Anda por ahí un jesuita que escribe en páginas digitales y da clases de religión y teología, que ha tenido la buena idea de escribir sobre la Asunción de la Virgen. Nada más sensato para un religioso discípulo de San Ignacio de Loyola. Pero no se crean que se ha inspirado en los escritos de los Padres de la Iglesia como San Juan Damasceno, ni mucho menos en lo que dice el Catecismo o en la constitución apostólica “Munificentíssimus Deus”, de Pío XII que declaró dogma de fe este hecho extraordinario de la elevación de la Virgen María a los cielos.
No, eso sería demasiado para una inteligencia tan preclara como la de este profesor y teólogo que ni siquiera se lee los textos de otro gran jesuita como es el Papa Francisco. Para este “alumbrador” de mentes infantiles, Asunción –al menos lo escribe con mayúscula, lo cual no es poco- es cualquier cosa menos lo que realmente significa según el diccionario de la RAE, es decir, lo transmitido por la Tradición y lo refrendado por la declaración dogmática de Pío XII y todo sabe el mundo sabe menos él, claro: la Asunción para este jesuita no es la elevación de la Virgen a los cielos sino… una simple metáfora, porque el significado de la palabra en cuestión, a su preclaro entender, significa algo mucho más complicado: desde “absorción” a “renacida” pasando por “recreada”, “transformada” y hasta “transfigurada”. No está mal tanto sinónimo que ni siquiera recoge la Real Academia de la Lengua. Pero este hallazgo semántico le permite a nuestro jesuita, cuyo nombre prefiero olvidar, dar la enhorabuena a sus parientes y amigas llamadas sencillamente “Asunción”, para recordarles que, en realidad, se llaman “Asumidas”, “Absorbidas”, “Renacidas”, etc.
Así que la Asunción de la Virgen, para este jesuita de pro que se pasa el dogma por el arco triunfal de su sabiduría literaria y lingüística, nada tiene que ver con lo que él llama de manera socarrona “transportar míticamente un cadáver por los aires para reanimarlo en lo alto de los cielos”, toda una definición que le sirve para ridiculizar la ingenuidad de tantos Padres de la Iglesia y tantos Papas que han creído algo tan simple como que la Virgen María fue elevada al cielo una vez producida lo que en un tiempo se llamó su “dormición”, es decir, su muerte si se quiere, pero antes de que apareciera la menor señal de corrupción corporal.
Para completar su burla, el autor de tanta ingeniosidad teológica –algunos teólogos parecen haber olvidado que tienen que “asumir” la doctrina de la Iglesia para teologizar- alude a una de sus clases en la que sus alumnas le preguntaron si hay que crear que a la Madre de Jesús no la enterraron. Y dice el preclaro: “Tuve que volver a aclararles lo que significa Asunción para evitar un suspenso en el examen de hermenéutica y evolución de los dogmas”. ¡O sea, que si otro teólogo examina a las alumnas del preclaro, lo más probable es que las suspenda por no saber lo que es Asunción!
No voy a seguir más. Pero se me ocurre preguntarle al Preclaro lo mismo que el Papa Francisco, otro jesuita, recuerden, preguntaba a los fieles en el rezo del Ángelus en este Día de la Asunción: “¿Rezan ustedes el Rosario?” El gentío respondió masivamente “¡Siiiii….!” Y el Papa, añadía por lo bajo… “Bueno, bueno, eso espero…” Pues nada: imagino que si el jesuita de marras reza por casualidad el Rosario, al llegar al cuarto misterio glorioso, se dirá para dentro. “Cuarto misterio: la Transformación o la Absorción, o la Transfiguración o lo que sea de la Virgen”. Cualquier cosa menos Asunción o asunta al cielo, llevada al cielo, elevada al cielo… ¿Será todo “a mayor gloria de Dios”? Qué cosas se leen y qué jesuitas andan por ahí…