En la Misa matutina celebrada – y transmitida en vivo – en la Capilla
de la Casa Santa Marta, este Lunes de la Segunda Semana de Pascua, el
Papa Francisco pidió por todos aquellas personas que se dedican a la
política:
“Oremos hoy por los hombres y mujeres que tienen
vocación política: la política es una alta forma de caridad. Por los
partidos políticos de los distintos países, para que en este momento de
pandemia busquen juntos el bien del país y no el bien de su propio
partido”.
En su homilía, el Papa Francisco comentó el
Evangelio de hoy (Jn 3, 1-8) en el que Jesús le dice a Nicodemo, un
fariseo, que había ido donde Él por la noche, que si uno no nace de lo
alto, no puede ver el Reino de Dios. No todos los fariseos eran malos,
dice el Papa, y Nicodemo era un fariseo justo que sentía una inquietud y
buscaba al Señor. Nicodemo no sabe cómo dar este salto: nacer del
Espíritu, porque el Espíritu es impredecible. Quien se deja guiar por el
Espíritu es una persona dócil y libre. El cristiano no sólo debe
cumplir los mandamientos, sino que debe dejarse guiar por el Espíritu,
donde el Espíritu quiere: debe dejar que el Espíritu que nos guía donde
no sabemos. El cristiano nunca debe detenerse en el cumplimiento de los
mandamientos, sino que debe ir más allá, entrando en la libertad del
Espíritu. El Papa también comentó el pasaje de los Hechos de los
Apóstoles (Hechos 4, 23-31) en el que, tras la liberación de Pedro y
Juan, los discípulos de Jesús elevan juntos una oración a Dios para
poder proclamar su palabra con toda franqueza ante las dificultades y
amenazas: este valor – afirmó el Pontífice – es el fruto del Espíritu.
Se renace de lo alto con la oración.
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa (video integral) desde nuestro canal de Youtube:
Este
hombre, Nicodemo, es un jefe de los judíos, un hombre justo; sintió la
necesidad de ir a Jesús. Fue por la noche, porque tenía que hacer un
poco de equilibrio, porque los que iban a hablar con Jesús no eran bien
vistos. Es un fariseo justo, porque no todos los fariseos son malos: no,
no; también hubo fariseos justos. Este es un fariseo justo. Sentía
inquietud, porque es un hombre que había leído los profetas y sabía que
lo que Jesús estaba haciendo había sido anunciado por los profetas.
Sintió la inquietud y fue a hablar con Jesús. «Maestro, sabemos que
viniste de Dios como Maestro»: es una confesión, hasta cierto punto.
«Nadie, de hecho, puede llevar a cabo estos signos que Tú llevas a cabo
si Dios no está con Él». Se detiene antes del «por lo tanto». Si digo
esto… entonces… Y Jesús respondió. Respondió misteriosamente, ya que él,
Nicodemo, no lo esperaba. Respondió con esa figura del nacimiento: si
uno no nace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios. Y él, Nicodemo,
siente confusión, no entiende y toma ‘ad litteram’ esa respuesta de
Jesús: pero ¿cómo puede uno nacer si es un adulto, una persona mayor?
Nacer de lo alto, nacer del Espíritu. Es el salto que debe dar la
confesión de Nicodemo y no sabe cómo hacerlo. Porque el Espíritu es
impredecible. La definición del Espíritu que Jesús da aquí es
interesante: «El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes
de dónde viene o a dónde va: así es todo el que nace del Espíritu», es
decir, libre. Una persona que se deja llevar de una parta y de otra
parte por el Espíritu Santo: esta es la libertad del Espíritu. Y
quienquiera que haga esto es una persona dócil, y aquí estamos hablando
de la docilidad al Espíritu.
Ser cristiano no es sólo
cumplir los mandamientos: hay que cumplirlos, eso es cierto; pero si te
detienes ahí, no eres un buen cristiano. Ser un buen cristiano es dejar
que el Espíritu entre en ti y te lleve, te lleve donde quiera. En
nuestra vida cristiana muchas veces nos detenemos como Nicodemo, ante el
«por lo tanto», no sabemos qué paso dar, no sabemos cómo hacerlo o no
tenemos la confianza en Dios para dar este paso y dejar entrar al
Espíritu. Nacer de nuevo es dejar que el Espíritu entre en nosotros y
que sea el Espíritu quien me guíe y no yo, y aquí, libre, con esta
libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde acabarás.
Los
apóstoles, que estaban en el Cenáculo, cuando vino el Espíritu salieron a
predicar con ese valor, esa franqueza… no sabían que esto iba a
suceder; y lo hicieron, porque el Espíritu los estaba guiando. El
cristiano no debe nunca detenerse sólo en el cumplimiento de los
Mandamientos: hay que hacer, pero ir más lejos, hacia este nuevo
nacimiento que es el nacimiento en el Espíritu, que le da la libertad
del Espíritu.
Esto es lo que le pasó a esta comunidad
cristiana de la primera Lectura, después de que Juan y Pedro volvieran
de ese interrogatorio que tuvieron con los sacerdotes. Fueron a ver a
sus hermanos en esta comunidad y reportaron lo que los jefes de los
sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y la comunidad, cuando
escucharon esto, todos juntos, se asustaron un poco. ¿Y qué hicieron?
Rezaron. No se detuvieron en las medidas de precaución, «no, hagamos
esto ahora, vayamos un poco más tranquilos…»: no. Rezar. Dejar que sea
el Espíritu quien les diga qué hacer. Levantaron sus voces a Dios
diciendo: «¡Señor!» y rezaron. Esta hermosa oración de un momento
oscuro, de un momento en el que tienen que tomar decisiones y no saben
qué hacer. Quieren nacer del Espíritu, abren sus corazones al Espíritu:
que sea Él quien lo diga… Y preguntan: «Señor, Herodes, Poncio Pilato
con las naciones y pueblos de Israel se han aliado contra tu Espíritu
Santo y contra Jesús», cuentan la historia y dicen: «¡Señor, haz algo!».
«Y ahora, Señor, vuelve tus ojos a sus amenazas», las del grupo de
sacerdotes, «y concede a tus siervos que proclamen tu Palabra con toda
franqueza» – piden franqueza, valor, no tener miedo – «extendiendo tu
mano para que se realicen curaciones, señales y maravillas en el nombre
de Jesús». «Y cuando terminaron su oración, el lugar donde estaban
reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y predicaron
la Palabra de Dios con franqueza. Un segundo Pentecostés ocurrió aquí.
Ante
las dificultades, ante una puerta cerrada, que no sabían cómo avanzar,
van al Señor, abren sus corazones y el Espíritu viene y les da lo que
necesitan y salen a predicar, con coraje, y adelante. Esto es nacer del
Espíritu, esto no se detiene en el «por lo tanto», en el «por lo tanto»
de las cosas que siempre he hecho, en el «por lo tanto» después de los
Mandamientos, en el «por lo tanto» después de las costumbres religiosas:
¡no! Esto es nacer de nuevo. ¿Y cómo se prepara uno para nacer de
nuevo? A través de la oración. La oración es lo que abre la puerta al
Espíritu y nos da esta libertad, esta franqueza, este coraje del
Espíritu Santo. Que nunca sabrás dónde te llevará. Pero es el Espíritu.
Que
el Señor nos ayude a estar siempre abiertos al Espíritu, porque es Él
quien nos llevará adelante en nuestra vida de servicio al Señor.
Finalmente,
el Papa terminó la celebración con la adoración y la bendición
Eucarística, invitando a todos a realizar la comunión espiritual con
esta oración:
“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco
el arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y
en Tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo
recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. En espera de la
felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a
mí, oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo
mi ser, para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo.
Que así sea”.
Antes de salir de la Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.