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Domingo IV del Tiempo de Adviento

Sat, 20 Dec 2014 19:05:00
 

Estamos viviendo el cuarto domingo de Adviento, donde contemplamos a María en la escena de la Anunciación. Con esto la Iglesia nos propone que estos últimos días antes de la Navidad, es preciso que sean vividos de la mano de María. Si María es importantísima en la vida de un cristiano, en estos días coge aún más gran importancia.

La oración colecta que hemos hecho es una oración que os ha sonado, es la oración con la cual concluye el ángelus. Esta oración tan bonita y que nosotros estamos llamados a rezar todos los días a las doce del mediodía. Nos hace mucho bien hacerlo.

Hoy la contemplamos a ella, a María. Primero, la contemplamos turbada y extrañada por las palabras del ángel. Esto nos habla de su humildad. Las palabras del ángel apuntan hacia su grandeza y ella, que se siente pequeña, se turba y se extraña. María, a pesar de que es “llena de gracia”, a pesar de “que el Señor está contigo”, se siente pequeña. ¡Es humilde! En el magníficat, ella misma nos dice: “ha mirado la humillación de su esclava”.

¡Ella es el icono de la humildad!

¡Qué diferente de nosotros!, que no somos nada y nos creemos que lo somos todo, que somos pequeños y nos creemos que somos grandes, que estamos llenos de pecados y nos creemos que estamos llenos de gracias.

Nos cuesta la humildad, a mí el primero, nos pensamos que somos tan buenos y lo hacemos todo tan bien que no toleramos la crítica, el comentario, que nos planteen alternativas, o la posibilidad de que estemos equivocados. Es la virtud más importante y la más difícil, pienso yo.

Revisémonos en nuestras reacciones, los adolescentes y jóvenes con padres, los padres con los hijos, las esposas con los esposos, los esposos con las esposas, el sacerdote con los feligreses, revisémonos y encontraremos reacciones que denotan una falta de humildad...

Qué lección de humildad nos da María, cuanto bien nos hace contemplarla turbada y extrañada por las palabras del ángel. Pidámosle que nos ayude a ser humildes, a vernos pequeños e imperfectos.

Después contemplemos a María preguntando al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco a varón? María en esto no duda, no pone en duda lo que dice el ángel. Como sí hace Zacarías (¿Cómo sabré que esto es verdad?”). María plantea un hecho objetivo: “me estás diciendo que seré Madre y yo no conozco varón”. Plantea una situación objetiva. A veces, quizás, hemos caído en una imagen un poco pánfila de María. María no es panfila, María piensa, y reacciona preguntando. Es iluminador, para nuestra vida de oración.

Hacer preguntas a Dios no es dudar de Él. Es bueno hacerle preguntas. En nuestra oración personal hace falta que hagamos preguntas al Señor...

No preguntas del estilo... “Señor ¿por qué me envías esto?”... sino preguntas del estilo “Señor ¿cómo se convertirá esto en una fuente de bendiciones?” No preguntas del estilo... “Señor ¿por qué has permitido que mis nietos dejasen la Iglesia?, sino “Señor ¿qué quieres que haga ante esta situación?”.

María nos enseña a preguntar a Dios, pero nunca dudando de Él. ¡Qué gran lección!


Y finalmente, contemplamos a María confiando y abandonándose en el Señor: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. María habría podido hacer más preguntas “y ¿cuándo pasará”?, “y ¿qué tengo que hacer?”, “y ¿qué le tendré que explicar?, ¿Y Jose qué ..?”, etc... Preguntas que habrían nacido de su miedo, de sus dudas, de su falta de confianza.

María confía y se abandona en manos de Dios. ¡Qué gran lección!

¡Ante el increíble plan de Dios! ¡Ante un hecho que cambia su vida! ¡Ante una nueva realidad que aparece de repente! María confía, acepta de corazón, y se abandona en manos de Dios.

Para nosotros que a la mínima nos quejamos a Dios, que queremos ir haciendo, que esto de la voluntad de Dios nos cae un poco lejos, para nosotros, qué gran lección nos da María hoy.

María hoy nos da tres grandes lecciones, pero que han de entrar en nuestro corazón. Y lo harán, como decía al principio, rezando el ángelus, y también rezando a María, hablando con ella, rezando el rosario.

No caminemos solos hacia la solemnidad de la Navidad, hagámoslo cogidos de la mano de María, la madre de Jesús, nuestra madre.







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