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Crece el malestar en Israel frente a los privilegios y el poder de los religiosos ultraortodoxos

Fri, 20 Jul 2012 22:49:00
 
SUSANA MENDOZA / EFE / ABC

Jerusalen/ISRAEL.- También conocidos como «jaredíes» o «los que temen», por lo estricto de las leyes religiosas que siguen, los ultraortodoxos de Israel insisten en que ellos son los guardianes de las esencias del judaísmo en Israel. Su estricto celo y sus privilegios, sin embargo, han provocado que la población secular del país se alce frente a la creciente influencia que ejerce esta comunidad a través de sus partidos políticos.

Los jaredíes representan un diez por ciento de los casi ocho millones de israelíes y cuentan con un fuerte apoyo económico del estado, aunque muchos de ellos viven bajo el umbral de la pobreza debido a que la mayoría no trabaja sino que estudia en escuelas talmúdicas, o yeshivas.

Esta es uno de las principales quejas de los israelíes laicos: la elevadísima tasa de desempleo entre la comunidad jaredí, que supera el 60 por ciento, y que vive de las subvenciones del Estado. En el judaísmo ultraortodoxo, estudiar la Torá y el Talmud a tiempo completo en la yeshiva es «mitzvá», obligatorio, mientras que el trabajo queda para un segundo plano. En algunos casos, es la mujer la que trabaja y, a la vez, carga con el cuidado de la casa y de la numerosa prole que suelen tener los jaredíse: un promedio de ocho niños por familia. Por cada hijo reciben suplementarias ayudas del Gobierno.

Algunos les llaman «parásitos», pero ellos se defienden asegurando que son valedores y guardianes de los valores judíos y que su obligación es rezar por el bienestar de Israel.

Para garantizar la continuación de su modo de vida y de las ayudas estatales, los ultraortodoxos han encontrado un magnífico filón en la política a través de varios partidos que tienen representación en la Knesset, el Parlamento israelí.

El Shas, el partido jaredí más prominente, es actualmente uno de los partidos más poderosos dentro de la coalición del primer ministro, Benjamín Netanyahu. Tanto, que puede permitirse torcerle el brazo al jefe del Gobierno para evitar que la nueva ley de reclutamiento militar, que debe ser aprobada antes de agosto, obligue a servir en el Ejército también a los jaredíes a partir de los 18 años, como todos los demás israelíes.

Las discrepancias han sido tan fuertes, que han conseguido que los centristas de Kadima se descuelguen del Gobiernos ante la negativa de Netanyahu a reforzar el alistamiento obligatorio a los dieciocho años para los jaredí.

«Esta claro que Netanyahu ha preferido aliarse con los que quieren evitar ir a filas», afirmó recientemente el líder del Kadima y viceprimer ministro Shaul Mofaz.

El Shas y otros partidos religiosos han amenazado con romper la coalición y desestabilizar al gobierno si se toca el actual status del que se sirven los ultraortodoxos para evitar el servicio militar.

Protesta social

Las protestas sociales que comenzaron el año pasado en Israel bajo el título de «Justicia social» para protestar contra el elevado coste de la vida en el país, también tenían a los ultraortodoxos en el punto de mira.

Aunque este año las protestas tienen menos fuerza, buena parte de la sociedad ha montado en cólera ante el desacuerdo que ha impedido poner a los jaredíes en pie de igualdad con el resto de israelíes a la hora de hacer el servicio militar, que es obligatorio para todos los israelíes: tres años para los hombres y dos para las mujeres.

«Si yo tengo que ir al ejército y perder tres años de mi vida y jugarme la piel por mi país, ¿por qué ellos pueden quedarse tranquilamente en casa sin trabajar siquiera?», se pregunta un joven israelí durante una manifestación en Jerusalén la semana pasada.

Aunque más rechazo suscita la presión que ejercen para que prevalezca la religión en un estado que nació con vocación laica. Sobre todo, en Jerusalén. Ya son muchas las rutas de autobús en torno a barrios y ciudades ultraortodoxas que tienen separación entre hombres y mujeres, en una especie de regla no escrita por los jaredís, que en muchas ocasiones acosan a las mujeres que prefieren sentarse en la parte delantera.

El acoso a las mujeres y la separación por géneros es un hecho común en Jerusalén y en las ciudades ultraortodoxas. Jerusalén está plagado de carteles con caras femeninas que tienen los ojos pintarrajeados o algún graffiti insultante, ya que según los jaredís exhibir incluso algo tan simple como una cara femenina va contra la jalaká.

La brecha entre los israelíes seculares y los ultraortodoxos se hace más grande cada año, mientras cada grupo siente que va perdiendo poder y derechos a favor del otro.

Los jaredís aseguran que todo lo hacen por el bien de Israel y que cuando llegue el día que todos los judíos sigan estrictamente la jalaká y hagan las mitzvas, entonces llegará el prometido mesías a Israel.

Mientras, los seculares sienten que los ultraortodoxos quieren hacer retroceder al país doscientos años y se preguntan cómo es posible que los jaredís florezcan en un país que se vanagloria de ser uno de los más punteros en tecnología, medicina e investigación.







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