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CAMINEO.INFO.- Mons. Francisco Gil Hellín




Un acontecimiento histórico

Mon, 23 Nov 2009 19:30:00
 
Mons. Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos
Mons. Francisco Gil Hellín

CAMINEO.INFO.- Esta generación nuestra está siendo testigo de acontecimientos excepcionales. Baste pensar, por ejemplo, en la caída del muro de Berlín, el correo electrónico, el móvil o la globalización. En el plano religioso, quienes tenemos unos años, fuimos testigos de la convocatoria y celebración de un concilio ecuménico, el Vaticano II. Los más jóvenes recuerdan bien al Papa Juan Pablo II y sus continuos viajes a lo largo y ancho del mundo. Ahora se añade a nuestra biografía la contemplación de un hecho cuyo alcance aún somos incapaces de prever, pero que no sería extraño que provocase una auténtica convulsión en las diversas confesiones cristianas.

Efectivamente, el pasado cuatro de noviembre, fiesta del gran impulsor de la reforma del concilio Tridentino, san Carlos Borromeo, la Congregación de la Doctrina de la Fe daba a conocer una constitución apostólica firmada por el Papa, en la que se abren de par en par las puertas de la Iglesia Católica a cientos de miles de fieles, y no pocos obispos y sacerdotes de la Confesión Anglicana. El Papa no ha puesto más condiciones que las que escapan a su competencia, es decir: la confesión de la misma fe, concretada en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Eso explica que, por ejemplo, los que ahora vienen desde la fe anglicana podrán usar su propia liturgia para la celebración de la Santa Misa, los sacramentos, el Oficio Divino, etcétera; y puedan tener sus propias parroquias personales y sus propios pastores. Demos gracias a Dios, a quien hay que atribuir, en última instancia, este acontecimiento de gracia tan excepcional.

Por lo que a nosotros toca, dicho acontecimiento nos exige una nueva sensibilidad, algunos de cuyos rasgos pueden ser los siguientes. En primer lugar, la superación de una mentalidad de vencedores y vencidos. Aquí nadie ha sido vencedor, porque se trata de hermanos que se reconcilian. Tampoco hay vencidos, porque Jesucristo ha venido a servir y a dar la vida por todos. Lo correcto es tener una mentalidad de fraternidad y fundirse en un abrazo de paz, largamente esperado y anhelantemente deseado.

Esta actitud nos llevará a ser personas de mentalidad abierta y comprensiva, y a superar todos los esquemas de rigidez mental y cortedad de miras. La Providencia de Dios nos brinda la oportunidad de valorar y practicar lo que san Agustín enseñaba hace tantos siglos: «en lo necesario, unidad; en lo opinable, libertad; en todo, caridad». ¡Cuántos disgustos, personales y eclesiales, nos habríamos ahorrado, si todos hubiéramos cultivado el arte de saber convivir en medio de la diferencia, sin confundir la fe de Jesucristo con nuestras personales opiniones e ideas! Ahora se nos ofrece una oportunidad de oro para poseer de modo pacífico que la misma fe se puede celebrar de diferente manera, aunque no de modo anárquico y absolutamente autónomo, sino dentro del orden que requiere la vida en comunidad y el bien común.

Finalmente, pienso en la necesidad de seguir rezando por la unión. Todos somos conscientes del escándalo y de la rémora evangelizadora que supone la desunión de los que nos llamamos «cristianos». Tiene que dolernos muchísimo que, al acercarnos a hablar de Jesucristo a los que todavía no son creyentes o, siéndolo, necesitan ser más coherentes y practicantes, cada uno presentemos un Cristo. ¡¡Esto no puede seguir siendo así!! Pero la superación de esta dolorosísima realidad es imposible para la debilidad, soberbia, rencor, empecinamiento y tantas lacras del espíritu humano. Por eso, hay que acudir a Dios y suplicarle, llenos de contrición y confianza, que tenga misericordia de nosotros y haga realidad lo que, a pesar de nuestras deficiencias y limitaciones, todos deseamos: rezar juntos el mismo Credo y el mismo Padre Nuestro, celebrar la misma Eucaristía y practicar la misma moral. .







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