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Domingo V Tiempo de Cuaresma: "Yo no te condeno. Vete y no peques más"

Sun, 21 Mar 2010 07:02:00
 

CAMINEO.INFO.-
 
Is 43, 16-21
Salmo: 125
Filp 3, 8-14
Jn 8, 1-11

La primera lectura y el salmo nos lleva a mirar la Pascua. La pascua está cerca y el Espíritu Santo a través de la liturgia quiere que empecemos a hacernos presente esa realidad. Debemos empezar a desear la pascua en nosotros (pascua = paso de Dios). Hemos de empezar a desear el paso de Dios por nuestra vida en los días de pascua. Y ese paso de Dios sólo puede provocar renacimiento y resurrección.

Hemos de empezar a esperar los frutos de las prácticas cuaresmales. Esos frutos no se nos dan durante la cuaresma, sino especialmente durante la pascua y en la culminación de la pascua: con la donación del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Debemos ser personas en las que se nota que esperamos una pascua transformante, una pascua de resurrección personal.

La primera lectura lo expresa muy poéticamente: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya esta brotando, ¿no lo notáis?”.

Nos está diciendo, olvidaos de lo que sois, de vuestros fracasos y debilidades, os quiero renovar, os quiero transformar, voy hacer en vosotros algo nuevo, ¿no lo notáis, no lo palpáis, no intuís la grandeza de lo que puedo hacer en vosotros? Y si Dios nos habla en estos términos ¿qué debemos esperar nosotros?

En el salmo decíamos: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”. Será magnífico lo que Dios hará a favor nuestro durante la pascua y en la solemnidad de Pentecostés.

Nos podemos preguntar: ¿y yo que recibiré? Lo que recibiremos depende de varias cosas:
. primeramente de Dios, de sus planes, de sus proyectos.
. pero Dios no puede actuar sin nuestra colaboración.
. por tanto lo que recibiremos también depende de lo que hagamos nosotros:
De nuestra vivencia de la cuaresma (practicas cuaresmales: oración, ayuno, caridad).
De nuestra esperanza y deseo de recibir el don de la conversión.

De si nos hemos reconciliado con Dios, si hemos recibido su perdón. No es una casualidad litúrgica que la semana pasada san Pablo nos exhortara diciendo: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”, ni que contempláramos la parábola del Hijo Pródigo, ni que hoy Jesús perdone a la mujer pecadora. Todo esto no son casualidades litúrgicas. El Espíritu Santo, que habla a través de la liturgia, nos indica muy claro el camino. Es preciso ver cual es nuestra docilidad al Espíritu Santo.

El hijo pródigo recibió el perdón, la mujer adúltera recibió el perdón, también nosotros necesitamos recibir el perdón.

Lo que recibiremos durante los 50 días pascuales depende de todo esto....

La escena del evangelio que hoy contemplamos es grandiosa y sencilla a la vez. Tres ideas:
1. La primera es que Jesús perdona a la mujer, es la mujer la que queda perdonada, se perdona al pecador de los pecados cometidos. A veces confesando parece que hay gente que viene con su lista de pecados, los dice, y lo vive como romper la lista y ya está. Es mucho más profundo que eso. No se me perdonan los pecados, se me perdona a mí. Es toda nuestra persona la que ha sido perdonada, sanada, restablecida al nivel de gracias que tenia antes de pecar.
2. A más experiencia del perdón de Dios más experiencia de sentirnos amados por Dios. A más experiencia de perdón de Dios más experiencia de la bondad de Dios. A más experiencia del perdón de Dios más experiencia de la gratuidad. Y estas experiencias (amor de Dios, bondad de Dios, gratuidad) nos introducen en una vida cristiana vivida en profundidad.

3. Los hombres habían juzgado a la mujer, habían cogido piedras para apedrearla y matarla, las piedras que quieren tirar representan sus juicios. Y Jesús les dice que primero se juzguen ellos y entonces dejan caer sus piedras, dejan de juzgar a la mujer…

Podemos hablar de las muchas piedras que nosotros tiramos cada día. Una de las tendencias más fuertes que hay en nosotros es a juzgar, a criticar, a murmurar, lo juzgamos y lo criticamos todo y a todos. La petición de Jesús: “no juzguéis y no seréis juzgados” no ha enraizado en nuestra vida. Juzgamos mucho… Tiramos muchas piedras cada día. Cuando hablo de juzgar me refiero no sólo a la crítica verbal sino también al juicio de pensamiento.

Solo podemos juzgar cuando se den tres circunstancias:

. Cuando hace falta hacerlo. Los padres han de juzgar que hacen los hijos... El rector del seminario ha de juzgar.... El empresario también ha de juzgar al subordinado...
. El juicio lo hacemos movidos por la caridad.
. Y buscando el bien de la persona.

Yo os propongo que ese juicio negativo que nos sale (ya sea verbal o de pensamiento) lo cambiemos por una palabra o un pensamiento salvador. Si en vez de juzgar hacemos una pequeña oración, una breve invocación a Dios, entonces podemos santificar, podemos alcanzar gracias a la persona a la que íbamos a juzgar. Y entonces Dios actúa en esa persona.

La acción salvífica de Cristo puede empezar en la calle a partir de una breve oración nuestra. Que puede desembocar en un arrepentimiento y un volver a la Casa del Padre.







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