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CAMINEO.INFO.-Mons. Santiago García Aracil




La fuerza de la coherencia

Tue, 28 Jun 2011 07:26:00
 
Mons. Santiago García Aracil. Arzobispo de Mérida-Badajoz
Mons. Santiago García Aracil

CAMINEO.INFO.- Estamos demasiado acostumbrados a las conductas acomodaticias en función de los intereses del momento y dependiendo de las influencias sociales que brotan de la cultura dominante. Desde esta posición, que no podemos considerar ética, es muy fácil sentirse impulsado a criticar o a considerar equivocadas aquellas posiciones personales e institucionales que no son acordes con las exigencias al uso. Por eso, la Iglesia recibe cantidad de acusaciones desde cualquier mente y desde cualquier voz cuando estas asumen como norma, consciente o inconscientemente, lo que llega propuesto y defendido por el consenso social. La mayor parte de las veces no hay tal consenso. Lo que ciertamente se da muchas veces en muchos comportamientos es la ciega sumisión al poder de las presiones sociales, bien mantenida por la estudiada insistencia de las ideologías que se difunden a través de los medios de comunicación social.

En una sociedad en que tanto se habla de libertad, y en que se cataloga la predicación de la Iglesia como injusto dominio sobre los espíritus y las conciencias, sorprende comprobar la ingenua sumisión de las gentes a las modas, y la irreflexiva dependencia ante los criterios impuestos generalmente desde tópicos ya excesivamente manidos.
En resumen podemos decir que se constata una gran carencia, un vacío en la estructura del espíritu humano, un grave inconveniente para la verdadera promoción de las personas, y para la renovación de la sociedad. Falta pensar. Y, mientras no se ejerza con frecuencia, con profundidad y con sencillez la acción de pensar, será imposible tener y mantener un criterio debidamente fundamentado, contrastado y aplicado coherentemente a la vida en los comportamientos habituales y extraordinarios. Si falta la coherencia se pierde la fiabilidad personal; sin ella va sucumbiendo la autoridad moral; y, cuando falta ésta, desaparece la credibilidad. Al faltar la credibilidad, se hace imposible el diálogo y la colaboración.

Esta ha sido la gran virtud del Papa Juan Pablo II. Él ha sido un hombre de pensamiento, de coherencia y, consiguientemente, de gran credibilidad y de una bien destacada autoridad moral en el mundo entero, y de una gran capacidad de diálogo y colaboración. La fuerza de su gran personalidad y el brío espiritual cultivado en la entretenida dedicación a la oración, han hecho del hombre desconocido fuera de su tierra, la voz que se ha hecho oír en el desierto del mundo entero. En él, los vientos de tantas corrientes interesadas, van cambiando el paisaje en un caprichoso movimiento de las arenas que configuran día a día nuevas dunas capaces de ocultar el horizonte.

Esta sociedad necesitaba un nuevo Juan Bautista que indicara con voz firme, con gesto sencillo pero bien perceptible, y con la constancia que brota del más profundo convencimiento, el camino de la verdad y del bien. Solo así es posible construir una nueva civilización cuyo principio sea el amor, cuya norma sea el respeto, y cuya vocación sea el servicio.

Sólo así es posible ir descubriendo y gozando la felicidad cuyo origen está en dar y no en el pobre deseo de recibir.

Pero la coherencia no hace posible solamente las obras grandes y los gestos valientes. La coherencia, una vez descubierto el valor de lo pequeño, de lo escondido, de lo que simplemente “es” aunque no produzca, lleva también a cantar la grandeza que no se mide con categorías de poder o de placer, sino que se contempla en la riqueza de lo pequeño que fácilmente pasa desapercibido ante los espíritus no cultivados. La coherencia lleva a gustar lo que pasa desapercibido a los ojos de quienes buscan poder, placer o burda satisfacción.

También el Papa Magno Juan Pablo II fue el espíritu coherente que supo apreciar y cantar con la palabra, con la mirada y con el silencio contemplativo, las maravillas de lo que frecuentemente pasa desapercibido. Por eso supo gozar interiormente del paisaje; por eso llegó a cantar la belleza con versos poéticos que han inspirado bellas melodías; por eso gozó abrazando a un niño o elevándolo cariñosamente junto a sí como si predicara con ello la expresión de Jesucristo: “si no os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3)

La imagen que nos brinda el tapiz descubierto en el balcón de la Basílica de S. Pedro, nos muestra muy bien su serenidad de espíritu, su fortaleza interior y la ternura de su mirada penetrante.

El Papa Juan Pablo II, ha sido una bella lección para quienes, por la gracia de Dios, gozamos del don de la fe, y sentimos la ilusión y la responsabilidad de crecer según la vocación recibida del Señor. El testimonio del tan recordado Papa de los jóvenes, de las familias, de las mujeres creyentes, de los seglares conscientes y activos en la Iglesia, de la fuerte relación entre la razón y la fe, de los espíritus fuertes y capaces de vencer el miedo y las falsas prudencias; el testimonio de ese Papa recientemente beatificado, nos estimula y nos urge a ser coherentes con los dones recibidos de Dios, y a predicar la coherencia como base de la fidelidad vocacional. Esta fidelidad, fraguada en el amor, es el cimiento más seguro de la verdadera felicidad.







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