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Necesidad de doctrina

Mon, 23 Feb 2009 21:08:00
 

A San Mateo, primero recaudador de contribuciones y, después apóstol y evangelista

Muy querido San Mateo:

Empiezo micarta dándote las gracias por el don inestimable de te redacción y entrega del Evangelio de Cristo que conocemos vinculado a tu nombre, según San Mateo. Cuando me retiro es frecuente que me detenga en el Sermón de la Montaña y en las enseñanzas del Señor que se recogen en los capítulos V, VI y VII, que arrojan tanta luz acerca del modo más sobrenatural de vivir las virtudes. Si hoy te dirijo esta carta es porque quiero que gire en torno a la parábola del sembrador, que recoges en el capítulo XIII, y que dice así:

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno a él una multitud tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, mientras toda la multitud permanecía en la playa. Y se puso a hablarles muchas cosas con parábolas:

—Salió el sembrador a sembrar. Y al echar la semilla, parte cayó junto al camino y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron. Otra, en cambio, cayó en buena tierra y comenzó a dar fruto, una parte el ciento, otra el sesenta y otra el treinta. El que tenga oídos, que oiga (Mt 13, 1-9).

Comienzas este texto diciéndonos que aquel día «acudió a Jesús una multitud» y que, para poder ser mejor oído, se subió a una barca y les habló desde el lago. Haré un comentario sobre este sencillo dato. Son muchas las ocasiones en que vemos al Señor rodeado por una muchedumbre. Si nos preguntamos por qué acudía tanta gente junto al Señor. La respuesta es clara por la autoridad con que predicaba, por la fuerza de la doctrina, por la coherencia de la conducta y por los signos que hacía. Cristo era una persona enormemente atractiva. Hoy día, sin embargo, el nombre de Cristo no parecer arrastrar con la misma fuerza. ¿A qué se debe este cambio? Pues está muy claro, porque Cristo ya no está de un modo visible entre los hombres. No tenemos la suerte de verlo o de escucharlo. Entonces, la imagen de Cristo que el hombre de hoy percibe es la que ofrecen los cristianos y estos muchas veces dejan mucho que desear y están muy lejos del Maestro, aunque también hay que decir que nunca falta seguidores fieles de Cristo que se esfuerzan en hacerlo presente con sus vidas.

Una vez expuesta la parábola a la muchedumbre y que se hubo ido el gentío los discípulos le comentaron que el pueblo no entendía las parábolas y que ellos las entendían porque se las explicaba. Y le pidieron que explicase la parábola que acababan de escuchar. Jesús les dijo:

Escuchad, pues, vosotros la parábola del sembrador. A todo el que oye la palabra del Reino y no entiende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: esto es lo sembrado junto al camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso es el que oye la palabra, y al momento la recibe con alegría; pero no tiene en sí raíz, sino que es inconstante y, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropieza y cae. Lo sembrado entre espinos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones de este mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda estéril. Y lo sembrado en buena tierra es el que oye la palabra y la entiende, y fructifica y produce el ciento, o el sesenta, o el treinta (Mt 13, 18- 23).

Esta parábola hace referencia a los que «escuchan» la doctrina, pero hay que tener en cuenta que hay muchos que «no escuchan nunca nada». Ni se interesan por la doctrina, ni por los milagros, ni por los fenómenos místicos, todo eso, o bien carece de interés porque no se adecúa a una vida placentera, o bien no le prestan ninguna atención por el prejuicio racionalista de que lo único que tiene interés es lo empírico, aquello que se puede medir. ¿Qué decir de estos comportamientos? Que son muy poco críticos, pues hacen como los avestruces, de las que dicen que cuando se sienten acosadas esconden la cabeza en la arena







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