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Mons. Francisco Gil Hellín,




Jóvenes, justicia y paz

Mon, 02 Jan 2012 07:24:00
 
Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos
Mons. Francisco Gil Hellín,

Un árbol que cae hace más ruido que un bosque que crece. Por eso, el bien que cada día se realiza en el mundo hace muchísimo menos ruido que el mal, en los medios de información y en las conversaciones familiares y de café. No obstante, son tantos los árboles que están cayendo ahora en las más variadas geografías, que, a veces, pueden provocar la sensación de que es todo el bosque humano el que se viene abajo. Sin ir más lejos, ahí están las ciento treinta mil víctimas del aborto, sólo en España; las masacres navideñas de Nigeria, Afganistán y Siria; los miles de matrimonios que se han quebrado en el año que está terminando; la crisis económica que, sólo en nuestra nación, ha llevado al desempleo a cinco millones de personas, muchas de ellas jóvenes…

En un clima así, ¿no es una ingenuidad, incluso una burla, hablar de Justicia y de Paz a los jóvenes? ¿No es situarse más allá de los avatares de la historia celebrar una Jornada que tenga como lema “Educar a los jóvenes en la Justicia y la Paz”, como es la que se celebra este domingo?

La Iglesia piensa que, lejos de ser una ingenuidad o una burla, es uno de los bálsamos más reconfortantes que puede verter sobre la sociedad actual y, más en concreto, sobre los jóvenes. Es el mismo bálsamo que derrama un médico sobre un enfermo al que, además de diagnosticarle una enfermedad grave, le abre las puertas a la esperanza de la curación.


Los jóvenes tienen muchas preocupaciones: recibir una formación que les prepare mejor para afrontar la realidad, formar una familia, encontrar un puesto estable de trabajo, influir de verdad en la política, la cultura y la economía, construir una sociedad más humana y más solidaria. Pero son idealistas, generosos, no demasiado calculadores, prontos para dar un paso adelante y cambiar de rumbo.

Todavía no han tenido tiempo para aprender las lecciones de la vida. Necesitan que se les oriente en la búsqueda de la verdad, en el ejercicio de la libertad, en el reconocimiento del valor que tiene la persona sean -cuales sean sus cualidades y sus capacidades-, en la apertura a las necesidades de la sociedad, en el compromiso con las causas nobles y justas. En este momento, necesitan prevenirse contra ciertas corrientes de la cultura actual, sostenida por principios económicos racionalistas e individualistas, y por las ideologías del relativismo, del género y de la violencia. De modo muy particular, han de ser sostenidos en la búsqueda de Dios.

Los jóvenes son un don precioso para la sociedad. Pero necesitan vencer el desánimo ante las dificultades, no entregarse a soluciones falsas, perder el miedo a comprometerse, hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, elegir caminos que lleven a la solidaridad y la convivencia fraterna entre todos los hombres y mujeres de toda raza y cultura. Punto importante para ellos es luchar contra las injusticias y la corrupción y comprometerse a fondo en la construcción de un mundo en el que no sólo no haya guerras sino que haya justicia, verdad y amor. La paz es un don, ciertamente. Pero es también una tarea, una meta a la que todos hemos de aspirar. Todos hemos de apoyar a las generaciones jóvenes: padres, educadores, responsables políticos, instituciones sociales y eclesiales, medios de comunicación social, para que en ellos sembremos las semillas de una sociedad más humana, más fraterna y más pacífica.

Con estos sentimientos y actitudes podemos mirar el nuevo año con esperanza y hasta con optimismo. La historia no está escrita de antemano por el determinismo ni la fatalidad. Los hombres grandes se han curtido en las grandes dificultades, convirtiendo los retos en grandes oportunidades. Si confiamos en Dios y apuntamos a las raíces de la crisis, que no son sólo económicas sino culturales y antropológicas, seremos capaces de salir victoriosos y hacer un mundo más justo y más pacífico.







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