CAMINEO.INFO.- Zamora/ESPAÑA.- El tiempo no da tregua, pero Zamora tampoco. Ayer tocaba frío, pero miles de personas aguantaron estoicamente las bajas temperaturas de la noche del Jueves Santo para arropar, una vez más, la salida de la procesión de la Penitente Hermandad de Jesús Yacente, una de las más sobrecogedoras de cuantas componen la Semana Santa de Zamora. Este año, la Hermandad trasladó su sede a la iglesia de San Cipriano por las obras de restauración en Santa María la Nueva. De allí salió el cortejo pasadas las once de la noche para bajar hasta Santa Lucía y subir por el Pizarro en dirección a la Catedral.
Era noche de encuentros para los hermanos que no habían podido venir antes del Jueves Santo en Zamora, algunos llegados de muy lejos para no faltar a la cita con el Yacente. El entierro de Cristo comenzó anoche con la imagen de impresionante realismo, doliente, aún sin ungir, llevado en parihuelas por los hermanos,
Las campanillas de viático resonaban en la noche para avisar del paso de la procesión, ordenada en una coreografía perfecta, de armonioso caminar, mientras los hachones resonaban contra el frío pavimento y las cruces de los mayordomos arrastraban sobre el empedrado. Por él caminaban los penitentes de larguísimos caperuces blancos apenas resguardados por las sandalias franciscanas reglamentarias. Muchos otros eligieron caminar descalzos. Había muchas promesas que cumplir, muchas peticiones para días difíciles.
Tras un largo caminar por las rúas del casco antiguo, el destino se acerca en la plaza de Viriato. Allí, hacía ya largo rato, se habían congregado los primeros cantores del Miserere. Los demás formaban parte de las primeras filas de hermanos que rodearon la plaza para alumbrar la llegada del paso. Antes, le precedían los signos de la tortura del Crucificado: la corona de espinas, los clavos portados en un cojín por dos de los más jóvenes cofrades. Cuando, al fin, asomó por la Rúa de los Francos, cientos de voces elevaron un salmo al cielo: Misericordia, Dios Mío.