CAMINEO.INFO.- Del joven alegre y de vida placentera, sin más barreras que la misma trasgresión, al hombre maduro y de fe que fue San Agustín nos puede parecer que hay un abismo ciertamente espectacular. En principio, si fue posible para el obispo de Hipona, como para muchos otros en la historia de los santos de la Iglesia, no veo por qué no puede ocurrir hoy. El Rector y formadores del Seminario deben estar, están abiertos, a acoger a ese joven que lo ha probado todo en la vida y aparece por las puertas del Seminario diciendo que “después de buscarlo todo y de probarlo todo, sólo en el Señor he hallado sosiego y a Él me entrego, pues Él es mi descanso.”
A estas alturas de la Historia, ¿podemos dejarnos sorprender por algo que no haya ocurrido ya? Lo bueno y lo malo crecen juntos como nos indica Jesucristo en aquella parábola de la siembra del trigo y de la cizaña. ¿Os acordáis de la reacción de los trabajadores de la mies?: “Los criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.” En esta sociedad que presume de libertades, se puede dar de todo, y a los creyentes se nos puede hacer pesado tener que tragar con todo lo que crece a la vez con todas las bendiciones legislativas incluso.
¿Cómo acompañar esta sociedad? Por compleja que parezca se compone de varones y mujeres que sienten y padecen los mismos interrogantes, las mismas vacilaciones, los mismos planteamientos ante las dificultades y hasta los mismos entusiasmos futboleros. En principio, pues, nada hay de verdaderamente humano que escape al corazón de los discípulos de Cristo. Somos solidarios en el vivir de cada día, pero podemos ahondar en esa búsqueda de Dios y en esa paz que, consciente o inconscientemente, late en el interior de cada humano. Una buena posición de los creyentes será la de nuestro San Agustín en esta poesía-oración:
«Señor, Dios mío, única esperanza mía,/ haz que cansado nunca deje de buscarte,/ sino que busque tu rostro siempre con ardor. / Dame la fuerza de buscar,/ tú que te has dejado encontrar,/ y me has dado la esperanza de encontrarte siempre nuevo./ Ante ti están mi fuerza y mi debilidad:/ conserva aquella, esta sánala./ Ante ti están mi ciencia y mi ignorancia;/ allí donde me has abierto, acógeme al cruzar el umbral;/ allí donde me has cerrado, ábreme cuando llamo./ Haz que me acuerde de ti,/ que te entienda, que te ame. Amén» (De Trinitate, 15,28,51).
El encuentro con Dios que la fe es, se da en un largo recorrido... la vida misma: “allí donde me has abierto, acógeme al cruzar el umbral;/ allí donde me has cerrado, ábreme cuando llamo.” Las respuestas prefabricadas que podemos ofrecer los cristianos viejos no nos convencen ni a nosotros mismos, porque no son las respuestas adecuadas a quien no acaba de expresar que la fe es un encuentro en el que los dos pueden tener mucho que decir y decirse, pues la experiencia es, repito, de largo recorrido. Baste decir para entendernos con los que dicen no tener fe, o pasan de ella, que vamos a coincidir en estas dos realidades la búsqueda y la paz. Nosotros, porque, en nuestro encuentro con el Señor, anhelamos el sosiego y la paz, y nuestros hermanos andan también inquietos y el Señor los busca también en nuestro diario convivir. La Iglesia, pueblo de Dios, Misterio del Amor de Dios, llamada toda Ella a ser lugar del encuentro de los hombres con Dios, sacramento sí universal de salvación.
