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Mn. Juan Antonio Reig Pla,




La festividad de San Valentín: una ocasión de gracia

Mon, 13 Feb 2017 19:54:00
 
Mn. Juan Antonio Reig Pla, Obispo Complutense
Mn. Juan Antonio Reig Pla,

San Valentín, obispo y mártir, patrón de la ciudad de Terni (Italia) y protector de los enamorados de todo el mundo nació en Terni en el 175 d.C. Valentín dedicó toda su vida a la comunidad cristiana que se había formado en la ciudad a cien kilómetros de Roma, donde arreciaba la persecución contra los seguidores de Jesús.

El eco de los clamorosos milagros realizados por el santo, llegó hasta Roma y se difundió pronto por todo el imperio. El Papa San Feliciano lo consagró  primer Obispo de la ciudad de Terni, y todavía hoy conserva los restos mortales. Su nombre está siempre unido al amor por un episodio que en aquel tiempo fue  muy clamoroso: cuenta la tradición que San Valentín fue el primer religioso que celebró la unión entre un legionario pagano y una joven cristiana. Seguidamente fueron muchos los que desearon su bendición. Todavía hoy  este hecho se recuerda durante la fiesta de la promesa en la Basílica que lleva su nombre en Terni  (www.diocesi.terni.it).

Consciente de que el hombre [varón y mujer] es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión (Beato Juan Pablo II, Redemptor hominis, 14), he querido recoger la experiencia pastoral que viene realizándose en la diócesis de Terni (Italia), donde se veneran las reliquias de San Valentín, para promover en Alcalá de Henares una Vigilia de oración por los novios, los prometidos y los matrimonios. También oraremos, en particular, por los matrimonios con dificultades, separados o divorciados.

Todos buscamos amar y ser amados; pero para ello necesitamos un maestro. Necesitamos volver a Jesucristo, el divino Maestro, para aprender a amar y para tener la fuerza para amar, cada cual según su propio estado y condición. El Espíritu Santo, que es Amor, es quien abre nuestros corazones para recibir el don del amor auténtico.

En este sentido es necesario recordar a todos, y de manera especial a los jóvenes, al menos tres verdades sin las cuales la vida conyugal está llamada al fracaso. Primero: la unidad sustancial cuerpo-espíritu. No somos sólo cuerpo o sólo espíritu. Somos un espíritu encarnado; el cuerpo no es una prótesis de la persona, es sacramento de la persona, su visibilización. Segundo: la diferencia sexual, no es un accidente, es constitutiva de la persona. Somos persona-varón o persona-mujer por voluntad de Dios, y desde esa diferencia somos llamados al amor. Nuestro cuerpo, cada aspecto de nuestra anatomía, tiene una dimensión nupcial, está creado para el don, para amar, y en el ámbito del matrimonio se hace lenguaje del amor en el abrazo conyugal abierto a la posibilidad del don de una nueva vida. Tercero: como consecuencia del pecado original, todos somos víctimas de la concupiscencia, es decir, de una inclinación al mal que permanece en los seres humanos aún después del bautismo; por ello, es necesaria la redención del corazón, la gracia de Jesucristo que nos capacita para amar y perdonar.

Desde estos presupuestos es necesario explicar, como lo hace Papa Benedicto XVI, que “el enamoramiento es bello, pero quizás no siempre perpetuo”, por ello “el enamoramiento debe hacerse verdadero amor, implicando la voluntad y la razón en un camino de purificación, de mayor hondura” (02-06-2012). La Iglesia quiere ayudar, paso a paso, sin quemar etapas, a quienes legítimamente desean aprender a amar de un modo conyugal, ofreciendo las gracias que brotan del costado abierto de Cristo, desposado con la humanidad en el lecho de la cruz. Es necesario iluminar a esta generación y combatir con amor y ardor evangélico el materialismo y el emotivismo, pero también el espiritualismo y el voluntarismo, e incluso las supersticiones entorno al enamoramiento y el amor. Sin la conversión, sin la inteligencia y la voluntad sanadas por la gracia de Dios no es posible un amor verdadero y duradero que implique a toda la persona: cuerpo, psique y espíritu. Con ánimo de buen samaritano, con el aceite de la misericordia y el vino del amor, deseamos acoger a todos en la posada de la Iglesia, aprovechando la festividad de San Valentín como una ocasión de gracia que alcance a cercanos y lejanos. El hombre no puede vivir sin amor (RH, 10). Que la Sagrada Familia de Nazaret vele sobre todos nosotros y sea nuestro modelo y guía para aprender a amar.







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