esta paz te hará descubrir la alegría verdadera. No la alegría que nace del triunfo de la vida, sino la que nace de sentirse querido por Dios mismo. ¿Sabes lo que significa comprender que Dios cuenta contigo? ¡Qué maravilla! ¡Qué grandeza adquiere la existencia humana!

Pero junto a la Paz y la experiencia de la alegría verdadera, viene la entrega de la misión. No es una misión cualquiera, sino ésta: “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. ¡Pensar que tenemos la misma misión de Jesús! Ahora bien, es una misión que se nos da en el encuentro con Jesús. De ahí la importancia de no tener cerradas las puertas. Hay que abrírselas a Cristo. En la experiencia del encuentro se da la misión. No hay misión sin encuentro con el Señor y, al revés, no hay encuentro auténtico que no nos lleve a la misión. Porque para la misión nos da el Espíritu Santo. Y nos envía con la fuerza del Espíritu Santo: “recibid el Espíritu Santo”. ¡Ven Espíritu Santo! Ábreme las puertas a Cristo.

Con gran afecto, os bendice


+ Carlos, Arzobispo de Valencia







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