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Domingo XVIII del T.O: “Entonces Jesús dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de codicia”.

Sun, 01 Aug 2010 07:20:00
 

CAMINEO.INFO.-

Ecl 1,2; 2,21-23
Sal 94,1-2.6-9
Col 3,1-5.9-11
Lc 12, 13-21
Si contemplamos la vida de Jesucristo vemos que vivió plenamente estas palabras. No hay ningún gesto o palabra de Jesús que nos hable de un deseo suyo de poseer riquezas.

Jesús vive un desprendimiento total de las riquezas. Nació pobremente, murió pobremente, y vivió pobremente. Nos hace bien contemplar su pobreza, su desprendimiento, su preocupación por aquello que es fundamental, olvidándose de las cosas secundarias.

Y si contemplamos las palabras de Jesús encontramos muchas advertencias respecto al tema de las riquezas:

. El domingo que viene Jesús nos dirá: “vended vuestros bienes y dad limosna, acumulad aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo”.
. Otras frases de Jesús: “no podéis servir a Dios y al dinero”, “difícilmente entra un rico en el reino de los cielos”.
. Cuando explica la parábola del sembrador dice: “la seducción de las riquezas ahogan la palabra de Dios”.
. En la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, Jesús nos advierte sobre la compasión que los que tienen bienes han de vivir a favor de los que no tienen.
. El joven rico, a pesar de ser bueno y cumplidor de la ley, no va a ser capaz de seguir al Señor porqué era rico y estaba preso de las riquezas.
. O como hoy dice san Pablo: “buscad los bienes de allá arriba,…, no a los de la tierra”.

¡Cuantos textos donde Jesús nos advierte del peligro de las riquezas! ¡Cuantos!. ¿Por qué son tan peligrosas las riquezas? Porqué ahogamos nuestro deseo de Dios.

Expliquemos esto: Por un lado, tenemos un gran deseo de plenitud, de felicidad, y por el otro, hoy en día, parece que queremos saciar estos deseos de plenitud a través del consumo... del tener, del comprar, del poseer,...

Todos hemos hecho la experiencia: anhelábamos intensamente una cosa material (coche, casa, vestido, ordenador, cuadro, etc.) lo conseguimos y seguimos igual de vacíos que estábamos. “Vanidad y más vanidad...”
Eso que tanto deseábamos, no nos ha hecho un poco más felices. Y cuando ya lo tenemos, entonces queremos otra cosa. Constatamos, pues, que las cosas no dan vida.

Decía San Agustín: “Ningún bien de este mundo nos llena... porque anhelamos el Bien Supremo”. “Lo que llena nuestro corazón... está más allá de la tierra”. “Sólo nos llena aquello... que no cabe en nosotros”

Si tenemos el corazón lleno de cosas, allí no cabe Dios. Si tenemos las manos llenas de cosas, cómo vamos a acoger a Dios. Por esto Jesús advierte tanto en contra de poner el corazón en las riquezas, en las cosas materiales, porque ellas ahogan el deseo de Dios.

Las riquezas no son malas en sí mismas, para no serlo han de estar orientadas a Dios. Tenemos cosas porqué entendemos que Dios quiere que las poseamos, para que hagamos un buen uso de ellas.

Este discurso sobre las riquezas puede sonar un poco raro hasta que en nuestra vida pasa una cosa: ¿qué es? Descubrimos por experiencia, que el bien máximo es Cristo. Entonces las riquezas pierden del todo su atractivo.


Por esto San Pablo nos ha dicho: “vuestra vida está escondida en Dios juntamente con Cristo”. Nuestra vida – la feliz, la verdadera, la auténtica- está escondida en Cristo. Él es el bien máximo que sí sacia nuestros anhelos más profundos.

Cuando se habla de las riquezas todos encontramos auto justificaciones para tener lo que tenemos y para gastar lo que gastamos. La capacidad de auto justificarnos es inmensa...

Y lo que nos hace falta es contemplar el Cristo pobre y pedirle que nos ayude a vivir más pobres, más austeros... y en la pobreza encontraremos nuestra felicidad...

“Entonces Jesús dijo a la gente: Mirad: guardaos de toda clase de codicia”.







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