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Domingo XXXII T.O.: "Dios mismo nos resucitará para una vida eterna"

Sun, 07 Nov 2010 07:01:00
 

CAMINEO.INFO.-

Mac 7, 1-2.9-14
Salmo 16
2Tes 2, 15-3,5
Lc 20, 27-38

Dentro de dos domingos celebraremos la solemnidad de Cristo Rey, festividad con la que culmina el año litúrgico, y el domingo después ya estaremos en el tiempo litúrgico del adviento. Esto significa que el año litúrgico esta a punto de acabar.

Siempre cuando acaba el año litúrgico, la Iglesia, inspirada por el ES, a través de la liturgia, nos pide que contemplemos el término al cual se dirigen nuestros pasos: la resurrección, la vida eterna, el triunfo de JC. Es lo que hicimos en la Solemnidad de Todos los Santos, en la conmemoración de los fieles difuntos y en estos tres domingos que nos quedan antes del nuevo año litúrgico.

Contemplar y meditar la resurrección nos ayuda a situarnos correctamente en el mundo. Sólo estaremos correctamente en el mundo si tenemos presente el término al que nos encaminamos. Y no se trata de saber que si somos buenos vamos al cielo, y que si somos malos al infierno, se trata de que nuestra esperanza futura ilumine toda nuestra vida, le dé un nuevo cariz. Se trata de vivir con una esperanza real de cielo, de vida eterna …
Y esta esperanza debe marcar el sentido de nuestra existencia y el cómo afrontamos los acontecimientos de nuestra vida.

La esperanza en la vida eterna debería iluminar la muerte de un ser querido, la decadencia del cuerpo y de la mente, las dificultades por las que uno pasa. La esperanza en la vida eterna es una luz potentísima para entender mejor nuestro día a día.

Hoy hemos leído en la primera lectura el segundo libro de los Macabeos escrito dos siglos antes de Cristo. En esta lectura hemos podido contemplar cómo la esperanza de la resurrección hacía que siete hermanos y su madre afrontasen su muerte violenta con tranquilidad y serenidad, confiando en Dios, confiando en la vida después de la muerte.

Recuerdo que mi abuela me decía meses antes de morir: “La naturaleza es muy sabia, porque mi cuerpo me avisa claramente que aquí no estaré para siempre y que debo irme preparando …”

En todos los entierros ponemos el Cirio Pascual, que simboliza a Cristo resucitado, en el presbiterio, cerca del féretro, y ese cirio lo ponemos, básicamente, por dos motivos: primero para que nos haga presente la esperanza cristiana: si JC ha resucitado nosotros podemos resucitar con él… esta es nuestra esperanza. Y segundo para recordarnos que ese acontecimiento doloroso debe ser contemplado desde Cristo resucitado, porque sólo des de él nuestra vida adquiere su correcta significación.

¡Qué belleza hay en la respuesta del salmo!: “Al despertar me saciaré de tu semblante Señor.” (Quan em desvetlli , us contemplaré fins a saciar-me, Senyor). Este despertarnos se refiere a nuestra resurrección, en la cual nos saciaremos de la presencia de Dios. Hemos de vivir con esperanza de cielo, con deseos de saciarnos algún día en su presencia. Nada hay comparable a este saciarnos de Dios …

Y Jesús responde a la pregunta-trampa de los saduceos con claridad y contundencia: “Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos”.

Si esta frase, si esta esperanza, la hacemos vida entonces nos damos cuenta de que muchas veces nos expresamos mal, porque tenemos poco interiorizada la vida eterna.. Porque hablamos de nuestros seres queridos que ya no están con nosotros, como si estuvieran muertos. Y nuestro Dios no es un Dios de muertos sino de vivos. Analicemos nuestro modo de hablar de los difuntos y veréis como la esperanza en la vida eterna brilla por su ausencia.

Para que ello no sea así dediquemos parte de nuestro tiempo de oración a contemplar lo que nos espera después de nuestra muerte, porque esa contemplación esta llamada a iluminar nuestro modo de vivir y de expresarnos.

De la eucaristía habréis oído decir que es “prenda de vida eterna”. Esto significa que en la eucaristía entramos en comunión con la divinidad de Jesucristo, que es un anticipo de esa comunión total que anhelamos vivir con la Santísima Trinidad en el día de nuestro descanso final.

Vivamos esta eucaristía con este anhelo, de anticipar ya hoy, lo que un día viviremos plenamente en el cielo.







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